viernes, 21 de agosto de 2009

BESTSELLER

Después de más de diez años de meditación y preparación para emprender su lectura. Belén Navarro había cerrado la tapa dura del libro la noche anterior. Había empleado cerca de seis meses en leerla. No se sintió preparada para hacerlo hasta el día que cumplió 25 años y ese fue su regalo de cumpleaños. Disfrutó cada párrafo, linea y frase narrada en el libro. Casi mil páginas para contar pocas horas en la vida de unos personajes. Una obra que hablaba de todo lo que un ser humano debía saber. En qué pensaría Joyce al escribirlo pensó Belén al degustar los primeros minutos de su recien acaba lectura. El Ulises había copado sus últimas noches de insomnio de una manera especial. Al amanecer se sentía otra mujer. La experiecia le habia reconfortado espiritual e intelectualmente. Ya podía afrontar cualquier lectura por complicada que fuera. Se sentía un lectora madura y eso era lo más importante para ella.

Temprano, y con prisa, bajó las escaleras del portal y saludó a la portera que sostenía un libro de color negro con una extraña mujer delgada con un traje rojo que decoraba la portada. Intentó leer el título pero no pudo. En lo único que se fijó fue en el nombre del autor que al parecer por su apellido debía de ser sueco. No le dio importancia sino fuera porque jamás en sus cinco años de inquilina en el edificio había visto coger a la portera ni siquera un periódico para leer. Por eso le sorprendió. Quizás pensó que su portera quisiera adquirir cierta madurez lectora para poder ller algun día a enfrentarse al Ulises de Joyce.

Le quitó importancia al asunto pero le volvió a soprender a una joven chica vestida como una hippie que camina frente a él sosteniendo el mismo libro, con el mismo color, el mismo tamaño, la misma portada y el mismo autor que el de su portera. La chica transitaba como un zombie por la calle sin mirar hacia adelante, postrando sus mirada en el libro como si estuvira abducida corriendo aún el riesgo de que su nariz adquieriera el tamaño de una enana roja ante cualquier choque accidental. Llegó a la parada del autobús donde dos mujeres y un joven sostenían abiertos el mismo libro. El joven leía los primeros capítulos. Las otras dos mujeres parecía leer al unísono porque sus páginas estaban casi parejas. Leía como condenadas apoyadas en la tablilla de horarios de la parada. Apostaría lo que fuera a que si en ese momento pasara la linea que esperaban, les daría lo mismo perderla. Pero eso no fue así. Llegó el autobús y las señoras y el chaval subieron con sus libros abiertos y pagando el ticket sin mirar apenas al conductor.

Dentro de la autobus el virus lector se extendía a otras cuatro personas que leían el mismo libro como si en él se relataran los secretos ocultos de la humanidad. Daba la casualidad que excepto el chaval del autobus, todo eran mujeres hasta el momento las que deboraban aquella novela.

Pensó que quizás el Ulises de Joyce ya no fuera una biblia que todo lector debiera leer almenos una vez en su vida. Y se acrecentó más su opinión cuando en el parque, en la cefetería donde desayunaba todas las mañanas, en el ascensor, en la oficina, y los cuarto de baño mixtos del edificio donde trabajaban un ejemplar de aquel libro descansaba o lo leían mujeres y más mujeres que no despegaban sus ojos de sus lineas.

La pandemía se extendía por toda la ciudad. Belén comenzó a pensar que todo aquello era una pesadillla, que era un sueño posterior a la finalización de la novela de Joyce. Intentó pellizcarse pero los devoradores de aquel libro surgían por todos lados. Un sudor frío le recorrió la nariz. Salió a la calle pare refrescarse, pero la novela aparecía allí donde fuera. En las esquinas de las cafeterías, sobresaliendo de los bolsos de la señoras, en los escaparates de la librerías, en los bancos públicos de las plazas. Todo el mundo lo leía. Nadie podía escapar a su embrujo. Desde la ama de casa más sencilla hasta el más intrépido de los investigadores universitarios. Todos estaban abducidos por el escritor sueco del que Belén nunca había oído hablar.

Así que se acercó y leyó el título de aquella novela. " Los hombres que no amaban a las mujeres".
Por un momento se sintió identificada pero pensó que con ese título era normal que atraiesel a atención.

La curiosidad no le venció y prefirió seguir pensando en las últimas horas del Ulises de Joyce y escapar una vez más de las modas literarias en el ámbito globalizado de los bestseller. Pese a que algunos la calificaban de la novela del siglo o de una obra maestra. Belén se mostró fiel a sus clásicos. Primero debería terminar con ellos para comenzar a leer las grandes obras del nuevo siglo. Ese era su plan y nadie se lo iba a impedir.

Pero visto lo visto. Pensó que podría hacerse rica escribiendo así que al día siguiente comenzó a escribir una novela. Algo con lo que siempre había soñado. Desde entonces ya no paró.

No hay comentarios: