Celina, limpiaba con garbo la cocina, la alcoba, el salón y el mobiliario del señor Lorenzo. Un abogado cincuentón cuya semicalva dejaba sus carencias afectivas al libre albedrío. Pese a ello, era el director de reputado y prestigioso buffet. Cada vez que llegaba a casa pedía un té con poleo menta que Celina se afanaba en calentar y dejar en su punto, tal y como le gustaba al señor. Lorenzo tenía por costumbre después de acudir al despacho, sentarse en el parque a fotografiar de lejos a las jovencitas que paseaban de un lado a otro de la calle. Por la noche las descargaba en su PowerPoint para dar rienda suelta a sus más encontrados deseos onanistas. Cecilia también era víctima de sus miradas hasta tal punto que le había ofrecido acostarse con ella a cambio de dinero en alguna ocasión. Ella tenía que soportar sus insinuaciones, que atajaba siempre en el momento justo.
Celina había recaudado hasta la fecha cerca de 10000 mil euros después de 2 años en el país. Cuando contó tal cantidad, acudió como cada día al locutorio. Al otro lado del teléfono le esperaba su novio Diego, que cuidaba a su madre en Oaxaca. “Cariño, anden que pronto estarán conmigo, ya lo tengo todo listo”.
Celina había recaudado hasta la fecha cerca de 10000 mil euros después de 2 años en el país. Cuando contó tal cantidad, acudió como cada día al locutorio. Al otro lado del teléfono le esperaba su novio Diego, que cuidaba a su madre en Oaxaca. “Cariño, anden que pronto estarán conmigo, ya lo tengo todo listo”.
El piso de Celina estaba ocupado por otros 6 compañeros con el que lo compartía bajo colchones de primaveras y nevera colectiva. Dejó al señor Lorenzo y buscó trabajo en otro lugar vendiendo clínex, y limpiando alguna que otra escalera. Pese a ello no faltaba su cita diría con Santa Cecilia, a la que rezaba 4 padre nuestros y 10 ave marías. Un día al regresar el sobre con el dinero ahorrado había desaparecido al igual que todos los compañeros de su piso ocupado. Su vida se fue por la cloaca en un instante. Intentó buscar un trabajo decente pero sin papeles y sin propiedades sus esperanzas se diluían. Rezó a Santa Cecilia, le pidió más tiempo a Diego sin contarle lo que le había pasado. Durmió bajo un puente hasta que encontró en la red una solución ideal.
El día que Cecilia volvió a tocar en la casa de don Lorenzo, este le recibió con la mayor de las sonrisas. Le pidió la certificación del ginecólogo. Se la dio. Acto seguido Cecilia empezó a desnudarse con lagrimas en los ojos. Don Lorenzo estaba ciego, su lengua se relamía en el interior de su boca. La acostó en la cama y después la penetró con un deseo devorador, Su lengua viperina se balanceaba, Celina, lloraba, 10 minutos más tarde, Lorenzo reventaba dentro del preservativo con un gemido seco. Celina se vestía con rapidez, mientras Lorenzo agotado, se tumbaba en la cama con la respiración entrecortada. Celina acudió a la ducha, se restregó con jabón cinco veces, seguidas, con fuerza, con rabia con impotencia. La sangre seguía escurriéndose por el agujero del bañera junto a sus lágrimas. Salió se secó y vio a Lorenzo durmiendo y roncando en la cama semidesnudo. El dinero prometido yacía en el tocador junto al espejo. 20 mil euros, más de lo que jamás había soñado. Lo cogió, miró su reflejo de inocencia perdida y giró la cabeza hacia Lorenzo. Se acercó ligeramente a la cama. Dudó unos instantes mirando una de sus medias tendía sobre las sábanas. La cogió y la metió en su bolso. Luego se marchó cerrando la puerta con delicadeza para no despertar al señor. Llorando por la calle, acudió al Locutorio. Tenía una buena noticia que darle a su familia, por fin podría regresar a casa.
1 comentario:
duro pero real, bien escrito.
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