domingo, 9 de noviembre de 2008

3º (relatos tras el cambio climático)

LOS VERSOS DEL APOCALIPSIS
Aquella mañana no iba a ser como otra cualquiera para Leonardo . La noche anterior había matado las penas en el Chunking Express. El dueño era un personaje peculiar. Se llamaba Tomás, pero todos lo conocían cariñosamente como Tomi. El nombre del bar hacia honor a la película de uno de sus directores de cine favoritos: Won Kar Wai. Le encantaba el cine asiático. Se pasaba horas al día delante de la tele viendo películas chinas, thailandesas, iraníes o de Hong Kong. También coleccionaba todo tipo de objetos japoneses. Leonardo, solía descargar con él sus estados de ánimo entre chupitos de absenta y farolillos de colores. El lugar tenía encanto. Tomi servía la mejor cerveza con limón de toda la ciudad y las luces rojas predominaban en todo el local que se reflejaban en algunos carteles de propaganda de la era soviética. Al fondo se extendía una pequeña tarima donde los músicos del barrio improvisaban pequeñas Jam session los viernes por la noche. Las paredes estaban decoradas con posters de actrices japonesas. Leonardo no conocía a ninguna y siempre le preguntaba a Tomi que le dijera cómo se llamaban. Se pasa tardes explicándole los detalles de cada una de ellas, parecía un adolescente. Sus descripciones eran tan apasionadas que Leonardo apartaba a veces la mirada para fijarse en los ojos de Tomi, que brillaban al son de la roja luz que desprendía los farolillos. Decía que estaba enamorado de todas ellas y que algún día viajaría a Japón a conocerlas. Las fotos estaban enmarcadas bajo un cristal fino del que se transparentaba la candidez de aquellos rostros de ojos rasgados y labios gruesos. De alguna manera desprendían una sensualidad exótica que cautivaba a Leonardo y a la que no podía resistirse. Muchas veces había fantaseado con hacer el amor con alguna de aquellas chicas que parecía que le vigilaban desde la pared y podían escuchar todas sus conversaciones con Tomi. Se imaginaba como la yema de sus dedos deboraba el tacto de sus pieles sedosas mientras que las palabras de Tomi se convertían en la banda sonora de su oído.
El día que Leonardo cumplió los 30 años de edad, lo pasó prácticamente durmiendo en la cama y soñando con el antiguo Chunking Express de la época gloriosa antes del último cambio de grado.Hoy ya no existía y Tomi había muerto meses atrás víctima de una enfermedad respiratoria causada por el o2 reciclado. Era martes, y ese día no tenía que ir al trabajo. Le despertó un mensaje de felicitación en el movil. El sonido le llenó de ilusión esperando que Dunia se acordará de él y el instintó no le falló. El mensaje le dio fuerzas para levantarse de un golpe. Eran más de las dos así que bajó a la calle y se tomó un buen bocadillo de tortilla. No era usual encontrar una delicatessen como la tortilla en aquellos tiempos, las granjas transgénicas habían suplantado a los huevos de gallina de toda la vida pero el dueño del bar conservaba aún algunas para ocasiones especiales. Como de costumbre cogió su patineta y se dirigió a la zona del muro que separaba el ghetto del citycenter-dome. Leonardo se dedicaba a vender anticuallas del siglo XX. Casi siempre lograba convencer a algún cliente para que le comprase uno de sus aparatos eléctricos. Eran clientes fijos que coleccionaban todo tipo de objetos. Camaras fotográficas digitales, videoconsolas y hasta pequeñas latas de cocacola. Hoy en día todo eso estaba prohibido en su zona. Pero vendiendo esos trastos que había guardado durante su juventud, le bastaba para pagar las cuotas de aire. Aunque sus ingresos "atípicos" provenían del tráfico de tabaco en la zona del Dome. El muro estaba menos transitado de lo normal. Era día de  fiesta y muchos de los camaradas del ghetto estaban en sus cabinas-colmena. Pequeñas parcelas de apenas 30 m2 que el estado ofrecía a los ciudadanos de segunda que no tenían el suficiente dinero para pagar o2 de primera calidad. Llegó su turno ante el guardia de seguridad que pedía la documentación para pasar al otro lado. El escáner óptico no pitó y sin ningún problema se adentró en la avenida principal de la ciudad. Se desprendió de su máscara antigás y exhaló un profundo respiro. Sus pulmones se llenaron de aire. Lo retuvo durante 30 segundos hasta que volvió a expirar. Había quedado con Dunia para celebrar su cumpleaños y sabía que ella no le iba a defraudar.


Surgió de la nada con sus botas de cuero marrón su pelo corto y rubio. Le llevó a su colmena. Era grande y disponía de bastante aire. Dejaron los prolegómenos y se dedicaron al fino arte de follar. Tras una hora de romperse los cuerpos, el ruído de sus arcadas en el baño contiguo despertó a Leonardo. Estaba enferma y él lo sabía. Había logrado pasar al otro lado prestando sus favores sexuales a magnates de las empresas de aire puro que se encargaban de monopolizar el comercio del o2 reciclado y la energía nuclear con la que se sostenía el 90 % de la energía del país. Era demasiado tarde. Lo hicieron hasta el amanecer. Los rayos rojos del sol iluminaron al estancia. Ella se despertó y le pidió que le pagara los servicios prestados. Leonardo sacó su maleta y le entregó las dos cajetillas de tabaco que costaba la noche con ella. Cuando se marchó. Dunia se fumó dos cigarros en el baño. Las arcadas le volvieron con insistencia. Varios minutos después tendida boca abajo en el suelo del baño sus últimos alientos se apagaron como si fueran las velas del cumpleaños de Leonardo que ya enfilaba el muro para cruzar al otro lado mientras un anciano que arrastraba su vida en un oxidado y antiguo carro de supermercado, se le cruzaba gritando con locura. "Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años"

Leonardo saludó al vigilante de seguridad. -" Hay que ver lo locos que siguen algunos" le dijo. Miró al viejo con pena. Se colocó su máscara antigas y pasó el escaner óptico para volver a la fría realidad del Ghetto.