El desencadenante de todo lo que Makasi no le había comentado a Hiroshi, fue el concierto de The Killers . Hiroshi le había dicho a Masaki que sería imposible ir a verlos con ella porque tenía que trabajar esa noche. La noticia, lógicamente le sentó mal a Makasi que en ese mismo momento decidió aprovechar la decisión para romper la relación de dos años que mantenían. -Llevo pensándolo desde hace meses, pero ya no puedo más- fue su respuesta.
A pocos kilómetros, si me apuro, yo diría metros de allí, Yunko afrontaba otra jornada de trabajo. Pintaba sus labios con carmín y besaba el pequeño crucifijo que siempre se colgaba en la cadenilla que aguantaban sus caderas y que caía sobre su cintura.
Junko era una de esas chicas sin tabúes, visceral en ocasiones, poderosamente sensible en otras. Vivía desde hacía tiempo en Yokohama. Hiroshi Había tenido un mal día. Se había perdido el concierto de su grupo preferido porque le habían llamado para trabajar en el Tanatorio. El tío del alcalde habia muerto y a él le tocaba darle
la mano de pintura correspondiente. Hiroshi trabajaba como autónomo maquillando cadáveres para una funeraria occidental que se había convertido en una multinacional con base en Tokio. Esa noche estaba enojado por aquello y desahuciado por su ruptura con Masaki. La única chica de la que se había enamorado.
Cuando miraba al muerto que se plantaba ante sus ojos se imaginaba los maléficos reefs de guitarra que David Keuning lanzaba a las locas fans que se rasgaban las camisetas enseñando sus enfervorizados senos con pezones rosados y gritándoles que les hicieran el amor. Se creaba suposiciones que le martilleaban la cabeza sobre Masaki: que ella estaría allí y acabaría acostándose con el guitarra o con algún chaval que conociera en el concierto, aunque sabía que ella no se comportaría así.
Terminado su trabajo Hiroshi se acercó al centro, cerca del barrio de Yamate. Su pulso se aceleraba. Entró en una cabina e hizo una llamada. 15 segundos después estaba fuera, en la calle. El lugar donde había quedado con la persona con la que había hablado al otro lado del cable telefónico, no estaba muy lejos. Fue caminando, mirando cada edificio, hasta que lo encontró. Pasaba desapercibido ante el ir y venir constante de los viandantes. Estaba nervioso. Con la moral baja y la autoestima por los suelos húmedos de su ego. Daba vueltas sobre sí mismo, pensando en Masaki. Un calor repentino le recorrió todo el cuerpo. Entraba en ebullición y en pocos momentos tomaría la decisión sin pensarla, como si esperara la sugerencia de sus impulsos. Decidido, se acercó a la altura del 247. Tocó el portero. Alguién descolgó y preguntó. -Hiroshi-respondió y la puerta del portal se abrió para sus ansias descontroladas.
Ya arriba, la primera visión que le espetó fue la de Junko. Dos coletas a los lados, unos labios carnosos y con un lindo vestido semitransparante que la asemejaban a una niña que pasea un domingo cogida de la mano de sus padres. Tal y como Hiroshi se habría imaginado en sus constantes sueños de comic.
Hiroshi enmudeció, Junko le habló al cabo de ocho minutos dos segundos y siete milésimas. Justo el tiempo que tardó ella en desnudarse. Hiroshi la había esperado sentado al borde de la cama de una habitación blanca, con una cama blanca, unas sábanas blancas y una repisa negra. Junko fue honesta. - una hora. 14000 yenes y puedes correrte dos veces- . Dame ahora le dinero. Así de fría, congelada y real. Hiroshí sacó la paga que le habían dado tras maquillar al tío del alcalde y se la deslizó entre los dedos de Junko que se agarraron fuertemente al papel de la moneda. Junko la colocó en la mesilla de noche y extendió sus dos cuidadas manos desnudas hacia Hiroshi. Cuando terminó de desnudarle intentó tocarle pero en ese instante Hiroshi la detuvo. Junko no entendía nada.
Túmbate, le dijo. Junko sorprendida se acostó en la cama. -De lado por favor. Junko comenzó a tener miedo, a temerse lo peor, pero decidió aguantar unos segundos más sin perder de vista a Hiroshi en ningún momento. Hiroshi entonces comenzó a acariciar su miembro, mirando la belleza de la piel blanca de Junko. Así estuvo durante media hora, sin tocarla, sin que ninguno de los dos dijera una sola palabra. Hiroshi la adoraba ahora, aunque en sus idas y venidas no podía dejar de comparar, con Masaki , a todas las chicas con las que se había cruzado ese día. Aunque no las conociera de nada. Cuando Hiroshi eyaculó. Su corazón se estremeció por dentro. Junko, se apiadó de él. Hiroshi temblaba de arriba abajo, su cuerpo entero era un escalofrío. Junko lo abrazó y lo vistió. Abrió el cajón y sacó los 14000 yenes que volvió a meter en el bolsillo del joven. Hiroshi no paraba de tiritar, como si estuviese poseido. Con la cabeza gacha, sin abrir la boca. Junko se acercó a la puerta, observó por la mirilla para asegurarse de que no había moros en la costa y se despidió de su cliente.
Hiroshi, ya en su casa, se duchó diez veces desde las nueve hasta las doce de la medianoche. Su cuerpo se arrugaba por la humedad y su conciencia seguía sucia por lo que había hecho. Intentando autoconvencerse de que todo había sido un nuevo sueño construído desde su colección de comics.
No lejos de allí a unos 2 kilómetros díria yo. Masaki escuchaba a The Killers en su cama, mirando al techo de su habitación. No había ido al concierto. Masaki era japonesa de adopción pero había nacido en Shangai. Vivía con sus padres en el Barrio Chino.
Junko, miraba por la ventana, pensando en lo que había vivido con Hiroshi ¿Porqué aquél chico no había querido tocarla? quizás tuviera miedo de cotraer alguna enfermedad. Quizás fuera otra fantasía sexual de las miles que le pedían a diario sus clientes y que ella soportartaba con resignación y profesionalidad a cual más estrafalaría. Pero Junko sintió que el chico sentía algo especial.
Efectivamente cuando Hiroshi salió de la bañera tras ducharse por enésima vez, pensó que sus veintidós años se habían convertido en una losa difícil de superar. Ya era la una de la madrugada. Pero desde la ventanilla del cuarto de baño, vió como un vestido muy similiar al que había llevado Junko volaba entre las nubes grises. Se extrañó en demasía. Luego se miró al espejo y se acordó por penúltima vez de Masaki. Pensó en llamarla para decirle que pese a todo, seguía siendo virgen.
Sería fugaz, rápido, sin esperar la contestación.
Mientras, el vestido de Junko, seguiría rondando impulsado por la brisa cerca de la casa de Hiroshi, como sin guardara vela, esperando que el que fuera su dueño por una hora y 14000 yenes, volviera a reclamarlo.