
Temprano, y con prisa, bajó las escaleras del portal y saludó a la portera que sostenía un libro de color negro con una extraña mujer delgada con un traje rojo que decoraba la portada. Intentó leer el título pero no pudo. En lo único que se fijó fue en el nombre del autor que al parecer por su apellido debía de ser sueco. No le dio importancia sino fuera porque jamás en sus cinco años de inquilina en el edificio había visto coger a la portera ni siquera un periódico para leer. Por eso le sorprendió. Quizás pensó que su portera quisiera adquirir cierta madurez lectora para poder ller algun día a enfrentarse al Ulises de Joyce.
Le quitó importancia al asunto pero le volvió a soprender a una joven chica vestida como una hippie que camina frente a él sosteniendo el mismo libro, con el mismo color, e

Dentro de la autobus el virus lector se extendía a otras cuatro personas que leían el mismo libro como si en él se relataran los secretos ocultos de la humanidad. Daba la casualidad que excepto el chaval del autobus, todo eran mujeres hasta el momento las que deboraban aquella novela.
Pensó que quizás el Ulises de Joyce ya no fuera una biblia que todo lector debiera leer almenos una vez en su vida. Y se acrecentó más su opinión cuando en el parque, en la cefetería donde desayunaba todas las mañanas, en el ascensor, en la oficina, y los cuarto de baño mixtos del edificio donde trabajaban un ejemplar de aquel libro descansaba o lo leían mujeres y más mujeres que no despegaban sus ojos de sus lineas.
La pandemía se extendía por toda la ciudad. Belén comenzó a pensar que todo aquello era una pesadillla, que era un sueño posterior a la finalización de la novela de Joyce. Intentó pellizcarse pero los devoradores de aquel libro surgían por todos lados. Un sudor frío le recorrió la nariz. Salió a la calle pare refrescarse, pero la novela aparecía allí donde fuera. En las esquinas de las cafeterías, sobresaliendo de los bolsos de la señoras, en los escaparates de la librerías, en los bancos públicos de las plazas. Todo el mundo lo leía. Nadie podía escapar a su embrujo. Desde la ama de casa más sencilla hasta el más intrépido de los investigadores universitarios. Todos estaban abducidos por el escritor sueco del que Belén nunca había oído hablar.
Así que se acercó y leyó el título de aquella novela. " Los hombres que no amaban a las mujeres".
Por un momento se sintió identificada pero pensó que con ese título era normal que atraiesel a atención.
La curiosidad no le venció y prefirió seguir pensando en las últimas horas del Ulises de Joyce y escapar una vez más de las modas literarias en el ámbito globalizado de los bestseller. Pese a que algunos la calificaban de la novela del siglo o de una obra maestra. Belén se mostró fiel a sus clásicos. Primero debería terminar con ellos para comenzar a leer las grandes obras del nuevo siglo. Ese era su plan y nadie se lo iba a impedir.
Pero visto lo visto. Pensó que podría hacerse rica escribiendo así que al día siguiente comenzó a escribir una novela. Algo con lo que siempre había soñado. Desde entonces ya no paró.
No hay comentarios:
Publicar un comentario