lunes, 8 de diciembre de 2008

"BICHO RARO"


Cuando llegué al lugar entré en silencio. Enriqueta vestida de negro lloraba en la esquina sentada en una silla de plástico junto a un gran ramo de flores blancas. Frente a ella , Doña Lola y su vecina me miraban sin expresión. La comisura de sus bocas se dibujaban ligeramente inclinadas. Parecían maniquís abandonados de un almacén, sin gesticulación, fríos. En ningún momento me sentí protagonista a pesar de que cuando salí a fumar fuera, don Enrique y mis viejos compañeros interrumpieron durante unos segundos una charla sobre sus últimas adquisiciones de terrenos donde prentendía edificar. Me daban palmaditas en la espalda, improvisando alguna de las frases de rigor en estos casos. Me sorprendió la colección de tópicos que sabían manejar en su vocabulario pese a que el único libro que leían a diario era el de las cuentas de sus negocios. Otros contaban chistes en las esquinas mientras sus mujeres preparaban el café para hacerles más llevadera la noche. Otros, los de mayor edad, simplemente estaban.
No decían ni una palabra. Sólo deambulaban sin inmutarse, sin preguntarse porqué lo hacía. Algunos incluso se acercaron al lugar después de haber trabajado durante todo el día. Eso si que era tener moral. No sé si pensaban que me defraudarían si no venían. Pero debían estar allí, supongo. Paseaban de un lado a otro. Miraban al techo. Luego al suelo. Se recostaban en los sillones cruzando los brazos y en ocasiones salían a fumarse un cigarillo. La familia Ramírez al completo, llegó pasada la media noche. Montaron el espectáculo que se suele interpretar en estos casos, con los llantos, los abrazos y el desfile de pañuelos y lágrimas consecuente. Es en estas ocasiones en donde puedes volver a ver, después de mucho tiempo, a personas de tu familia que apenas te dirijen la palabra normalmente. Me da igual, para ellos siempre he sido el "bicho" raro. Es como si salieran de debajo de la tierra. Nunca mejor dicho. Primos hermanos, tios segundos, primos políticos, tios terceros, sobrinos cuartos, cuñados alchólicos, suegros deprimidos, primas lejanas y demás fauna social y familiar que saca a relucir sus más altos grados exponenciales de mundana hipocresia en estos acontecimentos sociales. Entré de nuevo al salón. Me acerqué al ataúd. La besé en la frente. Le dije a mi hermano que se encargará de todo. Quería dormir. Me agobiaba y aquella gente me ponía enfermo.
Total, la que se había muerto tras una larga enfermedad era mi madre ¿Qué coño les importaba a todos ellos?

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