viernes, 28 de noviembre de 2008

VUELVA USTED MAÑANA (CONSECUENCIAS DE LA CRISIS)


Llevaba días despertándome a la misma hora en el mismo minuto y en el mismo lugar por el que cada mañana se colaban los rayos de sol en mi habitación. Siempre me pillaban de lleno en el ojo derecho y entonces abría los ojos mirando al techo y pensando que desde ese instante me esperaban 24 horas de suplicio en el vacio existencial que me corría por las venas.

Hoy se cumplían 14 días desde que el cabrón de recursos humanos me entregó la carta. - lo siento- fueron las únicas palabras que generó su disléxico aparato articulatorio fonador. El muy hipócrita no sentía nada . Bastante faena tenía ya con dar la cara ante mí. Los últimos 15 años de mi vida se los había regalado a una empresa de publicidad en la que mi único trabajo consistía en corregir textos de slogans spots y tarjetas de visita. 15 años desperdiciados para pagar una hipoteca que me ahogaba el gaznate cada vez que trataba de olvidarla en el bar de don Pelayo, cada tarde después del trabajo. Y el final era una carta. Una mísera y estúpida disculpa de uno de los últimos enchufados del director¡ Qué triste! Ya era una cifra más, un número primo desahuciado y engrosando la lista del desempleo social .
Sufría el síndrome de abstinencia desde hace días. Un sudor frío me recorría la frente sólo de pensar que tenía que levantarme la cama. Mi única y fiel compañera en los últimos años. Ella nunca me echaba nada en cara, no hacía preguntas. Simplemente se complacía en darlo todo para que descansase y me olvidara de lo demás. Le debía parte de mi vida. Mi cama, por lo menos aún la conservaba, me autocompadecía.
Esa mañana me levanté sobresaltado. Tenía que ir a la oficina de empleo. Mañana se cumplian los 15 días hábiles para solicitar la demanda de empleo. Como no lo hiciera, sería hombre muerto.

Apuré un trozo de croissant que había dejado en la mesa del salón la última noche. Me habían cortado el agua así que ni pude lavarme la cara. Llevaba los mismos pantalones del día anterior con los que me había ido a la cama. Cogí la primera camisa arrugada que encontré en el armario y me puse la chaqueta mientras le daba el último mordisco al croissant y cerraba la puerta de casa.

Cuando llegué a la oficina cogí número. Por delante de mi restaban 50 personas. Me senté a esperar. Frente a mí una mujer de tez morena resoplaba. Un señor maduro miraba el tablón de anuncios en busca de alguna oferta de trabajo y cada cierto tiempo la subalterna de la oficina gritaba en alto el nombre del siguiente desempleado. Estuve esperando 45 minutos sólo habían pasado diez personas así que decidí acercarme a la empresa autónoma de aguas para pagar la factura que debía. Aquí la cola era menor. Después de esperar 20 minutos me tocó el turno. Me atendió una señora de mediana edad. Tenía el aspecto y la cara de esas personas que tiene escritas en su rostro que los últimos 20 años de su vida los han pasado detrás de un mostrador cobrando facturas a distintas generaciones de clientes. Y es cierto , todos los funcionarios me parecían que tenían la misma cara, la misma forma de mirar, de responder e incluso de poner el cuño a los documentos. La misma rutina durante toda la vida debe matar alguna parte del espíritu. Por un momento me vi reflejado en ella. Aunque en mi caso, la rutina del trabajo me había transformado en un esclavo del tiempo libre.

Dígame me dijo con voz seca. Le di el recibo. -45 euros más treinta y uno con 44 por el restablecimiento del servicio. ¿Perdone? le pregunté con ironía. Si quiere que le restablezcan el agua son 31 euros por impago. -No los tengo ahora- ¿Puedo pagarle el recibo y volver mañana para.... -No, tiene que pagarlo todo junto-. En épocas de crisis no importa la situación en la que estés. No importa que la persona que te atienda tras la mesa tenga un buen dia o uno malo. No importa que su hija se esté muriendo de leucemia o que su vecina también tenga un problema con el abastecimiento del agua. Eres un nombre y un número de referencia en un papel. Todo lo demás sobra.
Salí de allí hacia la oficina de empleo. Faltaban 30 minutos para que cerraran. Cuando llegué la mesa de la encargada estaba cerrada. Un cartelito de cartón en su mesa me informaba. SALÍ A DESAYUNAR. Miré el reloj, eran las 13,15 de la tarde. Esperé cinco minutos hasta que volviera. El anterior número que el mío se había marchado así que tuve suerte y pasé a la mesa. Un hombre delgado de mediana edad y con cara de mal humor comenzó a encuestarme sin mirarme a la cara. Le di mi DNI se limitó a hacerme las preguntas de rigor ¿Estaba bueno el desayuno? le pregunté. Alzó la mirada. -Si- respondió con desprecio. Le hace falta el certificado de empresa. Caí en la cuenta de que me lo había olvidado en casa. Disculpe. me he olvidado puedo ir a buscarlo a casa? Son cinco minutos, está aquí mismo-. El empleado miró al reloj y sin apartar la vista de la pantalla del ordenador me dijo.- Cerramos en tres minutos, vuelva usted mañana. -Mañana no puedo, hoy es el último día que puedo apuntarme-. -Lo siento señor.- Dijo apagando el ordenador. -Por hoy hemos terminado, no puedo ayudarle sino me trae el ....-. No completó la frase. Fuí rápido y cuidadoso. No quise hacerle daño en las cervicales. Le tapé la boca y lo estrangulé con dulzura. Apenas se resistió. Murió féliz, en su trabajo. Con esa misma cara con la que había atendido a miles de desempleados.
La policia llegó pronto. Mientras iba en el coche patrulla con la mirada petrea en la sirena, recordé los rayos de sol penetrando en mi habitación por la mañana. Me compadecía de mi mismo. Hoy no dormiría en mi cama. ¿Qué sería de ella sin mi y de mi sin ella? ¿Cómo iba a poder soportarlo? ¿Cómo me olvidaría esta noche de que no había podido pagar la factura del agua?
Cerré los ojos y me dejé llevar. Ya nada sería igual. Por lo menos había roto la monotonía.

1 comentario:

zoilolobo dijo...

Ivan:
Interesante relato. Corto y contundente.
Espero que hayas recibido un "cuento" relacionado con el Instituto de Estudios Hispánicos.
Dime algo al respecto para estar seguro de que lo has recibido porque ya hace unos días que te lo envié.
Espero que sigas escribiendo con la misma tenacidad que hasta ahora.
Zoilo