La calle subía al borde de un río. Las casas de dos pisos decoraban el muro de piedra frente a ellas que aguantaban estóicamente los rayos de sol. La caminata se hizo suave a razón de que la vegetación del lugar suavizaba el termómetro. Del asfalto borboteaban miles de manchas blancas, como si fueran lunares de chicle rebeldes que tratasen de emprender una invasión contra las bocas que los habían escupido.
Más arriba, elevadas, estaban ellas perfiladas en sombras. Me miraban vigilantes, sigilosas, moviéndose lentamente en cada rotación terrestre y a cada paso que daba. Eran las chimeneas de las casas que también se revelaban y querían huir de los tejados, pero no más lejos del final de la calle. Simplemente, necesitaban dar un paseo porque nadie las había invitado. Por casualidad, pasaba por allí y me uní a la causa. Fue para mí un honor poder ayudarlas en su ímpetu por descubrir un nuevo mundo desconocido hasta entonces para ellas. Nunca supieron cómo agradecérmelo.
2 comentarios:
Tan solo viendo que lo han conseguido, es la manera de ser correspondido, si no sabe agradecer.
Me gusta tu post
Ha sido oportuno tu llegada en ese instante o fue una coincidencia que pasabas. Has sabido plasmar perfectamente lo que ellas deseaban...
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