domingo, 8 de marzo de 2009

LA CORBATA DE ANNIE HALL

El día en el que apareció por última vez en su trabajo iba vestida imponente, cómo siempre aunque sus ilusiones por mejorar y ascender se habían diluído hacía años.
Acudió a la planta 2. Sección de caballero. el 90% de las mañanas de su sus últimos 20 años de vida transcurrieron detrás del mostrador donde vendía corbatas para trajes hechos a medida en unos grandes almacenes.

Por allí pasaron todas las tendencias. Recordaba con humor los diseños de cuadros que comenzó a vender a principio de los 80. Se había enamorado de unas de las corbatas que Diane Keaton vistió en Annie Hall cuando vio la película por primera vez. Un año más tarde la contrataban como dependienta en los grandes almacenes en el 81.

Desde entonces aprendió a hacer nudos. El Nudo simple, el nudo Windsor, el Shelby el Ascot, el de pañuelo y así hasta completar un amplio catálogo que le ofrecía a la gama de yupies y brokers que la visitaban cada día para dar luz a sus camisas. Se había convertido en toda una experta después de cinco años. Los hombres acudían a la planta no solo para comprar sus corbatas sino por el trato que les dispensaba.
incluso creó su propio nombre para nudo de corbata: el nudo Cindarela. Nunca lo patentó pero desde que lo inventó, miles de ejecutivos y peces gordos acudían orgullosos a sus reuniones, galas y eventos importantes con la impronta de sus nudos . La década de los 90 fue de crisis. No se vendían tantas corbatas. La moda cambiaba y ella era esclava de ese cambio. Pasó cinco años de tristeza en su planta pero a finales de la década, revivió lo retro y desde entonces ya no paró de vender. Fue empleada del mes en 17 ocasiones en tres años. Dedicó su vida a esa planta en la que disfrutó de maravillosas experiencias. Incluso en una ocasión hizo el amor en el probador de la planta. Fue muy excitante porque su amante solo llevaba puesto, lógicamente, una corbata de la que ella tiraba cada vez que la penetraba. Lo hacían en silencio tapándose ambos la boca. Después de sus autohomenajes pasionales y feticheando con la moda corbatil, ella le suplicaba que le deslizara la corbata por su espalda desnuda y sus labios para quedarse con la esencia. Así estuvieron durante una temporada hasta que él se casó. Era curioso porque su mujer se presentaba de vez encuando para pedirle consejo sobre qué corbatas comprarle a su marido. Ella sonreía ofreciéndole los mismos modelos con los que había vibrado en sus incursiones del probador.

Después de todos esos años, se había convertido en la veterana de la planta. El resto de chicas que trabajaban en ella, apenas llegaban a los 30 años. Algunas incluso, acababan de cumplir los 18. Los tiempos habían cambiado y un buen día su jefe le dijo que ya no valía para el puesto. Que era demasiado vieja. Tenía 40 años recien cumplidos. Buscaban otro tipo de chica. Ella miró através del cristal del despacho y observó al resto de sus compañeras. Todas vestían minifaldas, con cuerpos moldeados, jóvenes con melenas aterciopeladas y sonrisas cautivadoras. ella seguía conservando su atractivo pero no era suficiente. Necesitaban chicas jóvenes a las que explotar antes que la calidad y experiencia de la mejor experta en corbatas de la comunidad. El jefe le extendió el cheque del finiquito y simplemente valoró los servicios prestados a la empresa durante tantos años con una palmadita de agradecimiento en la espalda, abriendo la puerta de su despacho. Era el 3 de Junio de 2001.
8 años más tarde. Catarina González Vázquez encabezaba la manifestación en la calle del sindicato femenino el 8 de marzo de 2009. Alzando su puño no se cansaba de gritar. ¡IGUALDAD! ¡IGUALDAD! Llevaba una corbata azul marina con nudo Cindarela y unos pequeños lunares blancos como la de Diane Keaton en Annie Hall.

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