jueves, 15 de enero de 2009

3º RELATOS TRAS EL CAMBIO CLIMÁTICO (HÍBRIDOS)

El cementerio de coches permanecía impasible. Pasaba por allí cada mañana con los cinco sentidos puestos en los alrededores. Las oxidadas bujías y los radiadores componían su sinfonía diaria con el viento, asustándome. A lo lejos una sombra se aproximaba renqueante. Arrastraba un carrito de bebé destartalado, su máscara le cubría por entera la cabeza y se escondía tras una capucha. Cuando cruzó a mi lado , miré intentando desentramar su rostro. Agachó la cabeza y prosiguió su camino. Algo extraño escondía aquel cochecito. Así que le seguí sin que me viera durante un largo trecho. Quién sabe, quizás fuera buena mercancía pura lo que transportaba. Salimos del cementerio de coches, atrás quedaba la zona vieja, y volvíamos a la zona A. Los grandes edificios contrastaban con los arapos de aquella madre o padre improvisado que arrastraba su carrito. Me pregunté si sería de los nuestros o algún tipo de mercenario pagado por Oxygen. Quizás habría sufrido daños por culpa del aire y por eso resguardaba su cara. Era lo más evidente. Intenté autonvencerme hasta que llegué a un gran edificio en forma de esfera. Me quedé vigilando detrás de una esquina. El individuo se quitó la capucha. Entonces se abrió una puerta y entró con el carrito. Un hombre con bata blanca miró a los lados para cerciorarse de que nadie lo había visto entrar. Pensé que me había descubierto pero logré esconderme a tiempo. No pasarón más de dos minutos y el individuo encapuchado salió por donde mismo había entrado. Esperé a que se alejara de la gran plaza donde se levantaba el edificio. Eran casi las siete de la tarde. En menos de dos horas el lugar se llenaría de trabajadores en dirección a sus oficinas cómo cualquier otro día. Desde que en el 2043 se instaurara el nuevo calendario laboral para no sufrir las consecuencias de las quemaduras solares, más de 20 millones de personas en todo el mundo sacaban adelante la misma empresa que llevó a sus viejos parientes a la reclusión racial. Oxygen
Cuando estába lo suficientemente lejos, paré al individuo y a su carrito. Me di cuenta de que era una mujer. Intentó pegarme pero agarré sus dos manos a tiempo. En tres segundos estaba en el suelo.

Le dije que se calmara que no le haría daño. Quité la capucha del cochecito y lo ví. Era asqueroso, iba enfrascado en una urna de cristal. Parecía un híbrido entre un cerdo y un humano, con ojos saltones y grandes pestañas. Horrorizado, pedí disculpas a la mujer que se abalanzó sobre su hijo recién nacido llorando desesperada. Como él, a saber cuantos miles de seres creados bajo el manto del cielo rojo que nos agobiaba a todos. Así no valía la pena vivir. Maldecí a las antiguas generaciones, y esa noche, desafiando al toque de queda para los de mi estirpe. Vagué sin razón por la zona A maldiciendo a la raza humana.

1 comentario:

Míchel Martín dijo...
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