miércoles, 29 de octubre de 2008

LA INCREÍBLE VISITA DE HERDA MARTEL

En marzo de 2003 el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias en el Puerto de la Cruz en Tenerife, comenzó con sus proyecciones de cine. Por aquel entonces, había acudido al estreno de las proyecciones para ver Intacto, la película del tinerfeño Juan Carlos Fresnadillo a la que el propio director acudió. Tras el acto, los directivos de la institución se reunieron con un grupo de jóvenes que asistieron, con la necesidad de captar savia nueva. De aquella reunión surgió el compromiso para que me encargara de las proyecciones.

La primera idea fue resucitar una vieja costumbre perdida como la de los cine forum. Llegamos al acuerdo de que todos los últimos martes de cada mes se programaría una película y se hablaría sobre ella. Así que en Julio de ese mismo año, comenzamos con “Desmontando a Harry de Woody Allen “

Un día decidí realizar un ciclo de cine clásico. Entre los filmes que se proyectarían, estaba la mítica “Metrópolis” de Fritz Lang.

Fotograma de la película "Metrópolis"
Una tarde que me encontraba preparando la ficha técnica y artística para el ciclo, entró a la oficina una señora. Era bajita y caminaba con pasos menudos, su pelo permanentado era totalmente cano. Se acercó a mí y con una dulce sonrisa y una voz inglesa temblorosa, me preguntó cuándo se proyectaba la película. Le dije que aún faltaban tres días. Luego no pude entender muy bien lo que me decía. Se refería de nuevo al film y no paraba de señalarme con el dedo un nombre de la carátula mientras gesticulaba para hacerse entender. En un español con un fuerte acento americano me dijo “ es mi padre” Karl Freund, señalándome uno de los nombres que estaban escritos allí. Debo confesar que en un primer momento pensé que me tomaba el pelo y lo atribuí a su edad. Con amabilidad intenté mostrarle mi interés y me excusé diciéndole que debía terminar mi trabajo.
Al día siguiente Herda volvió a la oficina. Me entregó varios recortes antiguos de periódicos y revistas de cine. Y una foto de su padre. Cuando las vi, no salí del asombro. Tal y como me había dicho el día anterior, certifiqué que estaba ante la hija del director de fotografía de Metrópolis y no sólo eso , había sido un director prolífico: Desde su inicios en la UFA http://es.wikipedia.org/wiki/Universum_Film_AG, en los que trabajó a las órdenes del director de cine alemán Murnau, precursor del cine expresionista alemán.

Herda me habló durante más de una hora de su padre con pasión. Me contó toda su historia, no pude en ningún momento despegarme de sus palabras, estaba ante un testimonio que me quitaba el habla. Me contaba cómo su padre había participado como guionista en películas tan importantes en los inicios de la historia del cine como “Berlín sinfonía de una gran ciudad” . Fue director de fotografía en las míticas películas de Drácula, la versión americana de El Gabinete del Doctor Caligari, Cayo Largo de John Huston o La Dama de las Camelias. Para testificarlo, me enseñó una foto de su padre junto a Greta Garbo en esa película en la que posaba en una de las secuencias junto a su inseparable fotómetro. Yo seguía en las nubes mientras ella no paraba de hablar y hablar y hablar de las experiencias de su padre. Me contó que También había dirigido La Momia con el inigualable Boris Karloff y que incluso había ganado un Oscar en 1937 por la fotografía de la película The Good Earth de Sydney Franklin.

Sin embargo la relación con su padre no había sido excesivamente buena, me comentó que había tenido que emigrar a Estados Unidos, donde sufrió mucho por el trabajo constante que él desempeñaba. No quise incidir en su llaga, pero me llegó a decir que en alguna ocasión había tenido en su poder el Oscar que su padre había ganado en 1937 y que eso le había carreado algún problema. Finalmente acabó cediéndolo a la Academia.

Invité a Herda a participar en un diálogo el día de la película, pero prefirió no hacerlo. Respeté su decisión pero la invité con todos los honores al primer asiento en la noche de la proyección. Cuando sonaron los acordes de la banda sonora no pude evitar que mi piel se erizara y al término de la película la acompañé
comentando algunos aspectos que no le habían gustado de la versión actualizada de la película, sobre todo de la banda sonora. Lógicamente con la remasterización de la imagen y de la banda sonora, no era la misma película que ella había visto muchísimos años atrás. No me dijo su edad, pero estaría cercana a cumplir los 90 años sino los había cumplido ya. Su vitalidad era envidiable.
Arriba, Karl Freund y un fotograma de su película: La Momia

Después de aquella noche, Herda siguió visitándome y dialogando conmigo durante muchas tardes. Vivía sola en un ático. Siempre tuve la sensación de que necesitaba a alguien que la escuchara, y en mí había encontrado un nexo común para seguir contándome las experiencias con su padre y otras historias.

Un día le propuse hacer una entrevista a lo que se negó. Se puso muy nerviosa. Me comentó que un periodista la había entrevistado para un periódico pero que tergiversó lo que le había contado. Desde entonces se negaba a ser entrevistada.
El padre de Herda en acción en un rodaje
Pocos días después vino a mí para despedirse. Me comentó que se marchaba para realizar un crucero con una hija suya por el mar Báltico y que posiblemente no la vería más. Le di dos grandes besos y me despedí hasta siempre de ella con un gran abrazo y con la pena de no haberla entrevistado como testimonio oral de su historia personal ( digna de ser filmada en una película).

Noté que dejaba escapar una gran oportunidad de documentar el testimonio de una gran mujer, pero tuve que aceptar su decisión. Quizás recordar no era cómodo para ella. Me legó varios documentos, recortes de la historia del cine que se relacionaban con su padre y un increíble testimonio oral que siempre quedará en mi memoria. Quién sabe, quizás si llego a viejo, pueda contarlo como ella me lo narró a mí en aquellas largas tardes que compartimos en el Instituto de Estudios Hispánicos.

KARLD FREUND

Aunque no fue el primero en rodar tomas dinámicas, Karl Freund (1890-1969) pasa por ser el padre de la "cámara móvil" . El último (1924) fue la más famosa de un total de nueve películas que el corpulento Freund fotografió para Murnau entre 1919 y 1925. Y no sólo por dicha colaboración este técnico amigo de los experimentos se considera el director de fotografía alemán más destacado de la década de 1920. Igual de célebre por sus tomas de luces y sombras que por los desplazamientos de la cámara y la puesta en escena arquitectónica, participó en numerosas películas clásicas de la era dorada del cine alemán:

Hasta finales de la década de 1940, Freund se contaba entre los maestros de Hollywood más solicitados de su especialidad y desde allí impulsó el desarrollo técnico de este medio, por lo cual en 1955 le fue otorgado el denominado "oscar técnico". Posteriormente se dedicó a la televisión y también en este medio se reveló como precursor; fue el primero en emplear el sistema Multicam, mediante el cual podían utilizarse diversas cámaras de manera simultánea.

FUENTE: El Cine de los 30 e inicios de la cinematografía, Jürgen Müller, Taschen 2007

martes, 28 de octubre de 2008

RETRATOS DE UN INSTANTE (UN ÁNGEL EN MONTMATRE)

UN ÁNGEL EN MONTMATRE
Fue una tarde o quizás una mañana, no lo recuerdo bien, en la que subí a Montmatre, el barrio de los pintores en París, para almorzar en uno de los animados restaurantes que inundan sus calles empedradas. Después de degustar una buena comida di un paseo y subiendo unas de las escaleras que desembocan en la iglesia del Sacre Cor, vi a este ser celestial. Quizás había bajado del cielo invisiblemente. Nadie a su alrededor se percataba de su presencia . Solo un hombre que miraba a lo alto, quizás en busca de una respuesta

lunes, 27 de octubre de 2008

DESDE NORMANDÍA A AUSWITCHZ (EL PARACAIDISTA DE ST MERE EGLISE)

EL PARACAIDISTA DE ST MERE EGLISE


El viaje desde las baterías alemanas y Arromanches fue bello. Atras quedaban los escalones improvisados en el mar y los acantilados en zig zag. El sol volvía a irradiar la atomósfera así que aproveché para hacer carretera, antes de que la lluvía volviera a anunciar su acto de presencia. La carretera se extendía a lo largo de una una enorme naturaleza. Ningún coche se cruzaba en el camino. Los extensos campos cultivados, los árboles y la húmeda vegetación eran dueños del lugar. Después de media hora, paré en el camino para fotografíar una enorme Cristo crucificado a las faldas de un campo de trigo. Plantado justo al borde, se elevaba ante las nubes blancas y el sol como si los campesinos lo hubieran colocado allí para que bendijese que la cosecha siempre fuese buena. No había un alma alrededor. El silencio solo lo rompía el canto de las cigarras. Valió la pena detenerme unos minutos y fotografíar la escultura de piedra.

Aún me quedaba medio día para visitar la baja Normandía. Así que decidí marchar hacia la península de Cherburgo. Lugar de desembarco de los americanos. Después de 200 kilómetros Cherburgo se me plantó delante con su puerto como última frontera con el mar. Ningún rastro histórico que valiese la pena, así que dí media vuelta y volví por el mismo camino por el que había llegado. Por el camino me faltaban dos visitas importantes. Carentaan, el primer pueblo que tomó la compañía easy y St Meré Eglise , primera población que liberaron los americanos lanzando sobre ella, la 82 division aerotransportada, que luego inspiró a una célebre secuencia de la película de Andrew Marton, Bernhard Wicki "El día más largo" .

Llegué a Carentaan, como durante todo el recorrido, con el eterno tiempo normando: Lluvía. Entré en el pueblo y tras dar una vuelta con el coche, me detuve en la entrada para sacar la foto testimonio de mi toma personal de Carentaan. Casi cayendo la noche, entré en St. Mere Eglise . En el pueblo apenas viven mil personas. Sólo vi a dos lugareños fumando a las puertas de un bar, el único que estaba abierto a esa hora. Mi única intención era llegar hasta la plaza donde, durante la invasión, un paracaidista de la 82 división aerotransportada se había quedado enganchado con su paracaídas en el campanario de la iglesia. Mientras se hacía el muerto, veía como los alemanes mataban a sus compañeros. Fue capturado por los alemanes, que lo llevaron a París para interrogarle. Finalmente pudo escapar y volver a casa. Andrew Marton, Bernhard Wicki rodaron esta historia, en la revisión que realizaron del día D en la célebre película " El día más largo".


Arribé a la plaza y vi el campanario. No bajé del coche porque la lluvía caía con más fuerza, pero allí seguía el soldado, hoy en día representado por un muñeco, que conmemora aquella trágica noche.

Antes de abandonar Normandía me quedaba una sorpresa. Había visto en una postal de un pueblo llamado Etretat, en la alta Normandía. Sus playas de roca blancahabían inspirado en su día a Claude Monet así que decidí que tenía que llegar allí.






















RETRATOS DE UN INSTANTE (EL MEDITADOR)




EL MEDITADOR
Este individuo en cuestión me llamó la atención cuando visitaba la base de la Torre Eiffel en París. Había llegado justo de bajo de la gran torre y me había fijado en él deambulando por la zona, que estaba repleta de turistas. Parecía que toda aquella aglomeración de personas no iba con él. Su mirada atendía a otro horizonte y no lo perdí de vista. Intuía que halgo iba a pasar y efectivamente, minutos después dejó su bolsa en el suelo. Se situó justo debajo del monumento, dándole la espalda a un telón que simulaba la estructura de hierro de la gran torre y me regaló este instante que capté ¿Qué pensaba? ¿En qué se concetraba? Nunca lo supe. Minutos más tarde, cuando rompió su rígida figura, le deje marchar perdiéndole de vista entre los chiringuitos de perritos calientes, los vendedores ambulantes de souvenirs de París y japoneses que con sus flash, no hacían más que mirar hacía arriba buscando una instantánea del amasijo de hierros o hacían colas eternas para subir a los pisos de Eiffel.

domingo, 26 de octubre de 2008

RELATOS DE UN INSTANTE (LA ÚLTIMA ESTACIÓN)

El viaje comenzaba en la estación 23. Como el resto de la gente, seguí mis propios pasos a lo largo de la caverna de azulejos que se dirigían a la zona de espera. Los carteles decoraban y plasmaban las distintas variedades que ofrecía la ciudad e invitaban a salir al exterior, pero como todo el mundo, me encaminaba a ninguna parte, seguía al resto de la manada. Me apetecía ir a pasear al centro, no tenía nada que hacer, ningún cargo a mi favor y nada más que un simple bono de metro suficiente para tres días. Bajé por las escaleras del subway que me llevaron en un primer instante, a apreciar el eco de viejos músicos buscando una moneda que pagase la deuda pendiente de un talento desaprovechado. Allí, en aquel improvisado auditorio bajo tierra, cada día se abría un nuevo mundo de notas musicales, ruido de vías y gente con un destino diferente. El tren no tardó en llegar, las puertas se abrieron rápidamente y tras unos pequeños empujones busqué un rincón del vagón.

Era una máquina desgastada por los años, de color rojo y plata con apoyaderos de color blanco. Estaba repletó de gente, miré alrededor mientras las puertas del compartimiento se cerraban y el tren tomaba rumbo a la siguiente estación. Una señora no lejos de mí leía el último bestseler de moda, eché un vistazo al título: “ La última llama del corazón”, lo conocía muy bien, solía visitar las librerías de la ciudad a menudo y era uno de esos libros que tienen todos los ingredientes para pasárselo en grande sin tener que pensar mucho y que todos los libreros de la ciudad exponían como su gran tesoro en los escaparates de sus tiendas. Cerca de mí, oía como dos chicos conversaban sobre sus planes para el próximo fin de semana, sentado tras de ellos, una anciana, acompañada por quien podría ser su hija, sujetaba una bolsa con los últimos restos de comida del día que reposaban tras el transparente plástico a la espera del mordisco de algún perro vagabundo. No acabé de observar el resto del vagón cuando la estación 24 asomaba por una de las ventanillas y ,como no, afuera, algunos pasajeros esperaban el turno de abordaje.
Se abrieron las puertas y el vagón quedó casi desierto, se bajó la mitad del pasaje. Ahora apenas éramos quince en el vagón- Entonces la vi. Estaba en la esquina, resguardada y con una cara de ángel que dio un vuelco al pulso de mi corazón. Un ángel del cielo, que sacudió mis adentros. Apenas tuve tiempo para acercarme a ella cuando de improviso, una gran masa de pasajeros abarrotó de nuevo el pequeño espacio de acero. A los pocos segundos, el gusano mecánico se puso en movimiento. Ahora, desde mi posición, no podía verla claramente pero el cristal frente a ella me ofrecía sus servicios como un amigable espía. A través del vidrio sus facciones eran perfectas, su cara era lisa, limpia de suciedades, los pómulos eran poco pronunciados pero daban contorno a un rostro maravilloso, ovalado, de ojos claros, cuyo color no llegaba a distinguir y que cuadraban simétricamente con una nariz ni muy larga ni muy pequeña y un poco puntiaguda. Todo aquello culminaba en los labios más perfectos que mi mente podría haber imaginado nunca. Disimuladamente seguí mirando el reflejo del cristal, con miedo a que pudiese sospechar de mi interés. Pensé que a simple vista no llamaría la atención. Su aspecto resultaba sencillo, llevaba un vestido de un color naranja muy suave y su pelo descansaba sobre un pañuelo marrón claro. Leía un pequeño libro de color rojo que la hacía más misteriosa aún. No sé si llamarlo flechazo, pero no sabía muy bien a que atribuir aquella atracción repentina. No se trataba de nada físico, era algo platónico. Mirando las facciones de su rostro, un torbellino de pensamientos pasó por mi mente en menos de un segundo.

Caminábamos por una playa de la costa este, alejados del mundanal ruido de la ciudad sin nada en lo que pensar, solos, ella y yo. Comprendí que era la única persona en el mundo que me podía comprender, era la cura a todos mis miedos, sus ojos hablaban el lenguaje de mis pensamientos y cada pestañeo me incitaba a decirle que quería estar con ella toda la vida pero había algo que me impedía hacerlo. No tenía nada que perder, era soltero, no tenía compromiso alguno, mi vida había sido muy solitaria hasta el momento, pero alguna fuerza del subconsciente susurraba que me dejase llevar. De pronto, en un arrebato, sus manos me llevaron hasta el agua, allí nadamos desnudos durante todo el día, sin ningún miedo, sin ningún pudor como dos almas perdidas que se divierten buscándose a sí mismas.

Un frenazo repentino me privó de la bucólica imagen, estaba en la estación 25. Por un momento perdí la orientación, miré al fondo del vagón con una ansiedad que se calmó al comprobar que ella seguía allí. Las puertas del vagón volvieron a cerrarse y el tren se puso en marcha. No recordé que la estación 25 era mi parada aunque no le di importancia, nunca había tenido un viaje en metro tan interesante y pensé que valía la pena seguirlo hasta el final, al fin y al cabo, ¿Qué tenía que perder?.
Desde el refugio que me ofrecían los pasajeros del vagón, seguí observándola mientras ella leía el misterioso libro rojo. Era extraño, parecía que estuviese atrapada en él. No apartaba sus ojos de las páginas que pasaba con gran lentitud mientras que su boca esbozaba una tierna sonrisa de niña. Decidí acercarme y sigilosamente encaminé mis pasos hacía ella. Me senté en su banco y la salude con un ligero movimiento de cabeza y una sonrisa indiferente que ella me devolvió en un segundo de solidaridad. Creí que no había percibido que no era uno de los suyos y sin dejar de mirar al libro me dijo: - ¿Qué te trae por aquí?, los tuyos no suelen usar esta línea-. Me quedé sin habla, me sentí como si me conociese de toda la vida, pero ¿Qué significaba “los tuyos”?

¿A qué te refieres con eso? le dije. -Sí, sueles apearte en la anterior parada. Es la parada de los solitarios. Allí se bajan los tuyos.¿Porqué no lo has hecho hoy?- De repente un sudor frío me recorrió todo el cuerpo. Por un instante los papeles se habían invertido. Mi propia atracción hacia ella se había transformado en miedo a ser descubierto. Parecía que podía leer mis pensamientos. Así que decidí no pensar nada por un momento. Miré al fondo del vagón que me pareció interminable. Allí estaba el resto de la gente, a lo suyo, como si nuestros cuerpos no existiesen, como si fuesen de cristal, un cristal que nos aislaba en un viaje infinito por los mundos subterráneos de la ciudad.

–No temas- me dijo mientras el resplandor de sus labios rosados que pintaban su sonrisa, iluminó todo el vagón. Milésimas de segundo duró el resplandor para darme cuenta de que mi pantalón y mi camisa se estrechaban cada vez más al cuerpo. Estaba completamente a expensas de tan misteriosa criatura. No acababa de recuperarme de la visión, cuando la puerta del compartimiento volvió a crujir para anunciar que la estación 26 ya estaba aquí. Esta vez, nadie bajó del vagón pero sin embargo un anciano encorvado subió encaminando sus pasos hacia nosotros. Era más bajo que yo y eso que mi estatura era media, por lo que lo podía considerarle bajito. Sus ropas estaban castigadas por el frío de los portales desiertos del invierno. Y los pelos de su barba sucia se peleaban con los escasos dientes que le quedaban. Entonces, sin mediar palabra, extendió la palma de su mano, sucia y arrugada por los años, los problemas y el duro trabajo de buscarse la vida diariamente. Sus párpados despertaron y sus ojos me hablaron. Miré a la chica del libro rojo, ella también me habló con sus ojos. Entre el cruce de iris y pupilas , saqué de mi bolsillo, el poco cambio que me quedaba para el habitual café de la estación 25 y se lo di al anciano. Poco importaba ya después de haberla pasado hacía unos minutos. El viejo llevaba una carpeta completamente nueva con dibujos de Peter Pan. Parecía un niño recién salido de la escuela. Me llamó la atención porque ante tanta miseria, la carpeta resplandecía los ojos y la cara del anciano al que en ese instante amé como si se tratase de mi padre. Llevándose las monedas al bolsillo, abrió la colorida carpeta y me regaló un dibujo. Sus líneas dejaban un rastro de noches frías ante un lápiz, pero ardientes trazos que mostraban la silueta de dos cuerpos mezclados entre arena y agua. Luego, sólo oí una palabra con voz ronca que salió de su dolida garganta. – Ella es tu destino – No acababa de decirlo cuando noté que el tren paraba en seco. Habíamos llegado a la última estación. Con una pasmosa velocidad, el viejo había abandonado el vagón al igual que el resto de los viajeros. Mi cabeza giró buscando la sonrisa tierna de la chica del libro rojo. ¡No estaba! Alcé la vista y observé como por el último escalón de la salida de servicio, los encajes de su vestido se perdían bajo el humo que escupía la gran ciudad en el exterior. Su libro reposaba junto a mí. ¿Lo había olvidado? o ¿Lo había dejado a propósito? Un suspiro de alegría esperanzadora recorrió mis venas y con la curiosidad que me apoderaba tras tan extraño viaje, Abrí el libro y leí la primera página.

Caminábamos por una playa de la costa este, alejados del mundanal ruido de la ciudad sin nada en lo que pensar, solos, ella y yo. Comprendí que era la única persona en el mundo que me podía comprender, era la cura a todos mis miedos, sus ojos hablaban el lenguaje de mis pensamientos y cada pestañeo me incitaba a decirle que quería estar con ella toda la vida pero había algo que me impedía hacerlo. No tenía nada que perder, era soltero, no tenía compromiso alguno, mi vida había sido muy solitaria hasta el momento, pero alguna fuerza del subconsciente susurraba que me dejase llevar. De pronto, en un arrebato, sus manos me llevaron hasta el agua, allí nadamos desnudos durante todo el día, sin ningún miedo, sin ningún pudor como dos almas perdidas que se divierten buscándose a sí mismas.



Mi estado de paz se convirtió en un estremecimiento eterno. Salí del vagón. La estación estaba desierta, corrí hasta la calle con la esperanza de encontrarla pero nada volvió a ser como antes. Ojeé por última vez el libro, allí estaba, más rojo que nunca, rojo como la pasión de las palabras de aquella primera página. La volví a leer y pasé la hoja. El resto del libro estaba completamente en blanco, cientos de páginas en blanco aún por escribir, cientos de páginas aún por ser vividas. Quizás… en la próxima estación.

jueves, 23 de octubre de 2008

DESDE NORMANDÍA A AUSWITCHZ (ARROMANCHES)

ARROMANCHES: EL PUERTO FANTASMA
Llegué a Arromanches a unos 25 Kilómetros de Caen, cuando ya había caído la oscuridad. El pueblo era pequeño, apenas 500 habitantes. Los pocos turistas que se acercan aquí lo hacen para apreciar los restos de la batalla de Normandía. No me detuve a explorarlo porque apenas se podía ver mas allá de las farolas de las calles desiertas.
Después de dar varias vueltas por el centro, bajé junto a la playa. No podía ver el horizonte pero se suponía que delante de mí deberían estar las grandes moles de cemento del antiguo puerto de Arromanches. Un puerto artificial que construyeron los ingenieros ingleses para desembarcar desde los grandes barcos, material, alimentos, munición y demás mercancías para la invasión.


La ciudad se extiende a lo largo la región costera llamada Gold Beach , nombre en clave puesto durante el desembarco del Día D por las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. Arromanches fue seleccionado como uno de los sitios para la construcción de dos puertos Mulberry (codificados como A y B). Aún se conservan hasta el día de hoy bloques de hormigón sobre la arena que formaron parte del puerto, lamentablemente dichos restos es lo poco que queda del puerto B tras el paso, sobre todo, de un tornado y del tiempo. Pero decidí que todo eso lo vería al amanecer porque el agotamiento del día me había superado.


Llovía con timidez, aunque la noche era calurosa. Eran casi las 11 y todos los establecimientos estaban cerrados o a punto de cerrar. Necesitaba cargar mi móvil aunque fuera treinta minutos para poder llamar a casa. En mitad de una de las calles adyacentes a la bahía, encontré un pub irlandés donde franceses y turistas ingleses apuraban las últimas cervezas del día. El lugar era acogedor, con paredes de madera decoradas con carteles de distintos tipos de cerveza. Dos chicas muy guapas servían tras la barra. Una de ellas no tendría ni 21 años, pero sus facciones me descifraban un aspecto de madurez que coqueteaba con su juventud. Vestía un delantal blanco sólo manchado por la huellas de dedos mojados que pincelaban una falda negra que hacía juego con un camisa de nylon del mismo color que se pegaba a su cuerpo resaltando sus senos. Su pelo corto y moreno y su cara angelical me animaron a pedir una pinta de cerveza negra que ella me trajo con una sonrisa que heló en un instante el calor de aquella noche lluviosa.
Me decidí a hacer tiempo para cargar mi móvil junto a la mesa donde me había sentado y de paso, regalarme unos minutos para observarla mientras trabajaba sirviendo en las últimas horas de un día agotador. Apenas diez minutos más tarde mi idílica y privilegiada posición frente a la barra se empañó cuando varios americanos, con unas copas de más, invadían el local con un arrebato de alegría festera. Noté la cara de infarto que se dibujó en la dulce cara de la camarera y nos miramos con complicidad. Le respondí con una pequeña sonrisa que hizo trabajar a la comisura derecha de mi boca. Una sonrisa sobria que desentrañaba la timidez innata desde mi adolescencia, pero cargada de un ardiente deseo de yacer con ella en alguna playa, alejada de aquel lugar.
La inesperada llegada, aceleró la recogida y cierre del bar y sin apenas mirar a la camarera pagué la cuenta , cogí mi cargador y abandoné el bar bromeando con los americanos sobre mi condición de español. Grité un cutre ¡Olé! cuando me gritaron "español" al pasar junto a ellos. Era algo extraño para mí que acertaran con mi nacionalidad. Hasta el momento todas las personas que se habían dirigido a mí me preguntaban ¿Are you Italian?
Volví al coche. Saqué el mini saco de dormir para temperaturas no inferiores a 12 o 15 grados que guardaba en la mochila, vestí mi cuerpo con él y recliné el asiento del copiloto casi horizontalmente. El respaldo de cabeza hizo de almohada y bajo el cielo de Arromanches y las gotas de lluvía que empañaban el cristal del coche, encontré el sueño pasada la medianoche.

Por la mañana me despertó el ladrido de un perro que paseaba con su dueña. El Rocío de la mañana se me metió en la piel. Los critales empañados por la humedad de la noche se evaporaron cuando abrí la puerta del coche. Me desperecé y estiré las piernas después de dormir toda la noche en posición fetal. Sentía un ligero cosquilleo en los pies que se marchó nada más caminar unos metros. Desayuné un poco de jugo de melocotón que me quedaba en un minitetrabrik que había comprado en Paris días atrás. Bajé a la playa y pude ver todo lo que al oscuridad de la noche anterior me había robado. Frente a mí, se extendía una hermosa playa de arena blanca. El día era espléndido así que decidí caminar por la orilla para refrescar mis molidas piernas. La marea estaba alta pero sin embargo se podía ir a pie hasta más de 50 metros mar adentro sin que el agua te superara las rodillas. En la costa descansaban enormes moles de hierro que habían conformado el antiguo puerto artificial. Se alineaban en forma circular a lo largo de toda la había. Era difícil calcular cuánto podía medir el perímetro pero era enorme. Las moles eran rectangulares y las más lejanas podía estar a unos mil metros mar adentro, se podían ver desde la orilla como si fueran grandes escalones construídos para caminar dando saltos en la linea del horizonte.
Me acerqué al bloque más cercano a la orilla a unos 20 metros de mí. Lo toqué. Estaba hueco por dentro. Se podía oír el eco del agua golpeando en su interior tímidamente. Lo que parecía un número de serie escrito con pintura blanca lo identificaba del resto de bloques. Volví a la orilla, cerca había una antigua rampa para el desembarco de barcos. Me acerqué de nuevo a la explanada del muelle junto al museo de Arromanches. Dos cañones antiaéreos escoltaban la puerta del museo, y frente a él, en los jardines de las pequeñas casas adosadas de verano que utilizaban los franceses, se plantaba la bandera americana y la de la conmemoración de los 60 años del desembarco. Vi una de las colinas que guardaban la costa en uno de los extremos del pueblo. En lo alto, un tanque Sherman americano con el número 55 vigilaba toda la costa al lado de una casa que destacaba por dos cúpulas en forma de cono. Subí y pude admirar el increible perfil de la costa de Arromanches con sus acantilados al fondo y los grandes bloques descansando en el agua del mar como si formaran las piezas de un puzzle incompleto. Eran ya casi las diez de la mañana y el silencio en Arromanches era palpable. Apenas se veía gente en las callejuelas. Los primeros comerciantes empezaban a abrir sus comercios. Tal vez hoy pudieran vender algunos souvenirs a las excuriones de turistas que desde las once comenzarían a llegar para visitar el museo. Auténtico sostén de la economía veraniega de este pueblecito costero.

miércoles, 22 de octubre de 2008

LOS TRABAJADORES DE LA GACETA DE CANARIAS SUFREN UN TERRIBLE SITUACIÓN LABORAL

Los compañeros del periódico tinerfeño de La Gaceta de Canarias llevan soportando desde hace mas de dos meses el impago de sus nóminas. La situación de la empresa comienza a ser insostenible pero ellos continuan firmes en sus puestos de trabajo prestando el servicio público a la sociedad. Hoy me remiten este diario de bitácora escrito por el grumete de La Gaceta. Sirva el espacio de este blog como apoyo a su situación.


Cuaderno de bitácora de La Gaceta


Matar la ilusión de un periodista no es tarea fácil. De hecho, los periodistas trabajamos movidos por ilusiones diversas: defender al más débil, acabar con la hipocresía, descubrir lo que para otros ojos puede pasar desapercibido. A veces se trata sólo de la ilusión de divertir y entretener. Otras veces se trata de hacer reflexionar y pensar. Quizá en un mundo mejor. Puede ser tan básico como el interés en sí mismo insisto, la ilusión, de divulgar la noticia o una visión particular de la vida.Con esa ilusión, decenas de periodistas nos embarcamos en el que se nos presentó como un atractivo proyecto para retomar La Gaceta de Canarias.Muchos estábamos en el buque viejo y seguro que era el periódico EL DÍA, especialmente para quienes no faltaba mucho para que cumplieran 20 años en él. Demasiada tranquilidad para algunos. Un buque chatarrero para otros con cuyos vaivenes ya empezábamos a vomitar. Por razones diversas, la sola vista de un barco velero nos abrió la evidencia de un océano mayor, y la posibilidad de no seguir varados en el mismo mar.Tirando todo por la borda ?antigüedad, trienios, quinquenios, un futuro asegurado...? embarcamos en el velero. Era aire nuevo. Mejor dicho, un verdadero viento nos empujaba a mar abierto. De nuevo la ilusión era mayor que el miedo. Comenzaba la intrépida aventura.Se nos criticó que fuéramos los elegidos. Se nos achacó ir de estrellas. Nada más lejos. Y los compañeros y amigos que quedaron en el viejo buque lo saben. Es más lógico pensar que no todos podían subir al nuevo barco.La tripulación nueva completó la que ya traía el velero. Muchos de ellos fueron tentados a subir al viejo buque. "Tú te llevas a mis marineros. Yo te quito a los tuyos". Justo castigo. Pero sólo uno de ellos aceptó. El resto se quedó en el velero, porque el nuevo capitán y su contramaestre habían anunciado cuatro años de viaje asegurado y el respaldo de una gran naviera que cubriría al pequeño barquito.Meses después, en el cuaderno de bitácora sólo hay constancia del infierno en que se está conviertiendo este barco. Siendo impensable disparar contra quien peor que mal lleva el timón, tampoco han fructificado los intentos de virar el barco, que navega hacia las rocas.En plena tempestad, el contramaestre se arrojó al mar, y logró un salvavidas. Sabemos que llegó a una isla solitaria y que no hay ni un tronco que lanzar al resto.En plena tempestad, supimos también que la gran naviera nos había abandonado. La aventura había terminado, pero no el viaje, que alguien se empeña en que prosiga sin dar de comer a los marineros. Y se castiga en particular a quien proteste. La tormenta no ha dejado de arreciar.Como ya no hay día de cobro, ni se sabe si hay más pan en la cocina, la tripulación se ha amotinado. Se ve en las películas: los marineros siguen subiendo a las velas, pero lo hacen a disgusto, y mascullan su descontento.Pese al conflicto, y a diferencia de las películas en tecnicolor, en este barco se le ha visto al capitán despreocupado preguntar: "¿Cómo les va?". Y siempre nos dice que todo está solucionado o eso ocurrirá la semana que viene.Sólo ha torcido el gesto cuando los marineros han empezado a hacerse oír o cuando teme que le descalifiquen como el gran patrón que cree ser. Pero para ser capitán antes hay que ser marinero. No es el caso.Ahora nos llegan telegramas de apoyo y hacen falta porque los ánimos empiezan a flaquear. La tristeza se ha adueñado del barco y a la menor oportunidad algunos marineros se apean de él. Es una agonía, se oye susurrar. Y como a todos los moribundos nos vienen imágenes rápidas de nuestro corto esplendor: aquellas risas, aquellas peleas con el ordenador, las comidas traídas de casa, el cigarrito en la puerta, las felicitaciones por el trabajo bien hecho, aquellos primeros salarios en tiempo y fecha. Hoy no se trata ya de que nos dé el pan, sino de que aún quede barco para poder navegar. Las maderas se están desprendiendo y el capitán sigue diciendo que un día de estos lo resolverá.

martes, 21 de octubre de 2008

DESDE NORMANDÍA HASTA AUSWITCHZ (UTAH BEACH)

TOMANDO UTAH BEACH



Fotografía que tomé el día que pasee por Utah Beach


El sol casi había caído en Point Du Hoc cuando salí hacía mi penúltima parada del día. Utah Beach.
Cuando llegué el cielo se había vuelto gris, soplaba un fuerte viento y algunas gotas de lluvia amenazaban con volverse precipitación copiosa. La playa me recibió con el museo cerrado. Eran casi las 7 de la tarde y me aproveché de los escasos turistas que andaban por allí a esas horas para hacer la visita con tranquilidad.


En agosto el sol se ocultaba a las 9 así que aún tenía tiempo para pasear por la playa. Lo primero que llamó mi atención fue una lancha de desembarco apostada en lo alto de un pequeño muro donde, escrito en letras grandes y azules, se podía leer en francés, 6 Juin 1944. La lancha de desembarco estaba desgastada y oxidada, con la puerta delantera abierta y extendida como si fuera una lengua en busca de agua, extasiada después de una larga travesía. La lancha había encontrado un digno retiro en aquella pequeña colina en la que cada visitante se hacía una foto.


Arriba, foto de la lancha de desembarco en la playa de Utah

Al otro lado de la entrada, previa a la playa, un gran cañón de defensa antiaéreo rompía el viento que comenzaba a soplar con fuerza arrastrando en suspensión las particulas de arena de la playa que me empezaban a convertir en una auténtica croqueta humana.


Delante de mi se extendía una pequeña colina a lo largo de mas de 2 kilómetros. Detrás de ella estaba la playa de Utah. Los matorrales se movían de un lado a otro interpretando la danza que el viento les dictaba. Se me hacía difícil caminar con la cabeza gacha para que no me entrara arena en los ojos, pero por suerte, la ráfaga de viento fue pasajera y el violento soplo se calmó de pronto como si hubiese recibido la señal divina de Zeus.


Pude entonces acercarme a un tanque Sherman apostado al borde una colina, Con su estrella blanca pintada en la panza y ligeramente inclinado unos grados pareciendo que estuviera en movimiento. Detras de él varias barreras antitanques y luego la playa.




Tanque americano junto a barreras defensivas en la playa de Utah



Tomé rumbo hacia ella por una camino de hierbas hasta llegar a una valla de madera, Frente a mi estaba la playa. Nada más entrar me di cuenta que era muy diferente a la de Omaha, menor en sus dimensiones y menos difícil de defender de un ataque masivo. Toda la orilla rebosaba bañada de musgos, algas que había arrastrado la marea baja que había formado un pequeño lago en mitad de la arena blanca que aprovecharon un abuelo y su nieto para pasear con el agua rebosando casi sus rodillas.





Arriba, playa de Omaha Beach hoy y ayer. Abajo, Restos de un bunker enterrado en la arena en la playa de Utah











Muy cerca de allí bajo la arena sobresalía el techo de un bunker alemán y detrás de él, escondido entre los matorrales, un pequeño cañón de calibre corto.






Estuve un rato en la playa y volví hacía el museo, frente a él estaba el Bar Roosvelt. Él bar es una auténtica maravilla. Un gran barra de madera, paredes decoradas con fotografías y periódicos antiguos de la época de la invasión. Ropas, uniformes de rangers, telégrafos, cajas de municiones, grandas, insignias, cascos, armas, cajas de previsiones de comida. Antiguas radios, fusiles. Todo lo inimagnable de objetos históricos, Lógicamente muchos de ellos no estaban en venta. Era como si estuviera en un almacen de provisiones de la época. El lugar era acogedor, aproveché para escribir algunos emails desde la única máquina que me hacía ser consciente de que no estaba en un bar en 1944.

En el 2004 cuando se celebraron los 60 años del desembarco, vinieron aquí muchos veteranos. Las paredes del bar lo reflejaban. Sobre todo por soldados que combatieron en la célebre compañía Easy:

La Compañía Easy fue la quinta compañía del 506º Regimiento de Infantería Paracaidista (506th Parachute Infantry Regiment) de la 101ª División Aerotransportada (U.S 101st Airborne Division) del Ejército de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial en el frente europeo. Fue inmortalizada en el libro Band of Brothers de Stephen Ambrose con la cual se realizó la exitosa mini-serie del mismo nombre producida por Tom Hanks y Steven Spielberg.


Participó en los lanzamientos sobre la zona de Normandia, mezclándose con miembros de la 82 división aerotransportada, sufriendo menos bajas de lo que esperaba el alto mando, después de dicho lanzamiento, fueron devueltos a su campo de entrenamiento en Inglaterra, para ser lanzados como apoyo del ejercito ingles en la operación "Market Garden", su misión era apoderarse de diversos puentes en la zona de Nimega, para allanar el paso de los Blindados Británicos, consiguiendo su objetivo, en el otoño del mismo año participaron en la Batalla de la Ardenas, para ser trasladados en apoyo de las fuerzas americanas en Bastogne (batalla de las Ardenas, donde fuero sitiados, y donde , cuando se les pidió su rendición, contestaron con la famosa palabra, "NARICES" o según otros "NUECES", de allí siguieron hasta el paso del Rhin y su llegada a los campos de exterminio, su batalla final fue su llegada al nido de las águilas, refugio montañoso del dictador Adolf Hitler. (Fuente: Wikipedia

Arriba: Fotografía de miembros de la compañía easy




Foto promocional de la serie de televisión Band Of Brother que narra la experiencia de la compañía


En las fotos del bar aparecían célebres veteranos de esta compañía como el capitán Winters o el sargento Guarnere.

Tomé una cocacola y me dirigí al pequeño pueblo de Arromanches a pasar la noche. Un pueblo que fue especialmente vital como punto estratégico para el desembarco aliado.





















RETRATOS DE UN INSTANTE (UNA CABINA MUY LEJANA)



( UNA CABINA MUY LEJANA)
En cuestión, me encontraba recorriendo la isla de Skye al noroeste de la costa de Escocia (contaré esta aventura en una futura entrada) una isla casi desierta, repleta de tundra y humedad. Más de 100 kilómetros de recorrido alrededor de esta isla y la única cábina con la que comunicarse con el mundo la encontré al borde de esta carretera. Es la típica cabina inglesa en tierra escocesa. ( Una herejía para muchos scottish). Momentos después, la niebla procedente de la montaña la cubría por completo.


lunes, 20 de octubre de 2008

LAS BATERIAS ALEMANAS Y EL POINT DU HOC: EL ATAQUE DE LOS RANGERS




Después de media hora de trayecto llego a las baterías de defensa alemanas que aún perduran durmientes frente a un campo de trigo. Los cañones aún se mantienen inertes. Los bunkers que los protegen casi se conservan por completo. El día está soleado. Me introduzco en cada una de estas baterias en total unas cinco alineadas con una separación de 100 metros cada una.

Sigo mi camino acercándome al acantilado. Y veo el gran bunker de mando. Una mole de cemento con dos pisos de altura . Desde este puesto de observación se calculaba la posición del enemigo y se enviaban los datos a las baterías para ajustar el disparo. El bunker está perfectamente protegido dentro de una gran zanja desde donde se puede divisar el espectacular trazado de la costa escarpada.
A la vuelta me detengo en una de las baterias alemanas para sacar una foto a traves de mi móvil. Tengo mala suerte y me arrimo demasiado al alambre de espinos que delimitan los cañones y el campo sin darme cuenta de su proximidad. Una herida de unos 10 cm se dibuja en forma de 7 en mi pierna mientras mi movil cae a la blanda hierba sacando una instantánea imposible. La sangre firma mi herida de guerra en Normandía.


En las fotos superiores:alambradas y vista parcial del Point Du hoc. Entradas a dos bunker. En la foto de la derecha. Gran Bunker del puesto mando y vigilancia.

Esta fue la fotografía que sacó mi móvil mientras caía al suelo tras golpearme con el alambre de espinos. En ella se aprecia el mástil que sujeta los alambres con los que me corté.







Una vez limpia mi herida. El calor hace que me escueza hasta que llego al Point Du Hoc. A unos 5 kilometros de Omaha Beach. Antes de entrar en el aparcamiento de la entrada me paro para comer una ración de combate.





Restos de uno de los búnker en 1945 y en la actualidad. Una niña a la que fotografié, observa el interior como si tuviera miedo a entrar.

Atún, un poco de pulpo en escabeche con algo de melocotón en almíbar enlatado.
La comida me sienta como un rey después de un largo día aunque son las cuatro de la tarde y ando por un camino de arena blanca. Me llaman la atención pequeñas zanjas excavadas en linea recta a mi alrededor cubiertas de césped al igual que un enorme agujero que se abre desde el suelo. Nada más cruzarlos y ver el point du hoc ante mi, me doy cuen
ta de que esas zanjas eran antiguas trincheras y que el agujero es el cráter de una bomba caída en el lugar.

Lo sé porque delante de mi se extiende un terreno completamente desnivelado. Zanjas que se cruzan paralelas entre si. Cráteres gigantescos producidos por los obuses y las granadas de mortero
por todos lados. Bunkers escarbados bajo tierra con impactos de bala o desgarrados por la metralla. Sin niguna duda, todos los signos de la batalla que se libró aquí no han desaparecido. Los rangers llegaron escalando por el acantilado. Los alemanes les esperaban escondidos en sus posiciones. Debió ser una carniceria. Los americanos pensaban que desde aquí los alemanes disparaban sus cañones a los barcos aliados pero se equivocaron.





Yo, en la entrada de uno de los bunker. En la otra foto. Cicatrices de la metralla y del combate con el amasijo de hierros que salen del hormigón armado.

Para salvar la amenaza que representaban aquellos cañones, los norteamericanos decidieron botar a la mar sus lanchas de desembarco a 18 kilómetros de la playa, sometiendo a sus hombres a una travesía agotadora de tres horas con marea gruesa.





En la foto se puede apreciar los continuos desniveles que causaron las bombas en el Point Du Hoc

Los «rangers» estadounidenses, que habían llevado a cabo los entrenamientos durante varias semanas en condiciones similares, eran los encargados de escalar el acantilado, con la cobertura de fuego artillero concentrado sobre los cañones. Cerca de 200 soldados, equipados con lanza-arpones, cuerdas y escalas, debían poner pie en tierra a la «hora H». Sin embargo su lancha se desvió de rumbo hacia el este por lo que se desviaron.


Los estadounidenses iniciaron la escalada bajo un intenso fuego de armas ligeras y las granadas que el enemigo lanzaba desde arriba. Para apoyarles, el destructor Satterlee batió las defensas germanas, permitiendo finalmente que el primer «ranger» alcanzara la cima a los cinco minutos del desembarco.Pero el éxito resultó amargo. Los cañones alemanes no estaban allí, pues habían sido trasladados a una tranquila huerta, situada a un kilómetro y medio hacia el interior, con el fin de protegerlos de nuevos bombardeos aéreos o navales. Horas más tarde, los «rangers» hallaban las piezas alemanas de Pointe-du-Hoc con la sorpresa de que nunca habían sido disparados.

Comencé a caminar por aquel terreno de gruyere de arriba a abajo por los cráteres que habían dejando las bombas. Traté de imaginarme a los nazis repeliendo a los Rangers que escalaban por el acantilado, esperándolos agazapados en los bunkers. Entre en varios de ellos, estaban totalmente oscuros, algunos tenían varias habitaciones otros solo una grande. Eran fríos y la humedad era elevada. Casi todos ellos estaban medio derruídos por la batalla. En el centro, abajo en la playa se erguía el gran roque de piedra separado por las eternas alambradas. Caminé por encima de aquellos escondrijos de hormigón solamente abiertos por nidos para morteros y pequeñas fisuras por donde entraba la luz del sol durante un rato más. A varios kilómetros me esperaban más sopresas en la otra playa de desembarco americano, Utah. Luego pasaría la noche cerca de otra playa: la del antiguo puerto artificial construído por los soldados ingleses de Arromanches.












Nido de mortero en uno de los bunker

DESDE NORMANDÍA A AUSWITCHZ (EL CEMENTERIO AMERICANO)





EL CEMENTERIO AMERICANO DE OMAHA BEACH

Después del baño de rigor y de tomar el sol en la playa. Volví al coche. El gran cementerio americano estaba en lo alto de la colina. Lo había visto en numerosas ocasiones en documentales y en el comienzo y final de la película de Steven Spielberg "Salvar al soldado Ryan" así que a mi fetiche histórico, se le unió el cinéfilo.

Llegue justo a la entrada. A la derecha está el museo del cementerio y decidí que lo dejaría para el final.Giré a la izquierda y me adentré por un pequeñoo camino bordeado por frondosos árboles hasta llegar a una plaza semicircular. A lo largo de una pared de marmol blanco se podían leer los nombres y procedencia de cada uno de los hombres que yacen en el cementerio.Más de 10 mil.
En la foto: Vista general del cementerio en una de sus entradas
Una vez cruzo la plaza, subo por unas pequeñas escaleras que me conducen hasta un gran altar con columnas a ambos lados y dos mapas gigantescos que describen con grandes flechas rojas, los avances de las tropas aliadas durante el desembarco y la invasión. Están custodiadas por una gran estatua de marmol negro y dos mástiles con la bandera americana a un lado y la francesa al otro.

Delante de mi se extiende el gran campo santo como una alfombra verde. Cuidado y cortado al milímetro y con las diez mil cruces blancas e impolutas perfectamente alineadas en varias parcelas del terreno. Comienzo a caminar entre las cruces. Los setos y los árboles que los rodean están cortados al mismo nivel. La paz y el silencio respetuoso, se corta con el silbido del tiempo. Algunos visitantes andan a unos metros, pero el silencio es sepulcral. Camino entre una de las calles de cruces. Leo el marmol y en mis pupilas se reflejan los nombres tallados de cada una de ellos. Nombres con un significado para miles de familias pero totalmente incógnitos para mi. John, Marcus, Philipss e incluso nombres de origen hispano, italiano o irlandes . Nombres que cayeron, no solo en la playa, sino en algún lugar de la campiña francesa durante el 44 y el 45.



Entre las cruces latinas, sobresale alguna estrella de David en memoria de algunos soldados judios caídos. A los lejos veo una niña que descansa en el césped, sonriente, como si se tratara de un ángel que haya venido a saludar los restos de sus compañeros celestes. La bandera américana hondea de vez encuando con las ráfagas intermitentes del viento. Miro el reloj y me doy cuenta de que ya llevo más de media hora caminando entre el blanco y el verde. Es extraño, pero no estoy triste, trato de ponerme en el lugar de estos jóvenes que murieron por salvar a los
franceses de la tiranía nazi y aunque no soy católico me los imagino felices allá donde estén, porque sus compañeros finalmente lograron la misión que tenían encomendada. No les fallaron.
Cada uno tiene una historia. Allá donde levanto la vista solo veo cruces, pasillos de cruces.Algunas con ramos de flores a sus pies, otras con mini banderas norteamericanas o algún recuerdo de los familiares que visitan las tumbas cada año por verano. Varias aves y gaviotas se pasean entre ellas justo donde el aire no corre, donde el silencio es más profundo. Cruzo todo el campo hasta llegar a uno de los extremos del cementerio. Hay un pequeño camino asfaltado cubierto por la sombra de los árboles desde donde se puede ver toda la costa y la playa de Omaha. Luego me dirijo al centro donde se ubica una capilla cilíndrica con un altar donde prenden dos grandes velas cubiertas por las banderas con barras y estrellas y que sirve como el único rincón de oración en el lugar.
En las fotos superiores: La niña que fotografié descansa bajo el sol entre las cruces. Una paloma pasea por la hierba donde el silencio es más profundo.
Abandono el cementerio por el mismo camino por el que entré hasta alcanzar el museo anexo. Enel interior se pueden ver documentales, documentos reales y cada uno de los movimientos militares las operaciones en Europa tras el desembarco.

En una de las salas, rodeado por cristales y con la luz del sol alumbrándolo, se exhibe el simbólico monumento al soldado: un fusil clavado en las piedras que simulan la orilla de una playa y en cuya culata descansa un casco de combate.

En otra de las salas contiguas se proyecta un emotivo documental actual con entrevistas a los familiares vivos de 10 jóvenes que murieron en Normandía. La película cuenta cómo eran antes y después de ingresar en el ejército para acabar muriendo junto a sus futuras esperanzas en combate.

Tras ver la película y aún en la oscuridad, los sollozos de algunos espectadores me estremecen. Logro distinguir a un señor que aparecía en el documental y que se encuentra muy afectado, la salida de la sala se asemeja a la de un velatorio y decido que mi visita al cementerio acaba aquí.

Pongo rumbo al siguiente objetivo: visitar los frentes de lucha en la playa en Pont Du Hoc, Utha Beach y la linea de antiguas baterias de defensa alemanas.

sábado, 18 de octubre de 2008

(RETRATOS DE UN INSTANTE) LA MUJER Y SU SOMBRA




LA MUJER Y SU SOMBRA


La foto la capté en el barrio del Nuevo Vedado en la Habana. Caminaba una tarde después de visitar la plaza donde se ecuentra la estatua de John Lennon. Hacía un calor humedo insoportable y en el porche de una vieja y destartalada casa colonial, esta mujer tendía lo que parecía una mata de pelo artificial. El sol fue complice de mi cámara reflejando su sombra en la fachada. Lo curioso del caso es que la mujer, mulata, sufria una despigmentación de la piel que hacía que contrastara con su moreno y el blanco. La luz solar se unió al momento para conformar esta curiosa mujer entre luces y sombra.

viernes, 17 de octubre de 2008

DESDE NORMANDÍA A AUSWICHTZ (LA TOMA DE OMAHA BEACH)

RUMBO A OMAHA BEACH
En Caen alquilé un coche por dos días con gps. Todo esto me birló 150 euros de la cartera. Pero valío la pena. Explorar la costa de Normandía sin coche, es una ardua tarea porque la región cuenta con numerosas localidades muy pequeñas junto a a la costa a las que se llega por carreteras secundarias y donde no llega el tren.

Una de esas localidades es Bayeux a la que llegué antes del mediodía. A la entrada del pueblo saludo a una gran estatua que rinde honor al general Eisenhower. Casi todas las calles, pueblos de la zona poseen nombres de generales, o altos mandos del ejército americano en agradecimiento a sus salvadores.
Bayeux está situada en el noroeste de Francia, pertenece al departamento de Calvados, en la región de Baja Normandía. El pueblo está bañado por el río Aure que desemboca en el canal de La Mancha, el mismo que cruzaron los aliados el dia D. Explorando sus calles, me encuentro con la oficina de correos que está junto a un linde del río donde un molino de agua de madera gira al compás de la corriente del pequeño canal.


Vista parcial del pueblecito de Bayeux con su molino de agua

Recorriendo las afueras del pueblo me encuentro con el museo dedicado a la batalla de Normandía. Hasta ese momento, los carteles alusorios a la playa de Omaha que me había encontrado durante todo el camino y que me hacían estar impaciente, tuvieron que esperar. No tenía mucho dinero disponible para gastarlo en una entrada pero realicé una parada obligatoria en el lugar, cuando en la misma entrada, ví los dos primeros tanques de mi viaje.

A la izquierda un Sherman americano con la estrella blanca. A la derecha un Panzer color caqui camuflado con una cruz de hierro. Ambos ahora custodian la entrada en perfecta simbiosis histórica . Aproveché para hacer las fotos de rigor y entrar en el museo para preguntar cómo se llegaba a Omaha Beach. El conserje me dio una mapa perfectamente señalizado con todos los lugares de la costa normanda en la que desembarcaron los aliados y las batallas más importantes. Con eso y el gps lo demás sería coser y cantar.

Volví al coche y seguí mi camino hacia la playa. La costa de Normandía es toda una maravilla. Inmensos prados verdes y campos de trigo te saludan al pasar. Es un hervidero de aves y de naturaleza que te hace reflexionar sobre cómo fue posible hace 60 años que en esta zona, el terror, la destrucción y la muerte se desparramaran por sus tierras.
Mientras pienso esto, veo los primeros carteles que señalan la playa de Omaha a tan sólo 2 kilómetros. Ya oigo el sonido de las gaviotas y sé que estoy cerca.
En las dos fotografías superiores. Tanques americanos en la entrada al museo de la batalla de Normandía. Y tanque alemán Panzer

Pero antes me detengo en un museo al aire libre que me llama la atención. No parece nada oficial más bien clandestino. A un lado de la carretera, varios cañones obus oxidados, descansan junto a un rebaño de obejas que come hierba. Una de ellas se restriega con el tubo del arma y luego se acuesta. En el otro aldo de la carretera, en un pequeño hangar, un viejo francés escucha la radio a la sombra mientras mira cómo entro en su terreno. Sigiloso, se levanta de la silla y me observa. No le digo nada y me acerco a una batería antiaérea Nazi que descansa entre otros objetos de combate desparramados por el suelo. El viejo me invita a bajar. Sin hacerle mucho caso, comienzo a disparar por segundo fotografías de lo que me rodea. Un jeep de campaña americano, los restos de una lancha de desembarco, barrera defensivas antitanques rodeadas de alambradas de espinos y demás armas rodean lo que se podría considerar el museo de la chatarra de Normandía no exento de su encanto.Estos son sus tesoros, amasijo de hierros y basura militar que reposa allí exahustos por la batalla y el paso del tiempo. El viejo masca algo en la boca, le miro, me mira. Le pregunto cómo llegar a la playa. Me indica la dirección con el dedo índice sin dejar de mascar. Levanto la mirada y no logró ver el mar. Me tengo que subir a una de las barreas antitanques en forma de X para avistar el horizonte. Se huele el salitre y palpo ya en mi mano que estoy cerca de la playa que antaño fue un infierno. Por mi mente se proyectan las imágenes de la batalla que se han grabado en mi conciencia colectiva. Me subo directamente en el coche. Ha llegado la hora de tomar la playa.

En estas fotografías inferiores se pueden apreciar restos de la "chatarra militar" que yace desperdigada por el museo al aire libre.







Comienzo a bajar hacia la playa por una carretera delimitada por campos de trigo amarillo . En esta zona estarían apostadas las baterias y las fuerzas alemanas- pienso- hoy todo es paz, brisa marina y silencio. Un kilómetro más adelante se extiende ante mí la gran playa de Omaha. 6 km de extensa arena amarilla bordeada por colinas verdes y al otro lado: el extenso canal de La Mancha, el muro del Atlántico. Trato de imaginar miles de barcos anclados disparando hacia donde ahora me encuentro hace 64 años y las lanchas de desembarco dirigiéndose hacia la playa.

Fotografías tomadas durante el desembarco en 1944


Es un lugar precioso, es temprano, casi las 11.
Me bajó justo en la mitad donde hoy se erige un monumento de piedra en honor a los más de 50 mil soldados que cayeron en esta pl
aya. Una bandera americana.

hondea constantemente junto al monumento y la entrada a la arena. El día está completamente despejado, la marea está vacía y me pongo el bañador, cojo la toalla.
La orilla está a unos cien metros y camino descalzo y lento por la arena mirando todo a mi alrededor.

A mi izquierda, a lo lejos , veo los acantilados del Pont Do Hoc, zona de desembar co y escalada donde los Rangers americanos sufrieron grandes bajas. Giro sobre mi mismo y en las colinas intentando descubrir el cementerio americano pero sin suerte. Camino hacia la orilla siguiendo un pequeño cauce de agua. Trato de borrar de mi mente imaginaria que ese cauce era de sangre hace años.

Abajo, En la primera fotografía, soldados americanos tomando Point Du Hoc. En la segunda, fotografía que tomé casi desde la misma posición.












Antes de llegar dejo mi toalla y me lanzó directamente al agua. Templada y en calma tengo ante mi toda la playa. Ahora estoy en el mismo lugar donde las fuerzas americanas pusieron el primer pie en Francia. Las colinas frente a mi se erigen a unos 50 metros de altura con pequeñas casitas con tejados grisaceos en su base.


Unas colinas reforzadas con Búnkers, ametralladoras mg42(http://es.wikipedia.org/wiki/MG42) y cañones del 88.
(http://es.wikipedia.org/wiki/Cañón_88_mm)

Ahora comprendo cuando muchos dicen que se envío a los soldados a morir a aquella playa. La carnicería era evidente y no es de extrañar que los americanos necesitaran tres oleadas para tomar el pie de playa.

Vistas parciales de la playa de Omaha Beach el día que estuve.