miércoles, 14 de octubre de 2009

LOS COMENSALES

Nunca llegué a imaginar que pudiera sentarme en la mesa con una cohorte de personas de las demominadas “vips” “personalidades”, o como quieran llamarse a estos individuos, políticos, escritores, directores de instituciones, catedráticos de universidad, alcaldes, concejales y demás prole pública y privada a los que acompañaba en la mesa.

Mientras unos dialogaban sobre sus logros, sus proyectos de futuro y de su vida social y cultural. Yo, Julián Navas, miraba absorto mi copa de agua mineral. Pequeñas partículas de H2O burbujeaban después de que el camarero la hubiera llenado cinco segundos antes. A mí alrededor los comensales seguían charlando animosamente de lo suyo. Yo trabajaba como periodista para un pequeño portal de Internet. La reunión gastronómica se había llevado acabo después de un bodrio de conferencia sobre el estado de la economia global. Aún, con mi libreta echando chispas, no lograba explicarme por qué coño había aceptado aquella invitación. Quizás porque a los políticos les convenía: siempre es mejor tener a un periodista de tu lado que dejarlo a su libre albedrío, sin preguntas incómodas. Sería peligroso que pudiera inmiscuirse en asuntos relativos a la búsqueda de alguna verdad perdida o camuflada.

Lo cierto es que nadie me hacía ni puto caso, así que empaticé con el ambiente y tampoco hice ni puto caso a nadie. Algunos de los anfitriones se habían encargado de presentarme como un periodista de gran profesionalidad simplemente para aparentar o quedar bien ante sus invitados. Sus intereses se podía descifrar en sus miradas perdidas, en sus blandas estrechadas de mano. Pero algunos me miraban con cara "pero este quién es" , máxime cuando todos me superaban en edad y condición. En ese momento eché de menos a mi amigo Gregor Samsa para comentarle la situación y sentirme menos extraño.
Pasados los brindis y los entrantes, que me vinieron de lujo, ya que no había cenado todavía, uno de los anfitriones se dirigió a mí para preguntarme que me había parecido la conferencia. Me levanté y le espeté: "muy interesante, y ahora disculpen pero me tengo que marchar señores. Un placer." Salí corriendo de allí intentándome quitar de la muela un cacho de tortilla que se me resistía.

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