lunes, 5 de enero de 2009

NOCHE DE REYES


intentaba disimular su nerviosismo en aquella noche prevía en la que a Igor Ragmanov nadie le fue a visitar. Ni siquiera sus vecinos o amigos de trabajo. Ana, la enfermera, le había suministrado los medicamentos hacía una hora y ya comenzaba a notar sus efectos somnolentes. Pese a eso, aún podía mantener los párpados activos para verla pasar por el pasillo. Andaba de un lado a otro con una bandeja de plata, de habitación en habitación. Era la reina de la planta. Destilaba una dulzura condimentada a base de muchos años de experiencia en el hospital. Había trabajado en casi todas las plantas y era muy conocida por su profesionalidad. Decían que siempre mantenía la sonrisa a todos sus pacientes para hacerles más feliz su estancia. Esos instantes en los que podía mirarla mientras pasaba por el marco de la puerta eran el mejor medicamento para Igor Ragmanov. A veces había suerte y Ana se quedaba unos minutos hablando con algún paciente o ayudándole a pasear por el pasillo. Entonces Ana miraba a Igor y volvía a sonreírle. El mejor momento era cuando cambiaba las sábanas por la mañana y lo levantaba de la cama sujetándole por los brazos. Igor podía oler su pelo. Siempre le decía que olía a batido de fresa y plátano. Ella bromeaba diciéndole que algún día lo exprimiría y le traería un bátido de su pelo para desayunar. Lo que no sabía Ana es que Igor esperaba que se cumpliera esa promesa cada día cuando la veía entrar con la bandeja de plata por la puerta. Pero esa noche Ana no estaba. Disponía del día libre. Qué mala suerte, justo la noche antes del gran día. Pensó Igor. Mañana por la mañana Ana no estaría y quizás, al día siguiente ya no podría cumplir su promesa.
A medio kilómetro de allí vagabundeaba Daniel. Nevaba. Las calles estaban repletas de personas que corrían de un lado a otro en busca de los últimos regalos. Hacía frío. La calle era un manto blanco. Llevaba puesto un abrigo viejo. Dos bufandas descoloridas que había encontrado por fuera de una tienda de moda en unas cajas de cartón. Un gorro de lana gris sucio y unas vendas que utilizaba con guantes para las manos y para una lata de cerveza vacía que no paraba de golpear en las paredes, en las puertas, en las papeleras y en todo aquello que emitiera sonido con su roce. Se tambaleaba de un lado a otro sin una dirección concreta. Parecía borracho pero no lo estaba. Daniel había sido un gran director de orquesta pero la vida lo había desahuciado y ahora andaba en la calle componiendo sinfonías con la ayuda de su lata de cerveza. No tenía familia, y sus amigos le habían abandonado. Daniel cayó congelado por el frío junto a la fachada de la gran catedral. No se obró ningún milagro y mientras las personas corrían de un lugar a otro con regalos empaquetados, él exhalaba el vapor atormentado por un principio de hipotermia. Ana salía de la cafetería del Ateneo. Había quedado con Lys para tomar un café antes de hacer las últimas compras y vio a Daniel tirado junto a unos cartones sin apenas moverse. Le cogío el pulso. Llamó a Lys para anular la cita y aupó al vagamundo apoyándolo sobre su hombro. Consiguieron llegar a su coche. Había colas por todos lados. Tardaron treinta minutos en llegar al hospital. Ingresaron a Daniel en su planta. Ana se haría cargo de él , le dijo al jefe.

Igor Ragmanov contemplaba en la televisión de su habitación. Los informativos hablaban de la invasión de Israel a Gaza. Apagó el televisor y miró por la ventana, comenzaba a llover. En ese instante entró Ana. Se le iluminó la cara cuando ella sonrío, como siempre...


-¿Está bien? - le preguntó. Igor asintió con la cabeza. Ya podía afrontar sus últimas horas antes de la operación. Era su regalo de reyes. Dentro de 8 horas lo congelarían a 17 grados bajo cero para operarle a corazón abierto. Treinta minutos más tarde, en la otra habitación, los médicos no podían hacer nada por reanimar a Daniel. Ana entró llorando en la habitación de Igor, nunca la había visto así. En su mano llevaba un vaso que le acercó desconsolada. -Beba por favor- Igor extrañado, intentó consolarla. -Beba, por favor- repitió. Entonces acercó su pelo al vaso exprimió la gotas de lluvía que reposaban en su pelo y bebió. Era un batido de fresa y plátano. Cuando terminó, ya era tarde. Se quitó el cateter y salió al pasillo. Unos enfermeros pasaron a su lado llevando la camilla con el cadáver de Daniel pero Ana ya se había marchado del hospital. Igor volvió a la habitación encendió el televisor. Retransmitían la cabalgata de reyes. Melchor, Gaspar y Baltasar saludaban contentos y repartían caramelos a los niños, montados sobre su camellos ignorado que cerca de su tierra comenzaba otra guerra. Ana llegó tarde a casa, allí la esperaba su madre, enferma de Alzheimer sentada en el balancín. Se acercó a ella y la abrazó. Su madre, extrañada la besó en la frente y sacó de debajo del balancín un regalo diciéndole. ¡Felices reyes hija! La última lágrima que esa noche brotó de los ojos de Ana fue de alegría. Luego, se evaporó en la alfrombra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Ivan:
Ante todo te deseo feliz día de reyes. Espero que esta noche se porten bien contigo.
Escribes genial. Me ha gustado mucho tu relato.
En estos días me acordaba de muchas cosas pero más de lo que esta pasando en el mundo que de algo personal. Pensaba sobre todo en los borbadeo de Israel y todo lo que esta ocurriendo. En estos días se habla mucho al respecto y pensaba que es increible que en estas fechas esten tan revueltos. En fin solo pensaba y me he acordado de ti. Lo dicho feliz día de reyes. Un abrazo. Matilde