jueves, 8 de enero de 2009

RETENCIÓN

Tuve mala suerte esta vez, fila 34 y pasillo. Aún me retumban en los oídos el ruido de los dos motores zumbando y las cisternas del baño que me han dado el viaje. Suerte que las turbulencias no fueron del todo movidas esta vez. La última visión terrenal de la que tengo constancia, es la del frío suelo gris del aeropuerto de Marrakech.Tengo por costumbre antes de entrar en el avión echar un último vistazo al paisaje de mi alrededor. Es un ritual que repito para recordar el lugar que dejo atrás. Luego saludo amablemente a la azafata y busco mi asiento.
El olor del aire nada más pasar la puerta me revela que estoy de nuevo en casa. Ese aroma nunca se olvida. Ni siquiera cuando has vivido fuera tanto tiempo. Aspirarlo se convierte en ese momento, en uno de los mayores placeres. Respiro hondo tomando una bocanada de oxígeno y al espirar el vaho, doy el primer paso para bajar por la escalerilla del avión. Vuelvo a tener los pies en la tierra. Nada que ver con lo que había vivido dias antes.


La sala de recogida de equipajes había disminuído desde la última vez. El número de pasajeros ya no era el mismo en el último año proporcionalmente a las medidas de seguridad que sembraba la paranoia del terror que seguía latente en cada aeropuerto de occidente. Caminaba por la Terminal. Dos policias sujetaban dos subfusiles en posición de descanso mientras vigilaban en todas direcciones. A veces me pregunto qué o a quién mirarán en esos casos. Aquí ya no puedo pasar desapercibido. Algunas maletas atiborradas y amarradas con sábanas, estaban desperdigadas por toda la sala de equipaje. Algunos pasajeros miraban si eran las que les pertenecían, sin que nadie les pueda ayudar en la ventanilla de reclamaciones. Por eso nunca facturé el equipaje. Mis pertenecias vitales caben en una mochila. El control de pasaportes fue más duro esta vez. Volvieron a meterme en la salita contigua, me revisaron la mochila, y miraron si mi cámara de fotos tenía la tarjeta. No sabían que la llevaba pegada bajo la planta de mis pies. Tuve suerte, porque aún no me habían quitado los calcetines. Eso era mi única esperanza. No me importaba mostrar mi desnudo, ya me había acostumbrado con el tiempo. Así que pensé que esta vez podría pasar sin que me descubriesen. Ahora mismo esas tarjetas eran mi pasaporte de vida para los próximos seis meses si lograba vender bien mi trabajo. Me tuvieron 48 horas retenido. Pero tuve suerte. Joseph se enteró y pudo sacarme, no sin que antes los guardias me estorsionaran los últimos dólares que me quedaban. Poco después estaba en el avión. No es que fuera muy glamuroso, ni siquiera tenía billete de turista, pero Yosuffa me había sacado de aquello y le debía una. Varias cajas de madera con paja y un par de gallinas iban a ser mis acompañantes. Miré por la ventanilla. Mi última visión de aquel lugar. Desde allí pude ver un el cartel del aeropuerto en el que se leía "Welcome to Mogadiscio"

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