sábado, 8 de noviembre de 2008

DESDE NORMANDÍA A AUSWICHTZ (RUMBO A BERLÍN)

Después de visitar Normandía volví a Paris para pasar allí la noche. Necesitaba descansar por que mi tren para Alemania salía de noche. Me alojé cerca de Notre Dame en un albergue de estudiantes cercano al Boulevard de St Germain. Utilicé el día para disfrutar de la ciudad y visitar uno de los pocos lugares donde no había estado en mis anteriores estancias en la ciudad: la pequeña Estatua de la Libertad.

Bajando por el río Sena, junto uno de los puentes de la Isla de Los Cisnes se encuentra esta réplica un poco más pequeña que la de New York. La visita fue de lo más tranquila. Afortunadamente no es un lugar de reclamo para turistas que se conforman con verla desde los cruceros que se realizan por el río. Caminé a lo largo de la isla de los cisnes. Prácticamente, es un paseo horizontal cubierto de árboles donde muchos parisinos acuden a leer en sus bancos de madera. Algunos incluso, plantan sus casetas de campaña para dormir. El lugar rebosa tranquilidad y es un perfecto sitio para que Doña Libertad descanse tranquila.

El resto del día paseé por los Bulevares, subí a Montmatre y tomé un helado hasta hacer tiempo hasta llegar a la estación de tren de la Gare Du Nord donde cogería el tren rumbo a Hamburgo. Por delante me esperaban doce horas en una coche-cama. Compartí la cochera con una madre camerunesa que viajaba con sus dos hijos pequeños y una señora que traía un pequeño perrito que se tumbo debajo de la litera en silencio, sin rechistar y que no salió en toda la noche de allí. Al día siguiente me desperté en la estación central de Hamburgo, Hice tiempo durante una hora para coger otro tren que me llevaría a Berlín.

Después de no dormir muy bien durante la noche, el tren que me llevaría a la capital alemana tardaría dos horas así que decidí tomármelo con calma y descansar lo que pudiera. En la segunda parada se subió una joven alemana. Era de pelo castaño, sus ojos eran almendrados y de color negro. Parecía interesante porque había encendido su ordenador portátil y no paraba de escribir. Pensé que debía ser estudiante. Yo escuchaba música en mis cascos y de vez en cuando cruzábamos miradas. Se había sentado frente a mí y le había rozado con mi pie. Le pedí disculpas, ella me respondía con una sonrisa. En dos ocasiones volvió a reírse cuando mi móvil sonaba y no me dejaba escuchar música con tranquilidad. Estaba intrigado por lo que pudiera estar escribiendo y sus ojos me atraían cada vez más. Sabía que nos separaríamos en menos de una hora y cuando apagó su portátil dudé si hablar con ella o no. Intuí que librábamos una batalla de pensamientos. Pero en las casi dos horas de trayecto no nos dirigimos ni una palabra. Cuando anunciaban que llegábamos a Berlín, escribí una nota en la que le daba las gracias por regalarme su mirada durante el viaje. Planeé dejársela en el bolsillo exterior de su mochila, pero no fui lo suficientemente atrevido.


Ella se bajó del tren. Yo seguí mi camino. Le eché un vistazo por última vez mientras se perdía por las escaleras mecánicas entre viajeros y maletas. Ahora era ella quien escuchaba música en unos auriculares. Mi música era muy diferente. Estaba en Berlín y sólo escuchaba el caos acústico de la estación de tren de Ostbahnhof. No me vio pero le devolví una sonrisa que se quedó junto a las vías para mi y mi recuerdo.

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