sábado, 6 de marzo de 2010

EL HOMBRE DE LA BUFANDA

Con el paso de los años me he dado cuenta de que vivo en una ciudad de bufandas arrugadas, de todos los colores. Sus aceras acompañan mis pasos perdidos de juventud entre botas de cuero húmedas que se suceden ignorándome con toda la razón. Bajo el paragüas, exhalo el vaho caminando entre ellas. Algunas no alcanzan los 18 otras pasan de los 20. Todas mueven sus culos haciendo que mi garganta se estremezca. ¡Jodidas hijas de puta! Se me va a romper el cuello.
En la buhardilla bajo la luz del flexo, intento imaginármela adorable. Se me pasa por la cabeza hacerme una paja, pero soporto el instante de euforia con ayuda del yogurt de la nevera. Vomito los lácteos de ayer. Me limpio la boca con la manga de la camisa y me retiro a la esquina del sol.
Supongo que ahora tendrá unos 17 años, pero ignoro su nombre. Solo me gustaría que conservara su espíritu. Me la imagino subiendo a la azotea, temprano, antes de irse a clase. Sujetando la taza de menta poleo que tanto le gusta a su madre, que tiende la ropa entre las sábanas que vuelan por el viento ¡ Esas puertas del cielo!

Así que con la mejor de sus sonrisas, medias altas con colores a rayas y minifalda de cuadros rojinegras sujetadas por tirantes que se estrechan a presión en los pequeños pezones que alumbran su camiseta blanca, inicia el rito de convencimiento materno.
La entrega la taza a su madre que bebe con placer. Acaba de pasar una avión y eso la hace reaccionar. Sabe que si no se da prisa no podrá llegar a su cita en el aeropuerto. Yo me pongo ansioso, han sido semanas de charlas ciegas y espero el momento de conocerla. Pero su madre se mete en medio una vez más. ¡Ten cuidado hija! ¡ No te fies de cualquier persona! Ella es encantandoramente bonita, ojos azules grandes, pelo rojizo con labios gruesos y rosados, sonrisa tierna pero de semblante prepotente, echada pa´lante vamos. ¡Mamá, no me va a pasar lo mismo que te pasó a tí, que nunca haya conocido a mi padre, no me va a crear ningún trauma ni nada parecido! Y con las mismas, corre escaleras abajo. Coge su bicicleta mientras la madre sopla la menta poleo que le quema las manos y decide si tomar una decisión.

Efectivamente ella llega tarde pero no importa, voy a estar a una hora determinada, en un lugar determinado y con todo lo que ella desea. Lo sé, y me preparo para el momento. Así que preparo mi mejor bufanda para la ocasión pese a que en esta ciudad el calor me quema los zapatos.
La sala de conferencias está casi llena. Detrás de la puerta oigo el susurro de la gente. Hoy presento mi nueva novela en la ciudad que me vio nacer. Esa en la que mis bufandas son de colores de antaño. Cuando salgo al estrado los aplausos de sobrecogen. Términa mi conferencia. Tras 75 autógrafos, ella se acerca. Es mi momento. Allí está abierta a mí, con su libro en la mano deseándo que le diga algo más que cómo te llamas o plasmarle una firma impersonal. Lo noto en sus ojos, me desea de una manera extraña. Pero no puedo mirarla a los ojos. Algo me lo impide. Cuando llega a mí me saluda con un ... -Hola, soy yo, y te amo-. Me quedo petrificado. La garganta no se me estremece. De pronto veo a la madre mirando desde la puerta de la sala de conferencias. Cruzamos la mirada durante cinco segundos eternos.
Ahora lo entiendo todo. Fui un cobarde sí, la dejé emabarazada, el resultado está ahora aquí frente a mí, deseándome. Pero ya no puedo hacer nada.Ahora ya tengo 47 años y esta vida mía no se merece que tenga una hija tan maravillosa.

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