lunes, 24 de noviembre de 2008

DESDE NORMANDÍA A AUSWITCHZ (CRACOVIA)

El viaje iba a ser largo 11 horas con una escala en Varsovia y directamente a Cracovia al sur del país. Nada más instalarme en el coche-cama, me doy cuenta que será una noche ajetreada. El vagón en el que me ha tocado comienza a llenarse de mochileros de irlandeses, franceses, italianos, américanos y también españoles. Este es un punto importante del viaje. Conozco a Abilio un chico de La Palma que estudia ingeniería en Gran Canaria. Le acompaña su primo Pedro un sevillano estudiante de Historia. Ambos llevan bastantes días de viaje recorrido y me dicen que vienen de visitar Brujas y Ganz en Bélgica. Esta peculiar pareja me acompañará desde entonces en mi recorrido por Polonia. Esa misma noche nos empezamos a conocer. Pedro es el que lleva los pantalones. Aunque es menor que su primo, sabe llevar las riendas en todo momento. Su inglés es macarrónico pero se hace entender con todo el mundo. Con dos estructuras sencillas del idioma es capaz de comunicarse con cualquiera aportando su gracia andaluza y lógicamente, el lenguaje universal de los gestos.En el mismo vagón conocemos a unas chicas italianas. Intentamos coquetear con ellas. Es cuando me doy cuenta de que Pedro es un auténtico ligón. Su técnica se basa en hablar y hablar hasta aburrir y sino consigue lo que quiere a la primera, entonces pasa al segundo plan. Ir directamente al grano sin rodeos. El vagón bulle de jóvenes que fuman y hablan en el pasillo. Después de colocar mis cosas en la litera y prepararla para dormir y lavarme los dientes salgo al pasillo del vagón. Quiero ver como cruzamos la frontera con Polonia. Durante más de dos horas seguimos en territorio alemán hasta que llegamos a la primera estación polaca. El jefe de estación da la orden de retomar el viaje. El tren comienza a avanzar lentamente y desde la ventana le saludo. Él me levanta el brazo sujetando una bandera roja y me despide con una sonrisa. Pedro está a mi lado y le digo -Joder tampoco parecen tán fríos estos polacos-, recordando lo que me dijo el chileno que encontré en la estación de Berlín. Con esa esperanza me meto en la litera. Estoy de buena suerte. Se han esmerado en el detalle los polacos con un sobrecito con tapones para los oídos. Apagamos la luz. Las luces que iluminan la vía penetran por la ventana mientras leo las últimas páginas de la novela " El libro de las ilusiones" de Paul Auster. Una entretenida historia que narra el ocaso de una vieja estrella del cine mudo en Hollywood. Termino el texto que me ha acompañado desde Barcelona en mi viaje y apago la pequeña luz de mi litera. El compartimento está ahora en silencio y aunque me he colcado los tapones, me dejo acunar por el sonido de lejos de las ruedas del tren rozando y chirriando con la vía. Es un sonido al que ya me he acostumbrado. Poco a poco me dejo dormir.




Por la mañana nos despertamos en Cracovia. Durante la noche habíamos ojeado en un libro de Hostales un lugar donde quedarnos, pero ninguno de los que teníamos en la lista nos hizo falta.Nada más bajarnos en la estación, una chica joven nos ofreció alojamiento por 11 euros la noche en un hostal cerca del barrio judio. Ni si quiera lo pensamos y la acompañamos através de la estación con un poco de desconfianza. Nos acercó hasta un minibus alque subimos y que nos llevó por las calles de Cracovia hasta el hostal. Nos instalamos en una habitación con cuatro literas. Tenía que cambiar los euros por slotiz así que es lo primero que hice al salir a la calle.
El casco antiguo de Cracovia es encantador, me recuerda mucho a Praga pero su arquitectura no es tan gótica. La plaza Principal está bordeada por uno de sus extremos por una gran iglesia. En su interior se encuentra el retablo más ornamentado que he visto nunca. Parece que las iglesias están sobrecargadas y decoradas con miles de objetos me dice un joven católico italiano que la visita. La plaza es una de las más grandes de Europa en su extensión. En su mitad hay un gran edificio que hace de mercadillo de souvenirs donde se puede encontrar figuras de todo tipo y artesanía polaca. El casco antiguo de Cracovia no es muy grande. Habitualmente por sus calles peatonales pasean coches tirados por caballos con turistas en su interior que se cruzan con viejos tranvías que cruzan la ciudad de un lado a otro. Es la capital cultural de Polonia y un destino turístico en alza. El capitalismo se ha adaptado con rapidez y no es extraño toparse con grandes centros comerciales a las afueras y franquicias occidentales en los lugares más concurridos. Es frecuente ver pasear por sus calles a monjas y los edificios se decoran con motivos cristianos o religiosos. Su subsuelo está repleto de bares y pubs. Más de trescientos. Los bares de comida rápida se hana dueñado de los centros turísticos y las religiosas conviven con restaurantes de Kebabs y Bingos.




Arriba, en la pirmera imagen
Una monja observa un puesto de marionetas con una muñeca de Tina Turner. Abajo, otra monja camina apoyándose en un bastón por una calle céntrica. Una mujer prepara un puesto de venta de bollos, frente a un Bingo.


En el hostal nos ofrecen un mapa con una guía y ruta de los mejores locales nocturnos. Por la noche la plaza se llena de turistas. En el centro hay un escenario. Se celebra un festival de hermanamiento entre Polonia y Ucrania. Artistas y cantantes de cada país se alternan para cantar y bailar. Observo el espectáculo desde un puesto de salchichas calientes. Había quedado con Abilio y Pedro para ir a uno de los bares que nos habían recomendado. A la mañana siguiente visitaría las minas de Sal de Wieliczka, Patrimonio de la Humanidad, pero tenía ganas de vivir la noche polaca. Entramos a un bar con música en directo. La noche era agradable y nos sentamos en una mesa para tomar unas cervezas mientras un grupo liderado por una guapa polaca morena cantaba versiones de los beatles, U2, y éxitos de todos los tiempos. La cantante tenía el pelo corto. Ojos claros y una peculiar sonrisa que atraía a todos los que estabamos allí. Una voz dulce y un contoneo de caderas a la hora de cantar, le eran suficientes para atrapar al público. De hecho cuando terminó su concierto, varios hombres no dudaron en acercase a ella. Yo lo hice simplemente para darles las gracias por su encantador recital. Esa noche fue memorable. Bailamos funky y fuímos a varias discotecas en las que me divertí como un enano. Conversé en inglés a duras penas con varias polacas. Todas ellas eran católicas, me decían que odiaban a los homosexuales y que iban a la iglesia casi todos los días. Si embargo comprobé que de noche se transformaban por completo. Se lanzaban como posesas al pecado del alcohol y la lujuria. Me pregunté si lo hacían a conciencia pensando que al día siguiente todo se arreglaría visitando el confesionario eclesiástico para purificar sus pecados nocturnos. La duda me asaltó durante breves instantes de la noche. Mientras tanto, sonaba Bob Marley y yo bailaba deshinibido junto a decenas de polacos y polacas que se besaban a mi alrededor con los turistas que habían tenido suerte o con los que fumaban marihuana. Esa noche regresé solo al hostal. La humedad era alta en la noche cracoviana.Me paré frente a una fachada iluminada por la luz de una farola. La pared estaba completamente invadida por cientos de miles de mosquitos que se movían como hormigas hacía un mismo lugar como si fueran una marabunta veraniega. Nunca había visto anda igual. Tomé una foto con mi móvil y regresé por las calles del barrio judío con la imagen clavada en mi mente. Estaba oscuro pero tranquilo. Mi paseo solo fue alterado por dos rudos polacos con bigote que cantaban borrachos a la salida de un Burdel cercano a nuestro hostal. Tardé en dormir mirando desde el parte alta de mi litera hacia la calle. Pedro y Abilio regresaron más tarde. En pocas horas partía hacia la minas de sal.

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