martes, 9 de diciembre de 2008

APUNTES EN UNA MESA DE CAFETERÍA

Aún recuerdo el olor de esta cafetería en la que mi mano se ha detenido para acariciar el borde del cenicero que espera escupirme a la cara. Que aboga por decirme lo absurdo que resulta mi figura allí, sola, tenaz y desconfiada, ante el mero apelativo que me ha atraído hasta este antro de voces checas sobre un montón de madera sucia y carcomida que aparenta ser la mesa donde me encuentro. Nada más lejos de lo habitual, me tienta el cigarrillo de la chica que se sienta a mi lado. Ojalá pudiese comerme tu humo y saborear uno a uno tus labios llenos de carmín narcotizado y alquitranado. No sé si te conozco pero me resultas familiar, seguro que a Franz y Max les habría encantado discernir de tu talento. Ah ya!, estabas en el trolebús, cerca de Mustek, estabas. Ahora no sé qué buscar, la mesa me mira y yo la miro y ambos nos juntamos para recordar los abalorios que descuidaban tus ocupantes de mediana edad. Bajo la lectura de cronopios y famas los capuchinos se helaban al paso de una camarera indolente. Con su férreas piernas me acechaba para cobrarse su propina. Como un aprendizaje que se me metía por las venas sin que mi conciencia ordenase completamente los sentidos. Yo fijo, ella fija, sin apenas darnos cuenta de que se me iban los cronopios y las famas.



Pido un capuccino caliente, de poco sirve en este agosto acalorado que revienta las baldosas de la plaza de la ciudad vieja. Pero me lo tomo recordando los compases de Bolero. Sus piernas siguen lejanas, y ahora me importan ahora, ahora, cuando sigo pensando en las tardes de librería donde me perdía al son de los títulos sugestivos que vendían libros ante el más ligero movimiento de la tierra y el corazón. Yo no me conformaba con eso, y en tu lista 14 títulos volaban en una tarde. Stop, Fin, se acababa la partida, y la nausea corrompida me hacía mas inerte, más extranjero, y más inverosímil ante la mirada de un incomprensible irlandés. Ya te buscaré , ya tendré tiempo de cobrármelas contigo me decía. Pero tras esa eternidad, nunca estuve más cerca de ti que aquella tarde en la cafetería, qué importa cómo te llamaras, más cinco minutos allí valieron el resto de los años que pude pasar junto a tus libros añorados que ahora domino íntegramente sin que la más mínima de mis palabras haya calado en tu olvidado pasquín de tardes frente al teclado. Allí en el corazón del satélite joviano, sin nadie a mi alrededor, sino la fumadora de labios narcóticos y tú. Ahora tres años más joven pienso, mientras mi síndrome de Peter Pan se revela contra sus elementos. ¿Qué hacer? ¿Qué elegir?



No sabes cuantas veces he mirado desde la oscuridad, esperando cada minuto con paciencia el trago de salivas imaginadas que corrían por mi frente sin que mi ego pudiese detenerlas.
El tiempo se hizo eterno hielo, las tardes y las noches perdidas, los pasos cansados , los besos podridos, las yemas olvidadas, los contrastes, asesinos que me mataban, la indolencia reina de mi sexo y la frialdad, mi amante. Pero no estás tan lejos. Sigues aquí. Justo al lado, en tus piernas, bajo el instinto de mis sensaciones. Y Yo: ya he elegido.

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