martes, 17 de febrero de 2009

FETICHE 3


Llegó en bicicleta después de prepararse a conciencia durante toda la noche. La dejó en el portal y después de subir los dos pisos por las escaleras. Respiró hondo. Peinó el fleco que le caía sobre la frente y tocó el timbre. El umbral se iluminó con su presencia. Sonrió como siempre, de esa manera que le hacía sentir seguro, la que le había decorado las noches en el pub donde trabajaba como camarera. Vestía un camisón amarillo transparente que perfilaba un cuerpo fibroso y dejaba entrever todos sus encantos. Su piel completamente dorada por el sol y suave como una pluma que cae en el agua. Ella le hablaba , él observaba el movimiento de sus labios como si fueran un manjar hipnótico, pero no la escuchaba, más pendiente de los pezones que se erguían firmes. Se sentó en la mesa del salón hasta que volvió completamente desnuda salvo por un collar de caracolas marinas que circundaba sus caderas. Comenzó a desnudarle y acabaron en la cama retorciéndose entre besos y caricias prolongados durante una hora. Ninguno podía creerlo. Ella se sentía como la reina de corazones que había encontrado a su rey en el País de las Maravillas. Los rayos del sol que entraban por la persiana se dibujaban en sus cuerpos. Ni ellos mismos eran conscientes del grado de perfección que habían alcanzado. Luego lo hicieron. Ella no pudo sostenerse y gritó ¡Fóllame! una y otra vez mientras se estrellaba contra sus nalgas. El collar de caracolas se balanzeaba cómplice, acariciando su vientre. Hasta el mismísimo Charles Bukowski habría muerto de envidia ante la escena. La magia no se rompió. A sus 32 años ella ya disponía de un amplio catálogo de amantes de todo tipo. Su primera relación fue a los 16 con un hombre de 47. Hacía unos meses que había huído de un amor que la aprisionaba. En él, encontró la honestidad que no le había brindado ninguno de sus anteriores amantes. Ella seguía sin creerlo ¿ De verdad que es tu primera vez? Le preguntó. –Sí respondió él. Pasaron unos minutos en silencio. La besó por última vez y se despidió. Lo siento...tengo que irme a clase. Se vistió y cuando cruzó de nuevo el umbral, sintió que daba un paso importante en sus hasta entonces, 17 años de vida.

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