lunes, 17 de noviembre de 2008

3º (relatos tras el cambio climático) Un día duro

UN DÍA DURO



Hacía calor. Más del habitual en esta época del otoño. 45 grados a las 10.00 de la mañana, marcaba el reloj digital de la máscara. Me aseguré que la gabardina y los pantalones estaban completamente cerrados y adheridos a la piel. Los guantes también estaban indemnes. Una ligera apertura podría ser peligrosa para mi organismo. Solo me preocupaba desde Hacía dias una tos seca que se agravaba sobre todo, cuando aparecía el frío helado de la noche. Sin embargo mi cuerpo se había acostumbrado a los cambios graduales y radicales que habíamos exerimentado en el último decenio y la tos era algo muy común entre la ciudadanía del Ghetto. Todo había evolucionado. Recordaba cuando era un adolescente y aún podíamos jugar a pelota en la calle con un simple traje protector de dos capas. Miré hacia el sol y pensé que aún le quedaba 30 millones de años para enguñirnos aunque sin quererlo, ya lo estaba haciendo.

Volvía a casa después de un duro día de trabajo en la planta de reciclaje del Dome.Estaba contento. Había cobrado y me llevaba a casa una botella completa de Oxgen. Mi mente me regalaba un instante de tregua feliz pensando que podría darme un buen baño de aire puro y refrescar un poco la colmena. Pero antes debía visitar a un amigo en la droguería del centro.
El guardía de la puerta estaba armado con una Th-Drx-3 de primera generación. Escaneó mi ojo con el visor laser de iris. No tuve nada que objetar ante el potencial de su arma, así que entré a la tienda tras enseñarle mi pase de sub-proletario de nivel-1. La puerta de acero se abrió ante mí y a lo lejos vi a Tíbor. Estaba ocupado. La tienda era alargada, rebosaba de clientes, parecía un antiguo mecadillo como los de principio de siglo. Hacía tiempo que no veía algo así. El ambiente estaba cargado de vapor de oxígeno reciclado que salía de unas rendijas del techo y que se mantenía en suspensión. Podía verlo porque la luz verdosa tenue del local diseñaba aquel halo. Muchos tosian marcando un concierto audaz de síntomas de salud medioambientales. Tibor me saludó con la mano resignado por el trabajo que se le acumulaba. No paraba de facturar botes de Oxgen y demás productos que el gobierno vendía a los habitantes de las zonas A, B, Y C. Intuí sus resoplidos bajo su máscara de latex negra. Delante del mostrador, en la cola, una mujer daba de amamantar a su hijo. Un tubo caucho que no parecía muy esterelizado salía de uno de los pezones de la madre hasta un pequeño habitáculo de la mini máscara antigas del bebé que sostenía en sus brazos. Lo arruyaba de un lado a otro cantando una nana hueca que se intentaba escapar por los orificios del depurador de oxígeno de su máscara. Junto a ella una señora mayor que vestía un turbante morado en la cabeza y lo que parecía ser un chatarrero de coches por la indumentaria que llevaba. Sin embargo al entrar me había fijado en un individuo extraño que ahora estaba pasando sospechosamente al otro lado de la tienda. No llevaba una máscara de cara completa, respiraba por una mascarilla que le tapaba solo la nariz y de donde salía un tubo que se metía en una gabardina marrón de lana desgastada. No le veía los ojos porque llevaba puestas unas gafas antiguas de piloto aéreo empañadas por la humedad. Enseguida supe que no podría pasarle el tabaco de contrabando a Tibor en estas condiciones así que decidí marcharme. En ese momento el extraño individuo sacó de su gabardina una pequeña arma. El guarda reaccionó tarde, un disparó suyo fue a parar al cuello de la señora del turbante. El individuo disparó su arma en modo ráfaga contra el guardían que cayó fulminado. Se giró violentamente y mandó a callar a los clientes que no podían moverse por el pánico.

-¿Teneis miedo cabrones? Yo estaba junto a la mujer que amamantaba a su bebé, que ahora no paraba de llorar. - Dile que se calle o lo mato- amenazó a la madre - El bebé no paraba de llorar y su madre se había unido al llanto de su hijo. La mujer del turbante yacía desangrada en el suelo y el resto de la clientela petrificada.

-Quiero que sepais que la anarquía ha llegado al Dome. El aire para el pueblo. Supuse que me nos encontrábamos ante un terrorista. Miré A tíbor, pude ver sus ojos através de su máscara. El individuo cogió uno a uno los botes de oxígeno que había comprado la gente. Cuando acabó miró a su alrededor y salió corriendo.

Los guardas del distrito en el que nos encontrábamos no tardaron en llegar. Nos desalojaron rápidamente. Esto nunca le había pasado antes, me decía Tíbor. Fuímos bajo el puente del antiguo puerto dónde los indigentes iban a dormir antaño. Aquí sí se podía respirar. Nos quitamos las máscaras antigas. Las gruas y los muelles se había ahogado con la subida del nivel del mar pero ahora cuando bajaba la marea, quedaban al descubierto mostrando un paisaje surrealista. Le regalé una caja a Tíbor, y nos fumanos el resto de la cajetilla que me quedaba. Fumar estaba considerado un delito. No nos importaba, estabamos vivos y eso era lo que más nos importaba en ese momento...vivir. Despues de varias caladas ambos tosimos con violencia. Tíbor me dio las gracias por el regalo, -Joder, que bueno está este tabaco- me dijo mientras apuraba su último cigarro.

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