miércoles, 7 de octubre de 2009

SANTAS PARISINAS

Eran tres hermanas jóvenes. Pequeñas hadas parisinas, que llegaron emigradas del este de Polonia. Sus primaveras unidas, apenas contaban 65 años cuando ocurrió.
Los shows de streepties del Boulevard de Clichy las acogieron por una temporada. Allí desempeñaron una corta pero intensa carrera como musas sexuales. Recordaban los días en los que los padres Antonie y Côme de la parroquia de St-Severin, en el barrio latino, las habían frecuentado desprendidos de sus alzacuellos y sotanas y armados con sus crucifijos del amor, que utilizaban como juguetes sexuales, impregnados por el olor de la pasión reprimida.
Ahora rezaban por su vuelta. Paris tiene estas cosas. Sus envoltorios de seda se habían ahogado en el fondo del Sena con las etiquetas vueltas del revés, locas de vergüenza ajena. Las tres princesas parisinas desaparecieron sin avisar un día gris. Deambulaban desde entonces subiendo por las adoquinadas y empinadas calles de Montmatre. Es difícil verlas en las noches luminosas, sin los neones rojos o sin los preservativos en sus bolsos de plumas. Limpios sus espectros, los párrocos Antoine y Côme se escapan pasada la medianoche, desarmados por su incasto celibato, esperando que se les aparezcan. Ellas aún son novatas en su nuevo estado y tienen poca costumbre. Después de sus experiencias religiosas, las habían canonizado y convertido en Santas. Santa Kateřina, Santa Alicja y Santa Weronika. Desde entonces, solo han iluminado con sus apariciones a unos pocos afortunados que han tenido la suerte de verlas. Entre ellos... yo.

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