viernes, 28 de noviembre de 2008

VUELVA USTED MAÑANA (CONSECUENCIAS DE LA CRISIS)


Llevaba días despertándome a la misma hora en el mismo minuto y en el mismo lugar por el que cada mañana se colaban los rayos de sol en mi habitación. Siempre me pillaban de lleno en el ojo derecho y entonces abría los ojos mirando al techo y pensando que desde ese instante me esperaban 24 horas de suplicio en el vacio existencial que me corría por las venas.

Hoy se cumplían 14 días desde que el cabrón de recursos humanos me entregó la carta. - lo siento- fueron las únicas palabras que generó su disléxico aparato articulatorio fonador. El muy hipócrita no sentía nada . Bastante faena tenía ya con dar la cara ante mí. Los últimos 15 años de mi vida se los había regalado a una empresa de publicidad en la que mi único trabajo consistía en corregir textos de slogans spots y tarjetas de visita. 15 años desperdiciados para pagar una hipoteca que me ahogaba el gaznate cada vez que trataba de olvidarla en el bar de don Pelayo, cada tarde después del trabajo. Y el final era una carta. Una mísera y estúpida disculpa de uno de los últimos enchufados del director¡ Qué triste! Ya era una cifra más, un número primo desahuciado y engrosando la lista del desempleo social .
Sufría el síndrome de abstinencia desde hace días. Un sudor frío me recorría la frente sólo de pensar que tenía que levantarme la cama. Mi única y fiel compañera en los últimos años. Ella nunca me echaba nada en cara, no hacía preguntas. Simplemente se complacía en darlo todo para que descansase y me olvidara de lo demás. Le debía parte de mi vida. Mi cama, por lo menos aún la conservaba, me autocompadecía.
Esa mañana me levanté sobresaltado. Tenía que ir a la oficina de empleo. Mañana se cumplian los 15 días hábiles para solicitar la demanda de empleo. Como no lo hiciera, sería hombre muerto.

Apuré un trozo de croissant que había dejado en la mesa del salón la última noche. Me habían cortado el agua así que ni pude lavarme la cara. Llevaba los mismos pantalones del día anterior con los que me había ido a la cama. Cogí la primera camisa arrugada que encontré en el armario y me puse la chaqueta mientras le daba el último mordisco al croissant y cerraba la puerta de casa.

Cuando llegué a la oficina cogí número. Por delante de mi restaban 50 personas. Me senté a esperar. Frente a mí una mujer de tez morena resoplaba. Un señor maduro miraba el tablón de anuncios en busca de alguna oferta de trabajo y cada cierto tiempo la subalterna de la oficina gritaba en alto el nombre del siguiente desempleado. Estuve esperando 45 minutos sólo habían pasado diez personas así que decidí acercarme a la empresa autónoma de aguas para pagar la factura que debía. Aquí la cola era menor. Después de esperar 20 minutos me tocó el turno. Me atendió una señora de mediana edad. Tenía el aspecto y la cara de esas personas que tiene escritas en su rostro que los últimos 20 años de su vida los han pasado detrás de un mostrador cobrando facturas a distintas generaciones de clientes. Y es cierto , todos los funcionarios me parecían que tenían la misma cara, la misma forma de mirar, de responder e incluso de poner el cuño a los documentos. La misma rutina durante toda la vida debe matar alguna parte del espíritu. Por un momento me vi reflejado en ella. Aunque en mi caso, la rutina del trabajo me había transformado en un esclavo del tiempo libre.

Dígame me dijo con voz seca. Le di el recibo. -45 euros más treinta y uno con 44 por el restablecimiento del servicio. ¿Perdone? le pregunté con ironía. Si quiere que le restablezcan el agua son 31 euros por impago. -No los tengo ahora- ¿Puedo pagarle el recibo y volver mañana para.... -No, tiene que pagarlo todo junto-. En épocas de crisis no importa la situación en la que estés. No importa que la persona que te atienda tras la mesa tenga un buen dia o uno malo. No importa que su hija se esté muriendo de leucemia o que su vecina también tenga un problema con el abastecimiento del agua. Eres un nombre y un número de referencia en un papel. Todo lo demás sobra.
Salí de allí hacia la oficina de empleo. Faltaban 30 minutos para que cerraran. Cuando llegué la mesa de la encargada estaba cerrada. Un cartelito de cartón en su mesa me informaba. SALÍ A DESAYUNAR. Miré el reloj, eran las 13,15 de la tarde. Esperé cinco minutos hasta que volviera. El anterior número que el mío se había marchado así que tuve suerte y pasé a la mesa. Un hombre delgado de mediana edad y con cara de mal humor comenzó a encuestarme sin mirarme a la cara. Le di mi DNI se limitó a hacerme las preguntas de rigor ¿Estaba bueno el desayuno? le pregunté. Alzó la mirada. -Si- respondió con desprecio. Le hace falta el certificado de empresa. Caí en la cuenta de que me lo había olvidado en casa. Disculpe. me he olvidado puedo ir a buscarlo a casa? Son cinco minutos, está aquí mismo-. El empleado miró al reloj y sin apartar la vista de la pantalla del ordenador me dijo.- Cerramos en tres minutos, vuelva usted mañana. -Mañana no puedo, hoy es el último día que puedo apuntarme-. -Lo siento señor.- Dijo apagando el ordenador. -Por hoy hemos terminado, no puedo ayudarle sino me trae el ....-. No completó la frase. Fuí rápido y cuidadoso. No quise hacerle daño en las cervicales. Le tapé la boca y lo estrangulé con dulzura. Apenas se resistió. Murió féliz, en su trabajo. Con esa misma cara con la que había atendido a miles de desempleados.
La policia llegó pronto. Mientras iba en el coche patrulla con la mirada petrea en la sirena, recordé los rayos de sol penetrando en mi habitación por la mañana. Me compadecía de mi mismo. Hoy no dormiría en mi cama. ¿Qué sería de ella sin mi y de mi sin ella? ¿Cómo iba a poder soportarlo? ¿Cómo me olvidaría esta noche de que no había podido pagar la factura del agua?
Cerré los ojos y me dejé llevar. Ya nada sería igual. Por lo menos había roto la monotonía.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

DESDE NORMANDÍA A AUSWITCHZ WELICKZA (LA CATEDRAL DE LA SAL)


Por la mañana temprano salgo en guagua rumbo a las minas de sal de Welickza. No están lejos de Cracovia a unos 13 kilómetros. Están consideradas con una de las más grandes del mundo. Sus galerías, construídas en el siglo XIX, se extienden a lo largo de más de 200 kilómetros y son Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1978. La puerta de entrada a las minas se caracteriza por la cantidad de turistas que salen de ellas y por sus caras y gestos de asombro cuando vuelven a ver la luz del día. Más tarde sabría el porqué de sus gestos.
Comienzo el descenso a la minas por unas escaleras de madera. Asomo el pie por el primer peldaño de los más de 300 escalones que hay hasta bajar al nivel, a unos 135 metros bajo tierra. La vista desde lo alto de la escalera es vertiginosa. Desde allí puedo apreciar la profundidad. Veo las manos de las personas que se encuentran unos 30 metros más abajo y la oscuridad del fondo. La escalera está iluminada por pequeñas lámparas de mano y la barandilla y los tabiques de madera presentan escrituras, e inscripciones de las muchas personas que han pasado por allí. Bajo las escaleras de forma circular mientras miro al abismo. La sensación puede llegar a ser agobiante para una persona que sufra claustrofobia. Cada 20 metros noto como la humedad va calándose entre mis ropas. Un aire frío asciende mientras se oyen los comentarios en forma de eco que llegan de las personas que están varios niveles más abajo. Cada cierto tiempo, suena una campana que anuncia que varias personas suben desde la mina en un mini ascensor. Entre los tabiques de madera la roca está fría puede cortar si la tocas. Después de alcanzar el primer nivel a unos 64 metros de profundidad miro hacia arriba.Veo la misma imágen pero al revés. Camino por este nivel pasando a diferentes galerias. Las paredes y las vigas de madera son madera precisamente por la cantidad de sal que se encuentra aquí. La sal se adhiere a la madera y la conserva. Este es uno de los lugares de extracción de sal gema más antiguos del mundo, que sigue en funcionamiento desde el siglo XIII. Atraviesa un increíble mundo de galerías de sal y cámaras con esculturas únicas en su género. Si no se va guiado, es difícil perderse en este laberinto. Curioseo y paso mi mano por las paredes del techo. Efectivamente después de lamerla, el gusto a sal se impregna en mis papilas. El lugar es lúgubre. Grandes galerías se alternan con pasillos gigantescos separados entre si por grandes puertas de madera. Cada vez que cruzo y cierro una tengo la sensación de que me pierdo más en este gran mundo de laberintos. Las velas y luces tenues son las únicas fuentes de energía que me guían ahora. Paso junto a varias capillas subterraneas en las que los mineros rezaban. Las condiciones de los antiguos trabajadores debían ser inhumanas. De hecho muchos vivían durante el año aquí abajo. La extracción era rudimentaria con gruas, poleas y molinos tirados por caballos. Más adelante notó algo duro bajo mis pies, son los viejos raíles de acero donde se transportaba la sal hasta el ascensor que llevaba al exterior. El agua aquí abajo sabe evidentemente a sal y su color es rojizo. Tomo un sorbo y sigo el camino bajando por un sendero excavado en la roca. La bajada se hace difícil e imagino lo díficil que sería para los trabajadores cargados de material bajar por aquí. Llegó al siguiente nivel a 100 metros de profundidad. Frente a mí hay un pequeño lago con una barcaza. Es increible pero dentro de la mina también se utilizaba la barcaza para ir de una galería a otra por las aguas subterraneas. El cauce del lago lleva a otro gran lago del interior. Luego Llego a la parada estrella de la visita. La gran capilla de Santa Cunengunda. Una gran capilla principal donde se celebraban las misas de la mina. Hoy en día, me dicen se celebran aquí abajo bodas y bautizos. La estancia es increiblemente bonita. Varias lámparas de cristal cuelgan del techo y las paredes de roca de sal gris están esculpidas con símbolos religiosos que describen pasajes de los apostoles. Me dicen que estas minas fueron visitadas por personajes como Copérnico, Humboldt o Goethe, y que los nazis la utilizaron en la segunda guerra mundial como almacén de armas.


Aquí termina la visita despúes de más de dos horas a mas de 130 metros de profundidad. Llego al ascensor de salida. Es minúsculo. Solo caben nueve personas por viaje y asciende los 130 metros de profundidad en 45 segundos. Entro en el habitáculo. El ascensor tiene una puerta de rejilla y está construído a base de hierros ligeros. Se cierra la puerta. Suena la campana y en un segundo estamos subiendo sotenidos por una gruesa cuerda y a toda velocidad. Todo se vuelve oscuro. Ya no siento ni el cambio de humedad en el ascenso. El chirriar de los hierros es el único sonido que oigo. Las nueve personas que me acompañan contienen la respiración. Algunos cierran los ojos con fuerza. Otros me miran y sonríen, no sé si por no llorar a por ocultar su nerviosismo. Son 45 segundos que se hacen eternos. Al llegar arriba y ver la luz. Recuerdo las caras de los turistas que vi al comienzo de la visita. Ahora sé de dónde venían. Respiro hondamente satisfecho por la experiencia.

UNA DISCUSIÓN PROBLEMÁTICA



Por F. Carrasquer
Para configurar mejor aquel cuadro, que lo vivíamos sin apenas tiempo para reflexionar, transcribiré una conversación bastante prolongada que sostuve con Pinillos -del Partido Comunista-, Francisco Galán, el capitán Sediles y un mecánico de Huesca que iba con ellos. Aquella discusión abrió ante mí el trasfondo de los hombres políticos sobre los que no me había detenido hasta entonces.
La cosa ocurrió así: el compañero Ramón Acín[2] -uno de los hombres más íntegros que he conocido- me escribió unas líneas pidiéndome que acompañara al capitán Sediles y a Galán, en junio del 31, ya que iban de propaganda electoral y los habían apedreado en algunos pueblos. Se excusaba, conociendo mis opiniones, de que no me gustaría mucho andar con ellos, advirtiéndome al mismo tiempo de que no diéramos lugar a que se dijera que los cenetistas éramos inciviles y abusábamos de nuestra fuerza.
Yo había oído que en Ontiñena y en algún que otro pueblo no habían dejado hablar a aquellos hombres porque invocaban la revolución siendo militares; pero ante los ruegos de Acín los recibí y los presenté en Albalate, Belver, Zaidín, etc., no sin poner de relieve que aunque yo no estuviera de acuerdo con político alguno, que se les escuchara respetuosamente y que luego cada cual sacara las conclusiones que le parecieran oportunas.
Lo importante, sin embargo, no fueron sus discursos en los que invocaban el gesto de Fermín Galán y se mostraban fervientes partidarios de una democracia popular y revolucionaria, sino las discusiones que sostuvimos en el coche yendo de un pueblo a otro. Pinillos, que era quien llevaba la voz cantante, comenzó preguntándome con cierta ironía:
«¿Qué es lo que realmente queréis los anarquistas? Porque yo nunca he comprendido ese afán de libertad absoluta en la que cada uno puede hacer lo que le plazca. ¿Tú crees que ello es posible?»
«Según los matemáticos y muchos filósofos -le contesté- sólo puede resolverse un problema si está bien planteado, y lo que tú acabas de hacer es embrollarlo de antemano con dos preguntas que ya das por medio contestadas. En primer lugar he de decirte que yo no me considero anarquista, sino sindicalista libertario. Y no es que reniegue del anarquismo como ideal de libertad y de dignidad humana, sino que prefiero el apelativo sindicalista porque tiene un significado que coincide con mis aspiraciones. En segundo término querría aclararte que eso de hacer cada uno cuanto le viene en gana, podrá aplicarse a seres sin educación o a quienes poseen una autoridad absoluta; porque para todo aquel que se diga libertario ni puede haber absolutos ni sentirse en libertad mientras los demás ciudadanos no sean libres asimismo. La libertad, por tanto, no estriba en hacer cada uno lo que quiera, sino en ponerse de acuerdo mancomunadamente para realizar aquello que convenga a todos; lo que exige responsabilidad para saber comportarse de manera respetuosa y solidaria».
«Bueno -replicó Pinillos balbuceante- aun confesando que no estuve muy acertado en mis interrogantes, ¿crees de veras que es posible vivir sin autoridad y sin una organización estricta?»
«Vuelves a enmarañar el tema -insistí-: porque si bien he afirmado que se puede vivir sin represión, nunca he dicho ni lo dijo ningún libertario, que la organización fuera innecesaria. Lo que ocurre es que tú, como todos los que imitáis esquemas históricos del Estado, os habéis hecho la idea de que los hombres precisan de látigos y pastores. Ignoráis que cuando aquellos se liberan del poder opresor saben organizarse y vivir en régimen de apoyo mutuo; porque no hay hombres inferiores, sino circunstancias que realzan a unos y disminuyen a los más. Si aceptáramos pues, que todos somos potencialmente iguales, sin negligir la singularidad de cada uno, llegaríamos a la conclusión irrefutable de que todos los hombres de la Tierra podrían participar en igualdad de condiciones para dar solución a cuantos problemas, de alguna manera, a todos nos afectan. Pero ello exige, naturalmente, igualdad de oportunidades para el desarrollo de esa potencialidad que nos hace idénticos y diferentes al mismo tiempo y que constituye, indudablemente, la mayor riqueza de nuestra especie. ¿Llegaremos a valorar algún día lo que el cultivo de ese patrimonio representa para dar satisfacción plena a las necesidades humanas? En igualdad de condiciones nadie aceptaría la imposición del otro, la identidad personal sería respetada y mediante el acuerdo de la mayoría libremente aceptado se daría respuesta a los graves problemas que nuestro mundo plantea, con mucho menos riesgo de equivocamos que si sólo unos pocos son quienes deciden; máxime cuando estos pocos miran a la mayoría con el desdén y menosprecio de quienes se consideran superiores y se adjudican ipso facto el derecho indiscutible de avasallar y dominar.»
Francisco Galán, que apenas había hablado, de pronto intervino diciendo: «No entiendo cómo puede afirmarse que todos somos iguales, que yo soy lo mismo que los números que tengo bajo mis órdenes y que es igual el inventor La Cierva, por ejemplo, que un campesino analfabeto».
Y antes de que pudiera contestar añadió Pinillos: «Ni somos naturalmente iguales ni sociedad alguna podrá existir jamás sin un Estado. ¿Quién ordenaría las concurrencias sociales, la economía y la cultura?, y ¿quién impediría que las gentes se mataran entre sí? Cierto que hemos de ir hacia una mayor justicia, a liquidar el capitalismo y al logro de una producción más abundante; pero todo eso ha de ser inteligentemente dirigido. En la misma naturaleza lo hallamos todo jerarquizado. ¿Es lo mismo el hígado que el cerebro y son iguales los dedos de la mano?»
El razonamiento de Galán estaba acorde con su pasado, puesto que había sido capitán de la Guardia Civil, y no me Produjo demasiada sorpresa. Dirigiéndome por tanto a Pinillos seguí diciendo: «Agradezco tus argumentos porque me permitirán demostrar mejor su fragilidad y cuanto la igualdad significa. Es cierto que en el cuerpo humano cada órgano tiene su función y que de la más perfecta sinergia entre ellos depende nuestra salud. El hígado no puede percibir estímulos inteligentes ni elaborar por tanto respuestas racionales; pero sin su labor ininterrumpida, la vida cesaría de inmediato y el cerebro desaparecería con el resto del organismo. Hay pues, una especialización y una articulación biológica, pero en modo alguno superioridad de unos órganos sobre otros. Cada uno de nosotros es una unidad completa en la que las diferentes partes se coordinan para su normal funcionamiento.
»En cuanto a los dedos de la mano, la imagen que ellos nos sugieren es bastante elocuente: cada dedo es diferente por su fuerza y su tamaño; pero todos tan bien articulados que gracias a ello podemos coger los objetos, fabricar artilugios y hasta tañer melódicamente una guitarra. Luego del mismo modo que hay diferenciación de órganos y funciones pero no superioridad ni inferioridad entre ellos, no la hay entre los diferentes individuos de una sociedad; pues el que es calificado de superior lo mismo que el supuesto inferior nacieron con un cerebro semejante, provisto de unos diez mil millones de neuronas, y todos hubieran podido alcanzar su plenitud intelectual si desde la cuna hubieran gozado de idénticas oportunidades para cultivar y desarrollar el inapreciable potencial genético que cada uno de ellos llevaba al nacer. En eso estriba precisamente la igualdad y la fecunda diversidad que lleva implícita. Porque si gracias a la conjunción de las diferentes aptitudes de una minoría se ha conseguido la creación de técnicas que permiten al hombre una vida más holgada, ¿qué grado de desarrollo podrían haber alcanzado las artes y las ciencias para ponerlas al servicio de todos los humanos de haber sabido aprovechar los talentos y capacidad cooperadora de cuantos fueron dejados en estado de barbecho?»
Galán se cerró más en su mutismo, el capitán Sediles parecía seguir la conversación atento y reflexivo y Pinillos tomó de nuevo la palabra para decirme: «No puedo negar que cuanto acabas de exponer me parece lógico; aunque para mí sigue siendo mucho más clara la idea de que hay órganos superiores a otros. Pero dejemos el campo de las suposiciones, y dime: ¿Puedes mostrarme alguna sociedad que se desenvuelva sin autoridad?»
«Sí, la historia está llena de ejemplos: los esenios de Israel, las comunidades del cristianismo primitivo, las comunas aldeanas de la Edad Media y algunas de las culturas iletradas de América, Africa y Oceanía. Y es de sobra conocido que siempre que un grupo se ha liberado de la opresión de los ejércitos y de los Estados, sus componentes se han organizado en comunidades igualitarias.»
«Tus ejemplos -me cortó Pinillos- están muy lejanos en el tiempo. Sería preciso que nos expusieras algunos casos más inmediatos y verificables. ¿No te parece?»
«Y además, que fueran verdaderos ejemplos de organización», añadió Galán.
«De acuerdo -asentí yo-. Aquí mismo, en Albalate, por la voluntad y la iniciativa casi unánime de la población hemos comprado el patrimonio del duque de Solferino. Y sin otra autoridad que la emanada de la Asamblea, hemos parcelado algo más de los dos tercios de dicho patrimonio repartiendo sus parcelas entre los campesinos que no tenían tierra o que poseían muy poca. Y hemos creado una cooperativa para explotar las 150 hectáreas restantes, a cuya partida van a trabajar los compañeros cuando el cuidado de su propia parcela les deja tiempo libre. Y he de decirte con gran satisfacción que no queda un pedazo de tierra sin laborar; que la administración la llevan gratuitamente compañeros del sindicato, y que no ha habido hasta aquí el menor conflicto ni queja.
»He de añadir que la organización para la compra y aprovechamiento de ese patrimonio cuyo origen feudal data de varios siglos, la componemos cerca de 300 familias; que hemos dedicado una parcela a la investigación para perfeccionar nuestra técnica agrícola; hemos adquirido asimismo máquinas modernas, convirtiendo en regadío zonas de secano; hemos organizado clases para la primera enseñanza, una biblioteca, un cuadro para el arte dramático y tenemos en perspectiva otras actividades para llenar el ocio de nuestros conciudadanos y elevar al mismo tiempo nuestro nivel cultural.
»Estamos realizando además la experiencia de una colectividad integral gracias a la buena disposición de mi padre -que nos ha hecho prestación de sus tierras- y a la voluntad decidida de 7 compañeros que nos hemos comprometido a cultivarla y a disponer de sus frutos mancomunadamente. En esta colectividad, en la que no hay autoridad ni rígidos reglamentos pues todo se decide en Asamblea a medida que la necesidad de resolver un problema se presenta, no hemos tenido que enfrentarnos hasta ahora con verdaderos conflictos ya que, en realidad, por la vía del diálogo conseguimos llegar a un acuerdo siempre.
»Cierto que nuestra colectividad es reducida; pero ya empezamos a dinamizar desde ella la tecnología agrícola en beneficio de todos los vecinos del municipio.
»Por de pronto hemos introducido en el pueblo el primer tractor e iniciado el cultivo del arroz y del algodón; tenemos además una granja de cunicultura peletera y nos hemos propuesto mejorar la fruticultura, para lo que esta zona reúne condiciones climáticas muy favorables.
»Aún puedo poneros otro ejemplo de iniciativa popular no menos relevante. Pedimos los jóvenes que una de las parcelas del patrimonio ducal se nos reservara para subvenir a las necesidades del grupo cultural, lo que acordó por unanimidad la Asamblea del sindicato de parcelarías. Dicha parcela la laboramos los jóvenes algunos domingos por la mañana y da gusto ver a 15 o 20 pares arar las 2 hectáreas de tierra en muy pocas horas. El producto de la cosecha lo dedicamos íntegro a la compra de libros y materiales para nuestra escuela nocturna. ¿No son estos ejemplos una prueba fehaciente de la capacidad organizadora y solidaria del pueblo?»
«A mí todo eso me huele a cosa mística», sentenció Galán, desdeñoso.
Pinillos añadió: «A mi juicio son actividades más bien pequeño burguesas y que tienen poco eco en el mundo. ¿Qué influencia pueden ejercer en la revolución universal estas experiencias aisladas?»
Elevando un poco el tono yo repliqué al instante: «¿De actitudes pequeño burguesas calificáis el querer prescindir de la explotación y de la imposición humillante? En cuanto a la mística, ella está precisamente en esa credulidad que vosotros proyectáis unilateral y dogmáticamente y que desde vuestro gabinete pretendéis universalizar, cuando el camino de la auténtica revolución, por el contrario, está en liberar a los hombres del burócrata dirígentista y enseñarles, por medio de la participación directa, a prescindir de líderes y de falsos pastores en la búsqueda de soluciones al sinnúmero de problemas que el vivir cotidiano les plantea.
»¿O acaso creéis que la revolución consiste en sustituir unos ejércitos por otros y el capitalismo burgués por el capitalismo de Estado, cuya actuación es más represiva y mancillante que la de aquel, según lo ha demostrado con crece;, la historia de los últimos decenios? Revolución sólo puede haber una: la libertaria; la que da a cada ser humano oportunidad para participar y hacerse hombre íntegramente, pues todo indica que mientras las normas sociales sean impuestas desde arriba, los pueblos permanecerán sometidos y la injusticia seguirá imperando; porque el que manda, no se conforma con la estúpida satisfacción que hincha su vanidad, sino que ambiciona también otros muchos privilegios y esto, creo yo, debería haceros reflexionar antes de aferraras a esquemas jerárquicos por los que unos individuos supuestamente superiores se llenan de orgullo y se transforman en tiranos».
Sediles se decidió por fin a hablar para decir: «No te enfades hombre. Tal vez tengas razón; aunque yo no acierto a comprender del todo tus argumentos. Tendría que meditados más».
Pinillos balbuceó algunas palabras y Galán estaba visiblemente disgustado; pero habíamos llegado de nuevo a Albalate y me despedí de ellos repitiendo: «Revolución sólo puede haber una: la que ponga a todos los hombres en igualdad de oportunidades para trabajar con alegría, repartir con equidad el fruto de su esfuerzo y gozar plenamente de su derecho inalienable al ocio y a la cultura».
El auto partió y yo me quedé insatisfecho y pensando en voz alta... «¿Por qué se llamarán revolucionarios esos demagogos egocéntricos que aspiran al poder? Sólo el pueblo que trabaja puede estar un día en condiciones de hacer la revolución que ha de liberarnos a todos aboliendo clases y privilegios. Pero ello será cuando el pueblo haya podido beneficiarse durante algún tiempo de una educación auténticamente libertaria».

martes, 25 de noviembre de 2008

RETRATOS DE UN INSTANTE (LA SOLEDAD DEL HOMBRE ARAÑA)

Peter Parker era un fotógrafo poco valorado en su periódico aunque siempre lograba salvarle el culo a su jefe con alguna fotografía de portada. Peter Parker tenía una doble personalidad porque era el hombre araña. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad decía su abuela. Por eso sus conflictos internos le hacían dudar en ocasiones de su misión en la vida. Esto le hacía ser un solitario. Hubo un tiempo en el que lo dejó, pero su necesidad de salvar al mundo, cosa que se limitaba a la ciudad de New York, le hizo recaer en su responsabilidad. Un día me tropecé con él. Estaba demacrado, no tenía buen aspecto. No me atreví a preguntárselo. Estaba solo, entre la basura. Solo como una araña que teje su tela. En ese momento no era Peter Parker, era un esclavo de su "otra " personalidad. Le fotografié.

lunes, 24 de noviembre de 2008

SUPUESTOS (Diario de un reportero gráfico)

Con la resaca aún martilleando mi cabeza, volví a mirar la foto en la pantalla de mi cámara digital Canon DS. El tren de regreso había partido desde muy temprano, aunque con dos minutos de retraso, por culpa de un pueblerino que había elegido el vagón donde me encontraba, como escondite para un pequeño caniche que no pudo soportar el agobio de encontrarse en la mochila sin apertura. No tardó en ser descubierto por el revisor de turno, que decomisó al animal, para vanagloria de la señora que se encontraba detrás de mi asiento.- ¡Qué falta de civismo, hoy en día la gente se salta las arreglas a la torera!- le decía a una amiga. A juzgar por las respuestas al diálogo que mantuvo con su compañera en la siguiente hora de trayecto, deseé salir de aquel engendro metálico antes de que los gusanos del aburrimiento, se comieran mis tímpanos y mi capacidad comunicativa. La señora contribuyó a mi resaca, que adquirió el grado de supernova cerebral. Hablaba sin cesar ¡Bla, bla, bla! Sobre su desmesurada preocupación por algunos dolores que padecía desde hacía dos años en las falanges de los dedos de su pie derecho (no estaba yo para oír hablar de falanges en ese momento), luego se puso a opinar de la repercusión social de la muerte de la protagonista de una telenovela de éxito y de las desgracias y alegrías supuestas en el último mes, por la contratación de lo último en satélites televisivos. Después se detuvo a describir la consecuente ignorancia tecnológica de su marido, que no lograba hacer ni una "o" (permítaseme la licencia) con el mando a distancia del receptor de antena. Este hilo ambiental envenenó mis oídos hasta que se bajó del tren que hasta ese momento se había ganado merced a la señora y a mi interminable resaca, la categoría de "puto".

El redactor jefe, no se había lucido con la elección de la foto en la página de sucesos de la edición que sostenía en mis manos. De las veinte instantáneas que había enviado a última hora de la tarde, eligió una que no era gran cosa, pero poco más servía para atestiguar lo que había sucedido con el pequeño niño que jugaba tranquilamente a las afueras de Valdesequillo en la mañana del pasado viernes, Una pequeña localidad a unos trescientos kilómetros de Madrid. Ahora aquel tren me devolvía al punto de partida: la estación de Atocha.

Desde allí había partido hacía dos días con mi cámara fotográfica al hombro y con la tarea de aportar el documento gráfico a mi redactor de turno que como de costumbre, vivía encerrado entre las cuatro esquinas de una de las mesas de la redacción del periódico. Un vaso de café a medias, el teléfono y el ordenador conformaban su hábitat para pasar la tarde, y mientras yo, esperaba coger un tren de cercanías que me llevase hasta el lugar de la noticia. Un fin de semana, que se iba a la mierda por culpa de un maniático depresivo al que se le había ocurrido la genial idea de asesinar, descuartizar y hacer desaparecer los restos de un niño de 12 años. Intenté tomarme la situación con la mayor filosofía posible desperdiciando el que podría haber sido mi último cigarrillo para el trayecto, que se ahogó entre el frío cemento del andén y la suela desgastada de mi zapatilla. El viaje no fue largo, en dos horas ya estaba plantado en el cuartel de la Guardia Civil que quedaba muy cerca de la estación de tren. Mi compañero, les había informado de que yo iba a pasar por allí, y una vez presenté mi acreditación de prensa no dudaron en llevarme al lugar de los hechos. Me acompañaban dos guardias con su clásico uniforme verde. El mayor, era un poco regordete mientras que el más joven siempre seguía los pasos de su compañero allí donde fuese. Se podía ver en sus ojos que hacía poco que había entrado en el cuartelillo y aún no andaba con paso firme y decidido. La pareja me acompañó hasta un cerro, a un kilómetro del pueblo, en un jeep viejo y descolorido pero en el que aún se podía distinguir el escudo de la benemérita. Cuando llegamos, fui el primero en bajar del coche y me adelanté a los guardias subiendo por un pequeño sendero que llevaba a lo alto de la colina, intuyendo que era el lugar del crimen por lo que había sonsacado a los agentes durante el trayecto. Cuando llegué a la cima, aún se apreciaban los restos del homicidio, un rastro de sangre seca, y un fuerte olor a amoniaco flotaban en el ambiente. Hice varías tiradas con mi cámara. Los guardias civiles me habían dicho que el asesino había dejado, aparte de la sangre, una prueba evidente: una falange del dedo de la víctima de doce años, reconocible por una pequeña cicatriz que le había causado el corte de un cuchillo cuando contaba ocho años. Observaba la sangre, a la misma vez que trataba de imaginar el brutal asesinato, cuando oí los pasos de la pareja de guardia civiles que se acercaba. Fue el momento en el que les saqué una foto, aprovechando la magnifica vista que me proporcionaba el valle de la localidad. El niño asesinado era muy conocido en un pueblo de tan sólo tres mil habitantes. Tenían un retrato robot del que supuestamente era el asesino, que me entregaron para que lo publicara en la edición del domingo. El retrato había sido diseñado según la descripción de un vecino que había visto por última vez al niño en la mañana del crimen con un acompañante al que sólo vio de espaldas. Poco podía aportar aquel retrato, salvo el supuesto pelo semi calvo del supuesto asesino que supuestamente no debía pertenecer al pueblo, según las supuestas investigaciones realizadas por el supuesto jefe de la Guardia Civil de la supuesta provincia. Y digo esto porque supuestamente yo tenía que suponer que todo lo allí ocurrido eran supuestos indicios de una supuesta desaparición del cadáver del niño.
Llamé a la redacción, donde Enrique, el redactor de sucesos de guardia que, "por supuesto", había salido a la cafetería en busca de unos bollos, dejando abandonado su "puesto" así que mandé la foto a su correo electrónico a través de mi ordenador portátil. El muy cabrón siempre se las ingeniaba para no estar disponible cuando se le necesitaba. Seguramente estaría probando una buena raya de polvo blanco en el cuarto de baño. Un ritual que repetía cada tarde de domingo como si se tratase del buen cristiano que toma el cuerpo de Cristo en el día del Señor. Lo cierto es que yo alguna vez lo había probado y en ese momento los ángeles celestiales se me presentaban en forma de zapatos de cuero de mujer. Nada más lejos de la realidad, comprendí su ausencia.

Media hora más tarde acabé mi trabajo. Esta vez había sido fácil, no tuve que soportar los llantos de la madre ni los gritos de los familiares en el funeral ya que no había cadáver. Las instrucciones eran simples, una foto del lugar del crimen, del resto ya se encargarían las agencias. -¡Vaya trabajo de mierda! pensé.
Mi tren no salía hasta el día siguiente así que como el periódico pagaba los gastos, decidí tomarme la tarde libre para disfrutar del ambiente de Valdesequillo.
Me senté en la terraza de un viejo bar de la plaza mayor del pueblo donde sonaba de fondo un tango argentino, por su puesto de Gardel, de quién si no, no se podía esperar más de aquel pueblo perdido en plena meseta central. Inspirado por la música y las notas que salían por la boca del “mítico”, me vino el antojo de escuchar al gran maestro Julio Gobbi, ese sí que era un auténtico tanguista, aunque me conformé con Gardel, que tampoco estaba mal y cuyo eco rebotaba en cada una de las esquinas de aquel lugar poco mayor que toda la redacción de mi periódico. Di la última calada a una colilla que encontró el reposo de un cenicero que se transparentaba como mi conciencia y pedí un gin tonic con agua para limpiar las asperezas de mi estómago. El humo extinto se consumía con las últimas fuerzas de un día agotador. Otro día solitario, como lo habían sido los últimos años de mi vida. Mi vida se había convertido en una fotografía diaria en blanco y negro, sin rumbo, sin dirección, a la deriva, buscando la noticia: entre lo indiferente y un nuevo cigarrillo que prendía los primeros segundos de la noche ya entrante con el impulso de mis labios. Me preguntaba qué podría haber sentido el niño en los instantes previos a su muerte. ¿Dolor? ¿Miedo? ¿Paz? ¿Qué siente uno cuando lo matan? Una vez más me asaltó un mismo pensamiento: yo estaba allí para que el mundo supiese lo que había pasado ¿Era en cierto modo un demiurgo, un creador de la verdad, o un mero comunicador? Mi ética, no dejaba culpabilizar la crueldad y la inhumanidad del suceso. El asesino andaba suelto, quizás sentado a pocos metros de mí, en aquel viejo bar. El fugaz pensamiento hizo que me fijase un momento en un señor de edad media y con escaso pelo que se encontraba sentado dos mesas más allá de la mía. Aunque ya había oscurecido, leía la edición del día, de un periódico posiblemente local, al juzgar por su nombre “El Heraldo”. Al sentirse observado, alzó su mirada por encima de las hojas del diario. Quizá estuviese siguiendo mis pasos, quizá me hubiese seguido hasta la colina, junto a la pareja de guardias civiles y hubiese estado calculando el momento para deshacerse de mí. -¡Bah! son sólo supuestos-.La paranoia me duró justo el tiempo en el que por los altavoces del bar comenzó a sonar "a mis manos" de Julio Gobbi y mis labios saborearon el eterno penúltimo trago de Gin Tonic de la noche.

DESDE NORMANDÍA A AUSWITCHZ (CRACOVIA)

El viaje iba a ser largo 11 horas con una escala en Varsovia y directamente a Cracovia al sur del país. Nada más instalarme en el coche-cama, me doy cuenta que será una noche ajetreada. El vagón en el que me ha tocado comienza a llenarse de mochileros de irlandeses, franceses, italianos, américanos y también españoles. Este es un punto importante del viaje. Conozco a Abilio un chico de La Palma que estudia ingeniería en Gran Canaria. Le acompaña su primo Pedro un sevillano estudiante de Historia. Ambos llevan bastantes días de viaje recorrido y me dicen que vienen de visitar Brujas y Ganz en Bélgica. Esta peculiar pareja me acompañará desde entonces en mi recorrido por Polonia. Esa misma noche nos empezamos a conocer. Pedro es el que lleva los pantalones. Aunque es menor que su primo, sabe llevar las riendas en todo momento. Su inglés es macarrónico pero se hace entender con todo el mundo. Con dos estructuras sencillas del idioma es capaz de comunicarse con cualquiera aportando su gracia andaluza y lógicamente, el lenguaje universal de los gestos.En el mismo vagón conocemos a unas chicas italianas. Intentamos coquetear con ellas. Es cuando me doy cuenta de que Pedro es un auténtico ligón. Su técnica se basa en hablar y hablar hasta aburrir y sino consigue lo que quiere a la primera, entonces pasa al segundo plan. Ir directamente al grano sin rodeos. El vagón bulle de jóvenes que fuman y hablan en el pasillo. Después de colocar mis cosas en la litera y prepararla para dormir y lavarme los dientes salgo al pasillo del vagón. Quiero ver como cruzamos la frontera con Polonia. Durante más de dos horas seguimos en territorio alemán hasta que llegamos a la primera estación polaca. El jefe de estación da la orden de retomar el viaje. El tren comienza a avanzar lentamente y desde la ventana le saludo. Él me levanta el brazo sujetando una bandera roja y me despide con una sonrisa. Pedro está a mi lado y le digo -Joder tampoco parecen tán fríos estos polacos-, recordando lo que me dijo el chileno que encontré en la estación de Berlín. Con esa esperanza me meto en la litera. Estoy de buena suerte. Se han esmerado en el detalle los polacos con un sobrecito con tapones para los oídos. Apagamos la luz. Las luces que iluminan la vía penetran por la ventana mientras leo las últimas páginas de la novela " El libro de las ilusiones" de Paul Auster. Una entretenida historia que narra el ocaso de una vieja estrella del cine mudo en Hollywood. Termino el texto que me ha acompañado desde Barcelona en mi viaje y apago la pequeña luz de mi litera. El compartimento está ahora en silencio y aunque me he colcado los tapones, me dejo acunar por el sonido de lejos de las ruedas del tren rozando y chirriando con la vía. Es un sonido al que ya me he acostumbrado. Poco a poco me dejo dormir.




Por la mañana nos despertamos en Cracovia. Durante la noche habíamos ojeado en un libro de Hostales un lugar donde quedarnos, pero ninguno de los que teníamos en la lista nos hizo falta.Nada más bajarnos en la estación, una chica joven nos ofreció alojamiento por 11 euros la noche en un hostal cerca del barrio judio. Ni si quiera lo pensamos y la acompañamos através de la estación con un poco de desconfianza. Nos acercó hasta un minibus alque subimos y que nos llevó por las calles de Cracovia hasta el hostal. Nos instalamos en una habitación con cuatro literas. Tenía que cambiar los euros por slotiz así que es lo primero que hice al salir a la calle.
El casco antiguo de Cracovia es encantador, me recuerda mucho a Praga pero su arquitectura no es tan gótica. La plaza Principal está bordeada por uno de sus extremos por una gran iglesia. En su interior se encuentra el retablo más ornamentado que he visto nunca. Parece que las iglesias están sobrecargadas y decoradas con miles de objetos me dice un joven católico italiano que la visita. La plaza es una de las más grandes de Europa en su extensión. En su mitad hay un gran edificio que hace de mercadillo de souvenirs donde se puede encontrar figuras de todo tipo y artesanía polaca. El casco antiguo de Cracovia no es muy grande. Habitualmente por sus calles peatonales pasean coches tirados por caballos con turistas en su interior que se cruzan con viejos tranvías que cruzan la ciudad de un lado a otro. Es la capital cultural de Polonia y un destino turístico en alza. El capitalismo se ha adaptado con rapidez y no es extraño toparse con grandes centros comerciales a las afueras y franquicias occidentales en los lugares más concurridos. Es frecuente ver pasear por sus calles a monjas y los edificios se decoran con motivos cristianos o religiosos. Su subsuelo está repleto de bares y pubs. Más de trescientos. Los bares de comida rápida se hana dueñado de los centros turísticos y las religiosas conviven con restaurantes de Kebabs y Bingos.




Arriba, en la pirmera imagen
Una monja observa un puesto de marionetas con una muñeca de Tina Turner. Abajo, otra monja camina apoyándose en un bastón por una calle céntrica. Una mujer prepara un puesto de venta de bollos, frente a un Bingo.


En el hostal nos ofrecen un mapa con una guía y ruta de los mejores locales nocturnos. Por la noche la plaza se llena de turistas. En el centro hay un escenario. Se celebra un festival de hermanamiento entre Polonia y Ucrania. Artistas y cantantes de cada país se alternan para cantar y bailar. Observo el espectáculo desde un puesto de salchichas calientes. Había quedado con Abilio y Pedro para ir a uno de los bares que nos habían recomendado. A la mañana siguiente visitaría las minas de Sal de Wieliczka, Patrimonio de la Humanidad, pero tenía ganas de vivir la noche polaca. Entramos a un bar con música en directo. La noche era agradable y nos sentamos en una mesa para tomar unas cervezas mientras un grupo liderado por una guapa polaca morena cantaba versiones de los beatles, U2, y éxitos de todos los tiempos. La cantante tenía el pelo corto. Ojos claros y una peculiar sonrisa que atraía a todos los que estabamos allí. Una voz dulce y un contoneo de caderas a la hora de cantar, le eran suficientes para atrapar al público. De hecho cuando terminó su concierto, varios hombres no dudaron en acercase a ella. Yo lo hice simplemente para darles las gracias por su encantador recital. Esa noche fue memorable. Bailamos funky y fuímos a varias discotecas en las que me divertí como un enano. Conversé en inglés a duras penas con varias polacas. Todas ellas eran católicas, me decían que odiaban a los homosexuales y que iban a la iglesia casi todos los días. Si embargo comprobé que de noche se transformaban por completo. Se lanzaban como posesas al pecado del alcohol y la lujuria. Me pregunté si lo hacían a conciencia pensando que al día siguiente todo se arreglaría visitando el confesionario eclesiástico para purificar sus pecados nocturnos. La duda me asaltó durante breves instantes de la noche. Mientras tanto, sonaba Bob Marley y yo bailaba deshinibido junto a decenas de polacos y polacas que se besaban a mi alrededor con los turistas que habían tenido suerte o con los que fumaban marihuana. Esa noche regresé solo al hostal. La humedad era alta en la noche cracoviana.Me paré frente a una fachada iluminada por la luz de una farola. La pared estaba completamente invadida por cientos de miles de mosquitos que se movían como hormigas hacía un mismo lugar como si fueran una marabunta veraniega. Nunca había visto anda igual. Tomé una foto con mi móvil y regresé por las calles del barrio judío con la imagen clavada en mi mente. Estaba oscuro pero tranquilo. Mi paseo solo fue alterado por dos rudos polacos con bigote que cantaban borrachos a la salida de un Burdel cercano a nuestro hostal. Tardé en dormir mirando desde el parte alta de mi litera hacia la calle. Pedro y Abilio regresaron más tarde. En pocas horas partía hacia la minas de sal.

jueves, 20 de noviembre de 2008

LA HERENCIA DE MAYO DEL 68 (40 AÑOS DESPUÉS)




En el 2008 se cumplen 40 años del Mayo francés del 68. Un mes convulso en el que los jóvenes y trabajadores franceses se echaron a la calle reivindicando un cambio en el estilo de vida. Un cambio en la concepción social y cultural. Fue una revolución alejada de partidos y sin ansias de conseguir el poder político. Fue la recolección de una siembra de nuevos valores que mantuvo en vilo al estado y al mundo durante días. Muchos países tomaron el ejemplo francés y las ilusiones de un cambio posible se mantuvieron vivas en muchas conciencias durante varios días. La represión y la violencia de las fuerzas del poder, acabaron con el sueño. Fue una de las últimas grandes revoluciones sociales.


Hoy algunos interpretan aquella protesta como un capricho que iniciaron las jóvenes clases burguesas, pero el Mayo del 68 fue mucho mas que eso, fue una revolución intelectual a la que se unieron clases sociales tradicionalmente poco reivindicativas. Fue un sentimiento común que hoy en día, en el mundo en el que vivimos, sigue teniendo más vigencia que nunca.





Daniel Cohn-Bendit en el 68 en las calles de Paris. Abajo, hablando a las masas.

Uno de sus ideólogos, Daniel Cohn-Bendit, conocido como Dani el Rojo, era una anarquista que lideró la revuelta. Hoy es parlamentario europeo por Los verdes. Él mismo Ha dicho que algo así no podría repetirse porque el mundo del mayo del 68 en el que vivió, no es el mismo que el de hoy en día. No le falta razón, pero no comparto su idea del todo.




Las concepciones, los problemas y la situación mundial son diferentes en la actualidad, pero las cosas siguen mal. Quizás ese sea el sino de la raza humana. Pero siempre me he negado a rendirme a conformarme, aunque sea de pensamiento. La esencia de realizar un cambio de rumbo sigue siendo la misma. Es lo que me hace vivir y avanzar cada día.






Arriba: Diferentes portadas de la prensa de la época.


LAS PINTADAS DEL 68 : LA LIBERTAD (LAS PAREDES VEN Y OYEN)

frases para la reflexión

No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre se compense por la garantía de morir de aburrimiento.

¡Viva la democracia directa!

Sean realistas: pidan lo imposible

El derecho de vivir no se mendiga. Se toma

Cambiar la vida. Transformar la sociedad

Contempla tu trabajo: la nada y la tortura forman parte de él”.

Cada uno de nosotros es el Estado

Tomemos en serio la revolución, pero no nos tomemos en serio a nosotros mismos

Yo jodo a la sociedad, pero ella me lo devuelve bien

Abajo el realismo socialista. Viva el surrealismo

La poesía está en la calle

Un pensamiento que se estanca, es un pensamiento que se pudre

¡La imaginación al poder!

El patrón te necesita, tú no necesitas al patrón

El caos soy yo

Olvídense de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar

Mira las imágenes del mayo francés en Youtube:

http://www.youtube.com/watch?v=qJhlSuUiUWs&eurl=http://www.portalplanetasedna.com.ar/mayo_frances.htm













miércoles, 19 de noviembre de 2008

RETRATOS DE UN INSTANTE (MUERTE DE UNA PALOMA)

La calle estaba desierta. Era sábado. Estaba en Oropesa del mar, en Castellón. Ni siquiera hacia sol y me encontré con esta situación.
Mucha gente habla de las palomas como ratas del aire. Pero se equivocan.Tienen un sentido especial para percibir el peligro.
Esta vez no le valió a una de ellas. Quizás, víctima de un coche, encontró la muerte en el asfalto. Su compañera ha sido testigo de la muerte y la mirá.

martes, 18 de noviembre de 2008



PASOS


Las caras se desvanecen al pasar
Camino hacía ninguna parte
Ciegos los pensamientos y oscuros los ojos fugitivos.
Quien mira, no ve, quien ve no mira.
Sólo experimenta nociones solitarias
acompañadas de ajenos sueños
que se aglomeran y hacen del caos el mundo.
Un mundo silencioso, perpetuo de miradas.
Hoy no iré, mañana lo haré, miles te quiero.
Un beso de despedida y un abrazo pintado.
Metas sin dirección, palabras sin voz ni eco
Que vuelan con el soplo de cada paso.
Eso son los pasos.

EL MUNDO ESTÁ EN OTRA PARTE (Confesiones)

lunes, 17 de noviembre de 2008

3º (relatos tras el cambio climático) Un día duro

UN DÍA DURO



Hacía calor. Más del habitual en esta época del otoño. 45 grados a las 10.00 de la mañana, marcaba el reloj digital de la máscara. Me aseguré que la gabardina y los pantalones estaban completamente cerrados y adheridos a la piel. Los guantes también estaban indemnes. Una ligera apertura podría ser peligrosa para mi organismo. Solo me preocupaba desde Hacía dias una tos seca que se agravaba sobre todo, cuando aparecía el frío helado de la noche. Sin embargo mi cuerpo se había acostumbrado a los cambios graduales y radicales que habíamos exerimentado en el último decenio y la tos era algo muy común entre la ciudadanía del Ghetto. Todo había evolucionado. Recordaba cuando era un adolescente y aún podíamos jugar a pelota en la calle con un simple traje protector de dos capas. Miré hacia el sol y pensé que aún le quedaba 30 millones de años para enguñirnos aunque sin quererlo, ya lo estaba haciendo.

Volvía a casa después de un duro día de trabajo en la planta de reciclaje del Dome.Estaba contento. Había cobrado y me llevaba a casa una botella completa de Oxgen. Mi mente me regalaba un instante de tregua feliz pensando que podría darme un buen baño de aire puro y refrescar un poco la colmena. Pero antes debía visitar a un amigo en la droguería del centro.
El guardía de la puerta estaba armado con una Th-Drx-3 de primera generación. Escaneó mi ojo con el visor laser de iris. No tuve nada que objetar ante el potencial de su arma, así que entré a la tienda tras enseñarle mi pase de sub-proletario de nivel-1. La puerta de acero se abrió ante mí y a lo lejos vi a Tíbor. Estaba ocupado. La tienda era alargada, rebosaba de clientes, parecía un antiguo mecadillo como los de principio de siglo. Hacía tiempo que no veía algo así. El ambiente estaba cargado de vapor de oxígeno reciclado que salía de unas rendijas del techo y que se mantenía en suspensión. Podía verlo porque la luz verdosa tenue del local diseñaba aquel halo. Muchos tosian marcando un concierto audaz de síntomas de salud medioambientales. Tibor me saludó con la mano resignado por el trabajo que se le acumulaba. No paraba de facturar botes de Oxgen y demás productos que el gobierno vendía a los habitantes de las zonas A, B, Y C. Intuí sus resoplidos bajo su máscara de latex negra. Delante del mostrador, en la cola, una mujer daba de amamantar a su hijo. Un tubo caucho que no parecía muy esterelizado salía de uno de los pezones de la madre hasta un pequeño habitáculo de la mini máscara antigas del bebé que sostenía en sus brazos. Lo arruyaba de un lado a otro cantando una nana hueca que se intentaba escapar por los orificios del depurador de oxígeno de su máscara. Junto a ella una señora mayor que vestía un turbante morado en la cabeza y lo que parecía ser un chatarrero de coches por la indumentaria que llevaba. Sin embargo al entrar me había fijado en un individuo extraño que ahora estaba pasando sospechosamente al otro lado de la tienda. No llevaba una máscara de cara completa, respiraba por una mascarilla que le tapaba solo la nariz y de donde salía un tubo que se metía en una gabardina marrón de lana desgastada. No le veía los ojos porque llevaba puestas unas gafas antiguas de piloto aéreo empañadas por la humedad. Enseguida supe que no podría pasarle el tabaco de contrabando a Tibor en estas condiciones así que decidí marcharme. En ese momento el extraño individuo sacó de su gabardina una pequeña arma. El guarda reaccionó tarde, un disparó suyo fue a parar al cuello de la señora del turbante. El individuo disparó su arma en modo ráfaga contra el guardían que cayó fulminado. Se giró violentamente y mandó a callar a los clientes que no podían moverse por el pánico.

-¿Teneis miedo cabrones? Yo estaba junto a la mujer que amamantaba a su bebé, que ahora no paraba de llorar. - Dile que se calle o lo mato- amenazó a la madre - El bebé no paraba de llorar y su madre se había unido al llanto de su hijo. La mujer del turbante yacía desangrada en el suelo y el resto de la clientela petrificada.

-Quiero que sepais que la anarquía ha llegado al Dome. El aire para el pueblo. Supuse que me nos encontrábamos ante un terrorista. Miré A tíbor, pude ver sus ojos através de su máscara. El individuo cogió uno a uno los botes de oxígeno que había comprado la gente. Cuando acabó miró a su alrededor y salió corriendo.

Los guardas del distrito en el que nos encontrábamos no tardaron en llegar. Nos desalojaron rápidamente. Esto nunca le había pasado antes, me decía Tíbor. Fuímos bajo el puente del antiguo puerto dónde los indigentes iban a dormir antaño. Aquí sí se podía respirar. Nos quitamos las máscaras antigas. Las gruas y los muelles se había ahogado con la subida del nivel del mar pero ahora cuando bajaba la marea, quedaban al descubierto mostrando un paisaje surrealista. Le regalé una caja a Tíbor, y nos fumanos el resto de la cajetilla que me quedaba. Fumar estaba considerado un delito. No nos importaba, estabamos vivos y eso era lo que más nos importaba en ese momento...vivir. Despues de varias caladas ambos tosimos con violencia. Tíbor me dio las gracias por el regalo, -Joder, que bueno está este tabaco- me dijo mientras apuraba su último cigarro.

domingo, 16 de noviembre de 2008

CAYUCO

En la mañana del miércoles pasado alguien me salvó la vida. No es que estuviera a punto de morir, ni en una situación de máximo riesgo. Esa persona lo sabe. Llevábamos una semana con varios cayucos que habían arribado a Canarias. Uno de ellos había llegado a la isla del Hierro y tres de sus ocupantes habían muerto. 12 más estaban muy graves entre ellos varios menores de edad. CC.OO organizaba su acto protocolario frente a la sede sindical en protesta por las muertes, pidiendo que cada vez que esto ocurra, más colectivos y agentes sociales se unieran a las concentraciones. Yo no había podido ir a ningún desembarco en toda la semana y mi alma pedía redención en silencio desde la redacción para los que acababan de morir intentando pisar la tierra prometida. Ese miércoles una nueva embarcación llegaba al Puerto deportivo de San Miguel de Abona en el sur de la isla de Tenerife. Yo cubría una rueda de prensa sobre el estudio de los cetáceos en Canarias en el Puerto de Santa Cruz. De pronto, recibí la llamada de una persona que me alertaba de la inminente llegada. Mi cámara y yo volvimos a la redacción para dar la noticia y me ofrecí voluntario para ir. Salimos corriendo. 180 km hora por el autopista. 60 kilómetros más tarde llegamos. Eran 45, habían tenido suerte. Parecían sanos pero el cansancio y la sed de la travesía pintaban de nuevo sus rostros de salitre de mar. Los dedos de los pies arrugados por la humedad, labios hinchados, óculos rojos, la sal adherida a sus pieles, y el silencio... sólo roto por los operarios de Cruz Roja y la Guardia Civil. Desde lo alto un grupo de turistas eran testigos del zafarrancho de emergencia sin dejar ni un segundo de mirar el espectáculo. La policia de inmigración interroga a dos supuestos patrones de la embarcación que yacen en el suelo exhaustos por la travesía. Su ritmo marchaba a pregunta por segundo, ellos respondían con monosílabos ininteligibles ¿Dé dónde venís? ¿Cuántos días llevaís de travesía? ¿Dónde subisteis? Son preguntas que se repiten con cada llegada. Los que están más cerca del timón son los que pagan los platos rotos y quedan detenidos como presuntos patrones. Más puntos para los agentes de inmigración. Días después uno de ellos escaparía de la comisaría.
No me acostumbro a verlos llegar, a bajar ayudados por los equipos de emergencias y de seguridad, a sus miradas perdidas y de agradecimiento. Es un drama pero al mismo tiempo es una oportunidad para ellos. Son los Ulises del siglo XXI buscando Ítaca, y como referencia de su destino, el Teide.
Me quedo tranquilo, parece que todos están bien. Vuelvo a la redacción. Doy la información y agradezco a mi fuente la llamada. Hoy le debo la vida y quizás..algo más.



¿ Existes, poesía, en el destierro ?
¿ Aún lates azules tempestades,
altos truenos en mi sangre ?.


II
Nada me pertenece:
ni mis manos,
ni la huella del hombre que soñaba;
sólo soy el cansancio,
el grito que sostiene
el agua frente al cielo,
la carne torturada de cayucos.


III
En pie de guerra
me proclamo vocero de las olas,
surcando paraísos
invisibles, abismos
de la mar y de la tierra.

IV
Más temprano es más tarde
sobre los meridianos
voy cruzando descalzo
esta parcela
mezquina de historia.

V
La mar es un vaivén
socavando la magia de mi risa,
calcinando los fuegos de mis ojos,
erosionando todo
lo que late y respira
en el cayuco.


poesía de Mariana Llano

DESDE NORMANDÍA A AUSWITCHZ (BERLÍN II)

El segundo día berlinés lo utilicé para ver la ciudad en bicicleta. El día anterior me había percatado de una empresa que alquilaba bicis justo debajo de la torre de comunicaciones así que alquilé una. La perspectiva de Berlín desde una bicicleta cambia. Se puede circular perfectamente por toda la ciudad sin ningún problema. Acondicionada para ello, el relieve es prácticamente plano. Visité la llamada "isla de los museos" situada en medio del Rin. Allí se ubican nada más y nada menos que 153 museos. Como no tenía tiempo suficiente para verlos todos decidí apreciarlos desde fuera.
Me acerqué al Reichtag, la sede del parlamento alemán, por el mismo puente por el que entraron los rusos durante el asedio a la ciudad en 1945. Una explanada de verde césped se extiende a lo largo de todo el frente del parlamento donde los berlineses van a pasar la tarde de camping, a leer o simplemente a tomar el sol. El Reichtag mantiene la misma estructura extrerior que en 1945 pero su interior ha cambiado. Su cúpula fue destruída por completo. Famosa es la foto de un soldado sovietico enarbolando la bandera roja con la hoz y el martillo tras la victoria en la batalla de Berlín. El techo hoy está conformado por una nueva cubierta de cristal. Subí a lo alto del edificio. La cúpula de cristal me saluda al subir en forma de escalera de caracol. Uno se marea si se ve reflejado en sus cristales mientras sube. Una vez arriba las vistas de Berlín son maravillosas. Desde allí se extiende toda la gran ciudad con la torres de comunicaciones sobresaliendo en el horizonte. El Reichtag y la puerta de Branderburgo delimitan el Berlín este y el oeste. Me acerqué a la gran puerta que fue el símbolo del derrumbamiento del muro en 1989. Allí hay una placa que rememora aquel día en el que los berlineses saltaron el telón de acero simbólicamente estrellando sus coches contra el muro. Hoy es centro de encuentro de los turistas que se hacen fotos posando como maniquies. La gan avenida que da a la puerta se encuentra en el Berlín capitalista. A un lado se extiende el mayor parque de la ciudad. Me adentré en él con la bicicleta. Este lugar es un auténtico laberinto de árboles y naturaleza. Es el pulmón de Berlín. La temperatura con respecto al exterior baja 2 grados. Notas como la humedad entra por cada uno de tus poros y el aire se respira de otra manera. Hice una parada para comer una buena salchicha alemana y una gran jarra de cerveza, para luego visitar la gran columna o monumento a la victoria. En alemán se llama Siegessäule. Se encuentra en la rotonda Grosser Stern, en el corazón del Tiergartern. Este monumento fue construído en 1873, y conmemora las hazañas militares del ejército prusiano durante el siglo XIX. En el recuerdo me atacan las imágenes de la película de Win Wenders El cielo sobre Berlín o el video clip de U2 con su cantante Bono subido en lo más alto. Frente al monumento hay dos antiguos puestos de mando donde aún perduran las señales de metralla de ametralladoras y fusiles. No muy lejos de allí se erige un gran monumento dedicado al soldado soviético. Dos tanques y dos cañones lo franquean. Una gran mole, representa al soldado soviético. Sus manos son desproporcionadamente inmensas, simbolizan la mano del obrero proletario. No dejo de visitar el Check Point Charlie, lugar de transición entre los dos mundos antes de la caída del muro. El lugar hoy es un punto de atracción para turistas. Soldados yankis visten sus uniformes y se hacen fotos con los curiosos por un euro. Antes de regresar me doy una vuelta por la cancillería donde reside Ángela Merkel, en la rivera del río Spreed, cerca del barrio de la comunidad turca. Desde állí regreso de nuevo al centro para abandonar mi bicicleta. Tomo un tren que me acerca a las afueras, en Strafe Stralaver, cerca del O2 Arena, un moderno pabellón donde se suelen celebrar grandes conciertos y eventos deportivos y culturales. Frente a él se encuentra la prolongación más larga de muro que queda en pie. Un kilómetro y medio de graffitis y hormigón decorado con firmas y esencias de personas que han pasado por allí. Cerca, las casas de Okupas con sus ladrillos rojos y ennegrecidos por la humedad, se prolongan a lo largo de su camino. Después de andar durante un rato me dirijo a Maver Park. Es domingo y allí el mercadillo está animado. Miles de personas caminan por los puestos, se hablan distintos idiomas, es una aglomeración de culturas, alemanes, españoles, rusos, árabes, regatean en cada puesto. Aquí se puede encontrar de todo. Desde flores de cuero hechas a mano hasta dinosaurios de plástico. Para no marcharme de vacío, compró una cinturon con una hebilla de cinturón gris con el escudo de la antigua RDA tras un duro regateo con un checheno. Aún falta una última parada que tenía pendiente. Subo de nuevo al tren que me lleva al otro extremo de la ciudad, a la estación de Zooligischer. Esta zona es moderna, repleta de grandes almacenes y tiendas de deporte. Me detengo un rato a observar la iglesia en ruinas del Kaiser Guillermo, que fue bombardeada en la segunda Guerra Mundial y que aún sigue en pie peleándose con los grandes edificios modernos que la rodean. Unos cuantos metros más adelante, está el zoo de Berlín. Necesitaba pasarme por aquí. El zoo y la estación aparecen en un relato corto de un antiguo compañero de la Facultad de periodismo de La Laguna, Daniel Ortiz "Suceso en un zoo ilógico". Muy recomendable su Lectura. En su día, en clase, me dejó leer el borrador del relato que me encantó. Pocos meses después ganaba el primer premio de relato corto de CajaCanarias en Tenerife. Aquí se desarrolla parte de su historia cuyo protagonista, Andy Tirzo, libera todas las aves del zoo. La tarde caía y poco después me dirijí a la estación de Gesundbrunnen. A las 20.10 horas salía mi tren hacia Cracovia. Esa noche cruzaría la desconocida para mí, frontera Polaca.

viernes, 14 de noviembre de 2008

FRAGMENTOS DEL FIN DEL MUNDO (COCINANDO EL 11-S)

ARIAN (PARTE II)


Los rayos del amanecer dejaron entrever sus ganas de tregua, ya no se oían los gritos de los soldados. Abrió los ojos. Palpó su cuerpo. Incomprensiblemente ¡Estaba vivo! pero herido. Por un instante su miedo y su dolor desaparecieron como si hubiese despertado con un beso de la mañana. Pero cuando se levantó, la realidad era otra. A su alrededor cientos de cadáveres sembraban un aspecto desolador ante sus ojos. El frío matinal, envolvía los cuerpos inertes con su brisa. Lamentos, cuerpos mutilados, ríos de sangre y un terrible olor a carne humana hicieron que Arian vomitase los pocos escrúpulos que le quedaban. El olor nauseabundo había paralizado sus piernas. Comenzó a andar con cierta dificultad por el mar de cadáveres, dirigiéndose a un pequeño grupo de árboles que se extendía a unos doscientos metros de él. La trinchera enemiga había sido totalmente aniquilada y los cuerpos inertes de los enemigos se extendían a lo largo de ella. Extremidades, excrementos, fusiles, cuerpos carbonizados. Toda la inmundicia humana en menos de un metro cuadrado bajo tierra. Sin duda una gran victoria para la tropa y para el puto orgullo de su capitán-pensó Arian-. Que más le daba a él la victoria- se preguntaba-, aquella guerra en la que se alistó para ver mundo le había inflingido la mayor de las derrotas: El odio a su propia raza, el sentimiento culpable de la destrucción del espíritu humano, ser una parte más de un destino sin esperanza.
De nuevo su pensamiento lo trasladó a la oficina de reclutamiento, y al cartel que decía:
“¡¡ ALÍSTATE AL EJÉRCITO!: TÚ PAÍS TE NECESITA, LUCHA POR NUESTRA LIBERTAD”
Era gracioso pensar que todo lo que había experimentado esa noche, era una lucha por la libertad. ¿Acaso era la libertad, privar de la vida a miles de personas? se preguntó
Caminó a duras penas durante largo rato a través de la espesura de los árboles. La lluvia caída la noche anterior hacía que las hojas de los pinos desprendieran gotas de agua que mojaban los helechos que dominaban la húmeda tierra del lugar. Era como estar en un oasis natural algo que le ayudó a recuperar cierta tranquilidad.
Arian había pensado desertar y encaminar sus pasos hacía la verdadera libertad: Escapar de aquella absurda guerra. Sacó la carta que había escrito y la apretó fuertemente, luego la metió en el bolsillo del pecho de la sangrante casaca.
Sus pies le seguían por un sendero angosto. Cada paso se confundía con el sonido de las hojas de los árboles, que se agitaban con la ligera brisa de la mañana. A ambos lados del sendero, la gran fila de árboles le vigilaba extendiéndose varios kilómetros y mirándolo como un reo que se dirige por el pasillo de la muerte.
Estuvo andando durante dos horas por aquel túnel de flores, helechos y árboles milenarios. Un pensamiento repentino le hizo sentir envidia de aquellos gigantes verdes que le miraban impasibles. Cuando él muriese ellos seguirían siendo testigos de miles de mañanas en las que la lluvia volvería a regar las ramas eternamente igual que él amaría a Irene.
Era extraño, pero se había obsesionado con la muerte después de alistarse al ejército y ahora la intuía de cerca.
Exhausto, se sentó en una roca junto al camino. Con la vista fija en el suelo, sus dedos peinaron la melena aún sucia por el barro de la batalla. Un suspiro profundo, ahogó su aliento y se coló entre mil pensamientos que cruzaron su cabeza destino a lo más profundo de su instinto vital. De pronto se levantó y con un rápido movimiento dio una patada al fusil apoyado en la roca. Se arrancó con rabia los galones del uniforme y luego cayó de rodillas ante los árboles, que como implacables jueces, extendían sus ramas para recoger la clemencia pedida por el joven. Un llanto mudo se dibujó en su cara, no sabía qué hacer ni a dónde ir. Se encontraba en una tierra extraña y lejos de su casa. Decidió no pensar más y descansar. El pie de un árbol caído, le sirvió como improvisado lecho. Cerró los ojos.

El paisaje había cambiado, se encontraba en la cima de una colina y a lo lejos divisaba un paisaje desolador: los cuervos sobrevolaban un terreno inhóspito, regado de cadáveres. Se repartían los trozos de carne en una orgía depredadora. Algunos se peleaban pico con pico, por un pedazo de ojo que despedazaban soltando un asqueroso líquido transparente que otro cuervo divisó desde las alturas y se lanzó a sorber. Los árboles no tenían hojas, la tierra, con un tono rojizo se extendía tiñendo brazos, piernas y troncos deshechos. Ante este espectáculo fantasmagórico, allí estaba Arian, con su uniforme de gala, reluciente y completamente nuevo. Se echó un vistazo de arriba a bajo, sentía como si fuese un Cesar o un Napoleón después de una batalla. Cuando desde lo más alto, observa los frutos de su poder y entonces se cree el amo del mundo, el gran destructor. Entonces, tiemblen hermanos, porque su poder es inmenso y el mundo se rendirá ante el odio de un pobre espíritu.
De pronto se oyó una sonora carcajada procedente del aterrador llano. Se hizo la oscuridad mientras una risa se incrementaba cada vez más y más. Intentó salir de aquella colina aterradora, pero cual fue su sorpresa cuando notó que sus pies no se movían de la tierra seca. Lo intentó con todas sus fuerzas pero estaba paralizado. Sus píes querían reaccionar pero cada batida hacía que la tierra levantase un ligero polvo que no le permitía ver. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Era como si toda su red intravenosa se transformase en una red de alta tensión. Por fin se dio por vencido. Dos lágrimas de impotencia cayeron sobre sus zapatos nuevos, ya sucios por el continuo meneo al que habían sido sometidos. De pronto la carta que escribió en la trinchera salió de su bolsillo y se perdió en los confines del cielo. Cuando las lágrimas se secaron divisó en la profunda oscuridad, una gigantesca sombra que se acercaba y de donde provenía la carcajada que había oído anteriormente. A tan sólo cien metros de él, un gigante de veinte metros, vestido con uniforme verde, le señalaba con una fusta mientras reía abundantemente. Era el capitán. Intentó escapar pero no podía porque estaba sólo.
El ruido de la sirena del barco le sorprendió. En ese momento sus ojos estaban perdidos en el horizonte y no llegaba a oír a Irene, que llorando, le acariciaba la cara con sus dulces manos. El cuadro que mostraban los dos en aquel puerto repleto de soldados de infantería y demás maquinaria de guerra, recordaba a una estatua que perpetúa el amor de los amantes que se separan en el último pedazo de tierra del mundo. El puerto se extendía lo largo de la costa de la ciudad, miles de buques flotaban en sus aguas esperando llenarse de soldados y zarpar hacía la lucha por la libertad. ¡Que irónico! : la lucha por la libertad tiene estas cosas. Renunciar a otras muchas, pensaba Arian. Irene le dijo una vez más: - prométeme que escribirás-. Arian seguía vagabundeando en su pensamiento y no la oyó. Irene volvió a insistir: - Arian, ¿No me oyes?, ¿Me escribirás? Arian apartó la vista del barco que debía llevarlo al frente y miró profundamente a Irene, como si supiese que esa era la última vez que la vería. Acarició su pelo terso y negro como el ébano y deslizó con suavidad las yemas de sus dedos por la tez blanca de la joven. Irene ere camarera, no era muy alta y sus ojos negros dejaban entrever una profunda humildad que la caracterizaba y que siempre utilizaba como tarjeta de presentación. El soldado, volvió a fijar sus ojos en los de ella. Su mirada le transmitió una paz que Irene nunca había sentido. Llevaban tres años juntos y pese a ser muy jóvenes, su relación había estado marcada por las dificultades. Pero aquella mirada, salvó todo los malos momentos vividos hasta ese instante. Irene sabía que lo quería, hasta ese momento no le había sentido tan cerca de sí. Pensó que quizás, era el amor del que siempre había dudado. Siempre pensaba en el amor como algo que se compartía y que finalmente acaba agotándose. Pero en aquel momento sintió que pasase lo que pasase amaría a Arian toda su vida.
La sirena del barco volvió a llamar por tercera vez. Arian cogió su saco de viaje y se lo echó al hombro: - debo irme mi vida, prometo que te escribiré-. Cuídate y vive cada día como si fuese el último. Hazlo por mí. Irene contestó con un abrazo que Arian guardó para siempre en su corazón.
El barco de Arian zarpaba y miles de pañuelos blancos despedían a los héroes de la nación que partían a la lucha. Irene, desde el embarcadero, no necesitó decir adiós. Sus lágrimas fueron la mejor despedida para Arian que lanzándole un beso volado lloró pensando que ya podía morirse tranquilo. Mientras, Irene seguiría allí esperándole, por los siglos de los siglos…

Fue su último recuerdo bajo el árbol. Siguió delirando unos instantes hasta que alzó la vista al cielo. Entre las ojas marrones de la encina vió salir el sol. Una sonrisa se dibujo en su cara recordando por última vez a Irene mientras el gigantesco capitán se derretía y él exhalaba su último suspiro.

jueves, 13 de noviembre de 2008

ARIAN (PARTE I)


El frío de la noche penetraba cortante a través del cuello de la casaca de Arian. La oscuridad, de vez en cuando, se hacía cómplice del relámpago repentino de una bala de mortero que caía cerca de su posición. La tierra temblaba y luego el silencio aterrador presagiaba una nueva tregua entre los alejados gritos mortales y las balas que rasgaban el dominio de la noche. En ese momento una sensación de inquietud invadía todo su cuerpo. Pensaba cuanto tiempo duraría ese silencio. ¿Unos segundos?, ¿Un minuto? ¿días tal vez? Lo cierto es que en ese mínimo espacio de tiempo que invadía sus oídos, su corazón se destrozaba en pedazos, sus pulsaciones se aceleraban y lograba sentir la sombra de la guadaña muy cerca.

Usaba un pequeño lápiz que apenas podían sostener sus dedos. Escribía una carta a duras penas improvisadamente. Utilizaba su muslo como punto de apoyo. Caían pequeñas gotas de lluvia que mojaban el papel haciendo que la tinta se corriese mientras hacía lo posible para cubrir el papel sin que las palabras se escurriesen en la humedad de la noche. Terminó de escribir las últimas palabras: "te amaré eternamente. Siempre tuyo, Arian".

Besó el pequeño pliegue blanco y negro tintado y luego se lo metió en el bolsillo. De nuevo una nueva carga de metralla, el zumbido de una bala que se estrellaba contra un saco de arena mojado situado sobre él y todo volvía a la normalidad: la monotonía del frente era así.

De vez en cuando varios compañeros armados con fusiles pasaban corriendo y agachados. Fumaba una pequeña colilla que había encontrado en el barracón de oficiales. Llevaba siete horas bajo la trinchera sin hacer absolutamente nada. Había estado oyendo el silbido de las balas y los gemidos de sus compañeros que regresaban de primera línea. La pequeña lumbre que desprendía la colilla dejaba entrever sus rasgos a distancia. Cualquier compañero tres metros más allá podía distinguir perfectamente su cara. No era muy alto, tenía dos enormes ojos negros que contrastaban con su cara embadurnada de barro que ofrecían un aspecto poco agradable, como si de un gato pardo se tratase. Pese a ello era bastante atractivo. Su cabello era rubio y en su sien, una cicatriz perpetuaba en su rostro una pequeña travesura de la infancia que le daba un aspecto varonil. Vestía una vieja casaca de color grisáceo, unas botas negras desgastadas por largas caminatas y un casco gris con un impacto de bala. Atuendos que sólo se había quitado en un par de ocasiones para asearse en las últimas semanas, y que le habían entregado el primer día que llegó a la compañía.

Por aquel entonces, habían pasado dos meses desde que se alistó. Un cartel en la oficina de reclutamiento de la ciudad en la que vivía había sido el culpable.
"¡¡ALISTATE AL EJERCITO!: TU PAÍS TE NECESITA, LUCHA POR NUESTRA PATRIA Y POR LA LIBERTAD"
Arian siempre había sido un chico muy inquieto. A sus veinte años ya había recorrido todo el país. Esta vez, influenciado por la euforia de la guerra, decidió alistarse para ver mundo.
Lo que no sabía es que el mundo que iba a ver, dejaría una huella imborrable en su corazón y en su vida.
¡De pronto! mientras se colocaba el casco, el ruido de una corneta sonó como un despertador desafinado. Se dio media vuelta, se terminó de poner bien el casco y se tumbó cuerpo a tierra. Algo gordo se estaba cociendo, pensó. Posiblemente un ataque sorpresa. Arian nunca había entrado en un combate cara a cara. Hasta el momento sólo se había dedicado a caminar junto a la tropa, a construir puentes y a hacer guardia en los barracones de oficiales.
¡Arriba esos culos pandilla de gandules! Gritó el capitán. Hoy será un gran día ¿Ven a esos cabrones al otro lado de la zanja? Arian alzó el cuello y miró a través de los sacos mojados. Vio como a lo lejos los cañones de los fusiles enemigos sobresalían bajo la trinchera esperando dar caza a su presa. Un sudor frió recorrió su cara y se coló sin dificultad por la cicatriz de la sien. En ese momento deseó con todas sus fuerzas escaparse de allí lo más rápido posible, pero la voz del capitán volvió a sonar con un aire duro que delataba el propio miedo que sentía aquel hombre que vestía una casaca repleta de medallas y que destacaba por su gran bigote prepotente.


Escondía su terror entre los gritos a sus soldados. De pronto, el capitán señaló a Arian con la fusta que imperaba en su mano derecha y dijo: - Tú, soldado ¿Qué haces haí mirando las musarañas? Ponte bien ese casco-. Arian con un gesto casi de niño, bajó la mirada y vio como no se lo había atado. Con un rápido movimiento se colocó aquel casco mugriento que le hacía sentir un frío extraño en la cabeza, como si se hubiese aplicado un paño mojado en la frente.
El capitán volvió a dirigirse a la tropa: - Se nos ha encargado atacar la primera línea de trincheras del enemigo. Esos cerdos han de estar muertos antes del amanecer. Carguen sus fusiles, asegúrense de llevar el casco y cuando oigan mi señal: corran como despiadados y maten a todo lo que se mueva ante ustedes ¡Entendido! Al unísono, sonó un seco – ¡Sí, señor!-.

Arian se mantuvo en silencio. Miró a su lado y observó a un chico acurrucado con la espalda apoyada en una de las paredes de la húmeda trinchera. Lloraba, y con ligeros golpecitos de cabeza desgajaba la tierra que se desprendía de la pared de barro. En ese momento la mente de Arian estaba en blanco. Sus ojos, se perdían en la infinitud del humo de los cigarrillos que ya dejaba entrever el amanecer que presagiaba una nueva carnicería. Era extraño, pero la visión del soldado llorón le causó cierto bienestar en su interior, como si las lágrimas de aquel individuo fuesen las suyas. Lágrimas de desahogo ante tanta impotencia, ante el desastre que se avecinaba. Parecía como si sus dos almas se hubiesen unido para gritar: ¡Quiero irme a casa!
La corneta sonó a carga y sin darse cuenta Arian se vio corriendo al lado de cientos de compañeros con casacas grises que gritaban como posesos. Cada paso que daba era un paso más hacía la muerte, pero Arian ya se había resignado. Pensó que la vida se había cansado de él y que como a muchos jóvenes de su edad, aquella guerra lo había sentenciado desde el día en que se alistó en la oficina de reclutamiento.
Un grito desgarrador le estremeció. Ante él yacía el cuerpo de un compañero totalmente destrozado, sin las dos extremidades inferiores, la sangre corría acompañada por el agua de la lluvia que se detenía ante sus botas. Sin apenas tener tiempo para reaccionar, un reguero de sangre salpicó su cara, otro compañero, atravesado por una bala que le había destrozado el cuello, caía cerca de él: era el muchacho que vio llorar en la trinchera. Arian cayó al suelo llorando de rabia. Deseaba morir en ese instante, sintió que su vida carecía por completo de sentido. Aquel terrorífico escenario le invitaba al mayor de los dolores internos: El miedo.


La impotencia que sentía, era el principal cómplice de las lágrimas derramadas en aquel campo de batalla de la muerte. Mientras tanto, cientos de compañeros seguían pasando a su alrededor, uno de ellos lo sujetó por el brazo e intentó que se reincorporara, pero Arian no tenía fuerzas para seguir adelante, quería quedarse allí, empapándose de la sangre y las lágrimas que la lluvia le ofrecía sin rechistar. Era curioso. En todo aquel infierno de sangre y muerte, la lluvia ejercía como un poder purificador. Por eso seguía allí. El agua del cielo era su aliento de vida en aquella soledad.