jueves, 6 de noviembre de 2008

3º (relatos tras el cambio climático)

MANIFESTACIÓN BAJO O2 RECICLADO


La multitud, chilla, camina lenta, grita, hondea pancartas. Intento seguir de cerca la manifestación, replegado en las aceras, mientras miles de bocas enferborizadas escupen saliva al asfalto recachutado de la avenida principal. Parece que todo transcurre sin incidentes. Los escoltas de policia vigilantes, caminan al paso de la manifestación, armados con sus armas electromagnéticas, con una mano sujetan la cartuchera , con la otra, acarician la hebilla del cinturón. Todos llevan las mascarillas de oxígeno conectadas al casco donde unas minicámaras graban cada paso de los manifestantes, tal vez los míos también, pero no me centro en ellos. En el centro de la manifestación puedo leer varias pancartas que se levantan sobre las cabezas: " EL AIRE ES DE TODOS, FUERA GHETTOS" " RESPIRAR ES UN DERECHO, NO UN PRIVILEGIO", Así cientos de consignas diferentes, pero con un mismo mensaje. Me acerco al extremo de la serpiente humana y me mezclo con ella. Algunos manifestantes que pasan junto a mí no llevan máscara de oxígeno. Otros sí.Saco la minigrabadora, le doy al botón rojo de rec y la cinta comienza a rodar. Me doy cuenta de que se está acabando la cinta y me paró para cambiarla de cara. Uno de los manifestantes me empuja. Parece un zombie, pasa a mi lado escupiéndome sus gritos en la cara. Su alitosis hace que me revuelva las tripas por un momento. No lleva máscara. posiblemente esté enfermo. Consigo darle la vuelta a la cinta. Ahora, sí. halzo la mano al aire y me dejo llevar. La grabadora recoge el ambiente de la multitud. En ese instante, alguien habla por un megáfono desde la cabeza de la manifestación. Intento hacer un esfuerzo por localizar al individuo mientras camino arrastrado por una masa que dispara su adrenalina con cada palabra que sale del megáfono. La policia comienza a tomar posiciones. Oigo el sonido lejano de un helicóptero que se acerca. "Compañeros, no podemos permitir que nos ahoguen más". La cosa se pone fea. Con cierta dificultad consigo arrastrarme hasta la acera. Salgo de la manifestación y avanzó hasta la cabeza, unos 10 metros más adelante. Logro subirme al banco y veo a lo lejos miles de personas que ocupan toda la avenida a lo largo de mas de 2 kilómetros. Escribo en mi cuaderno de notas y calculo una cifra aproximada de manifestantes en torno a las treinta mil. Vuelvo a mirar a la cabeza. Allí está el hombre que sigue hablando por el megáfono. No es muy alto, delgado viste una camisa blanca sucia que le da un aspecto obrero. Alrededor suyo, dos personajes con mascarillas y gafas oscuras le acompañan. Deduzco que son sus guardaespaldas pero no me detengo para averiguarlo. Intuyo el revuelo y corro calle abajo buscando un edificio alto. Comienzan a llegar los refuerzos. Los vehículos solares llegan repletos de policias con escudos y cascos antidisturbios que toman posiciones a pocos metros de la cabeza de la manifestación. La multitud comienza a ponerse nerviosa. Mientras, logro encaramarme a una de las azoteas próximas a la linea defensiva que ha establecido el cuerpo de policia. Desde allí los contemplo armados hasta los dientes debajo de mí.
Comienzan a disparar. La primera ráfaga abate a cuatro manifestantes que siembran el asfalto de la calle. La muchedumbre se ha dispersado con pánico. En el helado asfalto anticuado yacen los cuatro cuerpos con cuatro charcos de sangre a su alrededor. Dos de las personas heridas sujetan dos pancartas. Una de ellas lleva máscara de oxígeno y aún respira agonizante. Los manifestantes lanzan un contraataque mientras las fuerzas de policia se cubren con sus escudos. Botellas de oxígeno vacías, piedras trozos de metal y de farolas y cristales caen del cielo sin avisar, como una tormenta en verano. Las fuerzas se recrudezen y comienzan a disparar a rágafas. A lo lejos de la avenida caen una docena de manifestantes. Sus cuerpos se retuercen de dolor en el aire mientras con ellos, sus ilusiones se derrumban en el suelo. No puedo dejar de estremecerme desde mi situación privilegiada en lo alto de la azotea. Mi mirada se pierde en el infinito de las azoteas de la ciudad vieja, coronada por el peculiar rojizo de las nubes y el cielo rojo como la sangre derramada en las calles en busca de un pedazo de oxígeno puro. Intento reponerme cuando siento que alguien me toca el hombro desde atrás.
- ¿Has visto eso? Lo tengo, lo tengo. Vamos, tenemos que salir de aquí . Se van a cagar estos cabrones.
Es mi fotógrafo Malcom. Siempre le pierdo de vista y siempre aparece en el momento menos insospechado.
-¿Has sacado fotos?
- ¿Qué piensas que te estoy diciendo? ¿No querías algo fuerte para vender? Pues aquí lo tienes.


La muchedumbre se dispersa de la calle principal. Los miniorificios de las cúpulas vuelven a abrirse y el O2 reciclado se expande por la zona A. Los policias retiraban los cadáveres de la avenida. Decido irme a casa. Mi ración diaria de óxigeno se está acabando y aún tengo que escribir la crónica antes del cierre. Quizás hoy consigua algo con las fotos de Malcom. Me quito la chaqueta y en ese instante suena el teléfono, es mi jefe de redacción pidiéndome un titular para la edición. Me calmo, y no lo cojo. Hoy puedo esperar un poco más. Necesito respirar.

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