jueves, 21 de octubre de 2010

EL CHICO DE LAS ESTRELLAS

Se pasaba las noches mirando las lunas bañadas en el reinado de las neblinas de la noche. Como si el satélite selenita se tomara un baño turco más allá de los límites del barrio de Galata. Recordaba las miles de veces que había paseado por la zona baja, la más arrimada al Bósforo, donde contemplaba las numerosas tiendas de buceo que le animaban a zambullirse en las aguas. Pero esta vez su Skyline no se componía de las picudas torres de las mezquitas azules. El viento le hacía perder un poco el aire de nostalgia que sentía desde que había dejado Estambul hace dos años. El frío era más húmedo así que para apaciguarse se había comprado un aparato finlandés para fotografiar estrellas. Su ordenador se había convertido en un mapa esquemático de la bóveda celeste. Orión visitaba de vez en cuando a Casiopea en su carpeta de constelaciones y las variedades de luna coqueta tomadas desde su azotea, se asemejaban a la que alguna vez había visto en el desierto. No hablaba aún español, pero salió al 24 horas de la esquina a buscar algo de comida. En el mostrador le esperaba ella. Aquella dependienta de nariz y orejas puntiagudas, pelo rojizo y sonrisa encajada. Su universo se hizo pequeño, las estrellas de su ordenador se volatizaron en pixeles perdidos. Hola, le dijo con un torpe acento. Venía de otro planeta, después de tanto buscar en el cielo, había encontrado la paz en la tierra.

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