lunes, 11 de enero de 2010

MEMORIAS DE LA AZOTEA

Siempre me han dicho que las paredes oyen, que las palabras se las lleva el viento o que a veces hay que tener cuidado con quien duermes por que uno puede hablar en sueños.

Yo creo que más que oír, las paredes hablan y que el viento les responde colándose por sus ventanas.

Parece que todas las azoteas son iguales, que se esconden del ruido de la ciudad pero está no es igual, aquí el silencio habla, igual que las paredes, igual que el viento. Aquí nadie puede sentirse solo.

Cuando lo tienes todo, no te das cuenta de las cosas más sencillas, no valoras las cosas igual que antes aquí arriba ya no soy un reflejo de lo que no quise ser, no soy un concepto. Aquí arriba vuelvo a nacer y esta vez, no estás conmigo.

Vicente fuma un cigarro en la azotea mientras medita su complejo y mira el paisaje de los tejados que la ciudad marca. El sol se pone y junto a él en el suelo, un maletín espera la tentación . Saca su móvil del bolsillo y llama a su mujer.

-cariño, creo que la sábana azul es la mejor para el dormitorio.- Cuelga.
Su sombra aparece un instante entre las sábanas de la colada que detrás de él ondean al viento. Aún se lo está pensando. La mano perpendicularmente vertical señala el mango del maletín. Su mandíbula se presiona, su cabeza se envenena. Sopla un suspiro y nada más coger el maletín, su sombra...desaparece.
Sin percartarse, vuelve a la calle. Regresa allá donde las paredes no hablan sino oyen y de donde nunca debió salir.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Retornos del amor en una azotea

Poblado estoy de muchas azoteas.
Sobre la mar se tienden las más blancas,
dispuestas a zarpar al sol, llevando
como velas las sábanas tendidas.
Otras dan a los campos, pero hay una
que solo da al amor, cara a los montes.
Y es la que siempre vuelve.

Allí el amor peinaba sus geranios,
conducía las rosas y jazmines
por las barandas y en la ardiente noche
se deshacía en una fresca lluvia.

Lejos, las cumbres, soportando el peso
de las grandes estrellas, lo velaban.
¿Cuándo el amor vivió más venturoso
ni cuándo entre las flores
recién regadas fuera
con más alma en la sangre poseído?

Subía el silbo de los trenes. Tiemblos
de farolillos de verbena y músicas
de los quioscos y encendidos árboles
remontaban y súbitos diluvios
de cometas veloces que vertían
en sus ojos fugaces resplandores.

Fue la más bella edad del corazón. Retorna
hoy tan distante en que la estoy soñando
sobre este viejo tronco, en un camino
que no me lleva ya a ninguna parte.

Rafael Alberti

Anónimo dijo...

El halcón moteado cala sobre mí,
y me acusa lamentándose
por mi charla y mi pereza.

Yo también soy indomable,
yo también soy intraducible.
Sobre los techos del mundo,
resuena mi bárbaro graznido.

El último celaje del día,
se detiene a esperar por mí,
lanzo mi figura, tras las otras,
reposando verdaderamente en cualquier
sombra silvestre.
Me insta engatusándome hacia la bruma,
y hacia la oscuridad.

Me alejo como el aire,
sacudo mi bucle blanco en el sol fugitivo.
Vierto mi carne en remolinos,
y la dejo arrastrar por la mueca del encaje.
Me entrego, a mí mismo, al barro,
para brotar en la hierba que amo.

Si me necesitas,
búscame en la suela de tus botas.

Apenas sabrás quien soy,
y lo que quiero decir.
No obstante soy tu buena salud,
y filtraré con filamentos tu sangre.

No desfallezcas si no me encuentras pronto.
Si no estoy en un lugar, búscame en otro.
En algún lugar te estaré esperando.

Walt Whitman

nayra dijo...

Me he sentado, esta mañana, en mi balcón, para ver el
mundo. Y él, caminante, se detiene un punto, me saluda y
se va