Por la mañana temprano salgo en guagua rumbo a las minas de sal de Welickza. No están lejos de Cracovia a unos 13 kilómetros. Están consideradas con una de las más grandes del mundo. Sus galerías, construídas en el siglo XIX, se extienden a lo largo de más de 200 kilómetros y son Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1978. La puerta de entrada a las minas se caracteriza por la cantidad de turistas que salen de ellas y por sus caras y gestos de asombro cuando vuelven a ver la luz del día. Más tarde sabría el porqué de sus gestos.
Comienzo el descenso a la minas por unas escaleras de madera. Asomo el pie por el primer peldaño de los más de 300 escalones que hay hasta bajar al nivel, a unos 135 metros bajo tierra. La vista desde lo alto de la escalera es vertiginosa. Desde allí puedo apreciar la profundidad. Veo las manos de las personas que se encuentran unos 30 metros más abajo y la oscuridad del fondo. La escalera está iluminada por pequeñas lámparas de mano y la barandilla y los tabiques de madera presentan escrituras, e inscripciones de las muchas personas que han pasado por allí. Bajo las escaleras de forma circular mientras miro al abismo. La sensación puede llegar a ser agobiante para una persona que sufra claustrofobia. Cada 20 metros noto como la humedad va calándose entre mis ropas. Un aire frío asciende mientras se oyen los comentarios en forma de eco que llegan de las personas que están varios niveles más abajo. Cada cierto tiempo, suena una campana que anuncia que varias personas suben desde la mina en un mini ascensor. Entre los tabiques de madera la roca está fría puede cortar si la tocas. Después de alcanzar el primer nivel a unos 64 metros de profundidad miro hacia arriba.Veo la misma imágen pero al revés. Camino por este nivel pasando a diferentes galerias. Las paredes y las vigas de madera son madera precisamente por la cantidad de sal que se encuentra aquí. La sal se adhiere a la madera y la conserva. Este es uno de los lugares de extracción de sal gema más antiguos del mundo, que sigue en funcionamiento desde el siglo XIII. Atraviesa un increíble mundo de galerías de sal y cámaras con esculturas únicas en su género. Si no se va guiado, es difícil perderse en este laberinto. Curioseo y paso mi mano por las paredes del techo. Efectivamente después de lamerla, el gusto a sal se impregna en mis papilas. El l



Aquí termina la visita despúes de más de dos horas a mas de 130 metros de profundidad. Llego al ascensor de salida. Es minúsculo. Solo caben nueve personas por viaje y asciende los 130 metros de profundidad en 45 segundos. Entro en el habitáculo. El ascensor tiene una puerta de rejilla y está construído a base de hierros ligeros. Se cierra la puerta. Suena la campana y en un segundo estamos subiendo sotenidos por una gruesa cuerda y a toda velocidad. Todo se vuelve oscuro. Ya no siento ni el cambio de humedad en el ascenso. El chirriar de los hierros es el único sonido que oigo. Las nueve personas que me acompañan contienen la respiración. Algunos cierran los ojos con fuerza. Otros me miran y sonríen, no sé si por no llorar a por ocultar su nerviosismo. Son 45 segundos que se hacen eternos. Al llegar arriba y ver la luz. Recuerdo las caras de los turistas que vi al comienzo de la visita. Ahora sé de dónde venían. Respiro hondamente satisfecho por la experiencia.
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