jueves, 10 de noviembre de 2011

LA MEDIANOCHE DEL HOMBRE (PARTE I)

BEA
La luz brillaba tenue, pero lo suficientemente clara para destapar el inicio de una nueva mañana, una vez más, junto a un  desconocido de turno que dormía a su lado. Bea descansaba boca abajo. Desnuda. Sus  nalgas firmes  sobresalían de entre las sábanas blancas y su espalda, fina y lisa, tostada por el sol, desprendía un fuerte calor corporal, típico ya en sus despertares post-servicio. El desconocido dormía desnudo, boca arriba, con la boca abierta, pelo ralo, pecho peludo, ni muy joven ni muy maduro. Eso no era importante para alguien como ella. La madurez sexual del especimen con el que había compartido cama, se había evidenciado durante toda la noche pero a Bea eso no le importaba. Hacía tiempo que el mundo se había convertido para ella en una franquicia. Una franquicia con el único nombre, sin una única  marca más que la de su misión redentora. 
Se levantó de la cama con cuidado. Se acercó a la esquina del armario. Oteó con los dedos la moqueta de la habitación en los bajos de madera y sacó la mini-cámara. Se aseguró de que la grabación había ido bien y esbozó una graciosa sonrisa de satisfacción. 
La ducha fue más agradable de lo habitual esa mañana. Su pelo corto y negro azabache apenas le cubría la mitad del cuello donde  con letras elegantes lucía un tatutaje con la palabra "Poesía" El agua actuaba como un tónico raparador de su conciencia.Fría, se deslizaba por las pecas de sus hombros, sus pequeños pezones y el poco vello púbico que coronaba su sexo hasta desaparecer por la punta de los dedos de los pies. Una sensación tan agradable que  la tentó a masturbarse pero tenía prisa asi, qué salió de la ducha y recogió sus cosas. Se vistió y se acercó a la cama. Durante un instante se detuvo y miró al individuo. Parecía muerto. Se aproximó a su boca pero dormía plácidamente exhalando el aire de la mañana por su boca , inspirándolo por una nariz que dejaba entrever esos primeros pelillos moqueados y salientes nasales que asimiló como si fueran las gárgolas que había visto en Notre Dame en Paris y  que presagiaban  que algo cambiaba dentro de él. Sintió pena durante un instante, pero ese no era su problema pensó.
Entonces esgrimió su ritual: Se sentó en el escritorio y comenzó a escribir en  papel higiénico el poema con el que siempre cerraba su trabajo. Su firma personal, su franquicia lírica.

Los ojos inyectados de plasma duermen putos esta noche
Las carrocerías se deslumbran entre pollas  indecentes
Las madres del futuro ya no os salvarán de una vida hipotecada 
Sucia, pero única, astuta pero orgullosa, mal herida pero ardiente
Despeja tus dudas, atiende a tus adentros. Aunque te sientas muerto, piénsalo
quizás te hayas liberado.
Dejo el papel a los pies de la cama. Cerró la puerta de la 183 con sumo cuidado, pendiente de que el individuo no se despertará. Avanzó por el pasillo del hotel rumbo a la cita convenida esa mañana. Las pruebas estaban en su poder. Con eso le bastaba. Luego pensó que  quizás podría celebrarlo esa noche en el On the Road con una buena copa a la salud de aquel puto desgraciado.
CONTINUARÁ

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